LA TRIBUNA DEL LECTOR Sinéad, Magdalenas y el Pontífice
POR RODRIGO REYES SANGERMANI
A 30 años del episodio que marcara su carrera, aún los medios destacan el momento en que la afamada compositora irlandesa, fallecida hace pocos días, rompía una fotografía del Papa Juan Pablo II frente a las cámaras de un conocidísimo programa de televisión estadounidense. Se quedan en el fenómeno, no en el fondo, no en el mérito de la denuncia, no en la razón del descarnado relato de una mujer abusada, sino en la rebeldía que el oprobioso acto significó para esa santa figura de la Iglesia. Ese hecho, que entonces provocó una verdadera estampida de condenas y persecuciones, la marcó hasta su muerte, acaso producida precisamente por la incomprensión de sus dolores más profundos.
Durante estas décadas Sinéad O'Connor fue estigmatizada por el establishment de los medios, que fueron cómodos cómplices de la figura del Papa, como los fueron tantos periódicos, políticos, gobiernos frente a las denuncias de abusos sexuales de cientos y miles de niños en Boston, con la protección del cardenal Bernard Francis Low; en México, con el nefasto rol de Marcial Maciel; en la Australia de George Pell, en el Dublín de Brendan Smyth, en el Santiago de Karadima, en cientos o miles de ciudades, diócesis y arquidiócesis del mundo entero, como un reguero de violencia sistematizada desde la fe, en un régimen institucionalizado no sólo de abusos físicos, sino también, lo que puede ser incluso peor, de esclavitud de conciencia, y todo aquello con el silencio culpable de los arzobispos de turno, de los papas que jugaban ajedrez con sacerdotes, clérigos y monjas denunciados, trasladándolos de un lado a otro para evitar nuevas acusaciones.
Entonces, al momento de la denuncia, Sinéad fue víctima del peso específico de una institución poderosa, cuya figura central había derrotado recién al comunismo, institución que años después fuera precisamente cuestionada por los escándalos sexuales, los abusos infantiles y la protección a sacerdotes y monjas convertidos en verdaderos monstruos. En un sentido, Sinéad tenía razón, se anticipó valientemente a denunciar lo que ella conocía en primera persona, una historia que como muchas otras de distintas formas, que significaba la opresión, la esclavitud, la concientización, incluso la muerte de jóvenes considerados parias en sus respectivas sociedades y la complicidad activa de una institución que funda su doctrina y su ética en ser poseedora de una verdad única y excluyente y de representar nada menos que al mismísimo Dios en la tierra.
A mediados del siglo XVIII se fundaron en Irlanda una serie de instituciones conocidas como los Asilos de Magdalena (Magdalene Laundries in Ireland), hogares de "acogida" administrados por congregaciones de religiosas católicas para recibir a niñas "caídas" en desgracia, es decir, principalmente a niñas abandonadas, huérfanas, madres solteras o jóvenes coquetas; y después, por extensión, a chicas de "vida disipada", prostitutas, pequeñas landronzuelas. Eran hogares religiosos convertidos en una especie de Sename moderno donde las monjitas se encargarían de su formación y enrielamiento.
Con el tiempo el servicio se extendió a otras congregaciones de religiosas, aún más, algunas se fundaron específicamente con este propósito, como fueron las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio o la Congregación de las Hermanas de la Misericordia. Muchas familias, aún de clases media o media alta, enviaban a sus hijas adolescentes inoportunamente embarazadas a una "pasantía" por estos hogares, a veces, apenas las chicas parían, y bajo presión de solemnes sacerdotes vestidos de terno negro y alzacuello, y también de los propios padres de las chicas, arrancaban al recién nacido de sus madres para entregarlo en adopción, cuando la joven tenía la fortuna de dar a luz estando aún en el seno de su familia, porque la mayoría de las veces, la joven era enviada al convento antes de que se notara la protuberancia abdominal con la excusa ante la consulta de amigos y familiares que la joven (futura madre) había optado por los hábitos, cosa muy bien vista en esa conservadora sociedad. La chica era así madre en silencio, alejada de sus seres queridos, muchas veces sin conocer a su propio hijo, que si nacía vivo era tomado por las monjas para entregarlo en adopción por un precio, y si nacía muerto, inhumarlo subrepticiamente en los extensos patios del asilo.
Las monjitas para financiar estos emprendimientos se dedicaban a lavar ropa, es decir, no ellas, sino que las chicas acogidas en los respectivos asilos. Los hogares de las congregaciones se transformaron en una exitosa industria del lavado que usaban el trabajo esclavo de sus inquilinas, sin salidas ni visitas, sin salario; un trabajo forzado que les permitía una cama y una comida mínima, y por supuesto, un decidido adoctrinamiento cristiano en medio de oraciones, novenas y sacrificios físicos como muestras de una devoción religiosa y de sincero arrepentimiento.
Los hogares, conocidos genéricamente como las Lavanderías de Magdalena, por décadas fueron parte de la oferta estatal para resolver el "problema" de las mujeres parias en una sociedad tan pía.
A mediados de los años 60, con la irrupción de las lavadoras automáticas en los hogares y posteriormente la lavandería industrial instalada en los subterráneos de las reparticiones públicas y en los hoteles, el negocio empezó a decaer, pero no la adopción de jóvenes caídas en pecado. Las monjas para continuar con su servicio social vieron con buenos ojos invertir en la bolsa.
El año 1993, en medio de una crisis financiera, una de las congregaciones puso a la venta a un agente inmobiliario un amplio terreno de algunos de sus hogares de Dublín, lo que significó el descubrimiento de 133 tumbas anónimas. Pese a la irregularidad del hecho, la congregación pudo hacer los arreglos para que esos restos fueran exhumados para luego ser incinerados y vueltos a enterrar en una fosa común en el Cementerio de Glasnevin, nada menos que dividiendo el costo del nuevo entierro con la inmobiliaria que había adquirido el paño. Más tarde se supo que había en el recinto 22 cadáveres más de los que las hermanas habían solicitado permiso para exhumar, y sólo existían certificados de defunción para una parte de ellos. Al final fueron 155 los restos exhumados, incinerados y vueltos a inhumar.
La noticia fue un verdadero escándalo en Irlanda, escándalo que el gobierno irlandés intentó administrar. El año 1997, el documental Sex in a Cold Climate de Channel 4 entrevistó a exreclusas de los asilos de Magdalena que testificaron sobre abusos sexuales, psicológicos y físicos continuos mientras estaban aisladas del mundo exterior por un período de tiempo indefinido. Eso permitió que una serie de denuncias empezaran a conocerse sobre las condiciones en los recintos y el maltrato sistemático a las jóvenes internadas. El año 2002 se estrenó la película "The Magdalene Sisters", escrita y dirigida por Peter Mullan que da cuenta de los hechos, y en 2013 el director británico Stephen Frears filmó "Philomena" con Steve Coogan y Judi Dench, acerca de la búsqueda del hijo de Philomena Lee, quien le fue robado por unas monjas en un convento irlandés y vendido en adopción cuando ella era una adolescente y aún no se casaba. Ambos filmes son muy recomendables de ver.
Desde entonces se ha emprendido una serie de campañas para identificar los cuerpos de las víctimas enterradas en las fosas comunes, lo que no ha tenido el resultado esperado, ya que sectores de la sociedad irlandesa más conservadora y la propia presión de la Iglesia han impedido acceder a una verdad completa de lo que aconteció en esos hogares.
Investigaciones realizadas recientemente estiman que 30 mil mujeres fueron recluidas en estas instituciones entre los siglos XIX y XX, de las cuales unas 10 mil fueron admitidas desde la independencia de Irlanda en 1922; sin embargo, se desconoce con precisión qué mujeres estuvieron recluidas , cuál fue su destino y qué tipo de violencia sufrieron mientras duró su internación, esto debido a una "política de silencio" por parte de los institutos religiosos y a la incapacidad o escasa voluntad del Estado de perseguir judicialmente estos hechos. Aunque el último asilo de Magdalena de Irlanda encarceló mujeres hasta 1996, no hay registros que den cuenta de "casi un siglo completo" de mujeres que ahora "constituyen las desaparecidas de la nación", que fueron "excluidas, silenciadas o castigadas" y a quienes se dice que "no importaba o no importaba lo suficiente" a una sociedad que "buscaba negar y hacer invisibles sus desafíos" a las nociones concebidas de orden moral.
La compositora y cantante Sinéad O'Connor fue una de ellas.
De pequeña, Sinéad había sufrido violencia y abusos por parte de su madre, quien finalmente dejó que sus hijos fueran a vivir con sus abuelos. Sinéad, sin embargo, luego prefirió vivir con su padre, que se había separado de su madre cuando los niños O'Connor aún eran pequeños. A los 15 años la cantante fue internada por 18 meses en uno de los hogares de Magdalena, ¿el delito? El haber sido una adolescente difícil, rebelde, haber realizado algunos hurtos. Cuando tenía 18, su madre muere en un accidente de tránsito. A los 21 graba su primer álbum, era 1987.
Muchos estigmatizaron a Sinéad cuando rompió la foto del Papa, fue criticada y perseguida por los medios. Los sectores más conservadores veían con horror la acción de esta chica irreverente de 27 años que insultaba de esa manera a un hombre santo. Lo mismo ocurrió aquí cuando denunciaron al cura O'Ryan o a Karadima.
En el día de la muerte de la compositora, el romper la foto fue el hecho por el que fue recordada, todavía con el cinismo de una sociedad que prefiere apuntar con el dedo a la víctima sufriente, en vez de condenar precisamente a los responsables de tanto abuso.
Al final, la verdad se manifiesta, Sinéad tenía razón, no eran los enemigos de la Iglesia, sino los verdaderos miembros de la misma los criminales, sacerdotes y monjas siendo parte de una opresión institucionalizada construida desde la posesión de una supuesta verdad divina, excluyente y redentora, como magnífica coartada de sus infiernos de acogida. En Chile lo sabemos.