Diálogo
No se trata sólo de generosidad, sino de realidad política, pues la existencia de un ecosistema democrático implica acuerdos desde el convencimiento, la persuasión y los mínimos comunes que permitan asegurar la sobrevivencia de las partes".
El diálogo es una de las expresiones esenciales de quienes se consideran demócratas. No implica debilidad, tampoco una negociación garantizada. Es la exploración de la convivencia cívica, la búsqueda inagotable que sondea en los territorios ajenos. Surte efectos, incluso, si en esos espacios habita el desierto. El diálogo democrático es trabajoso, inestable, por momentos, agotador, pero necesario. Sin diálogo, no es posible la democracia.
En tiempos de una evidente polarización de las elites a nivel nacional y local, todo esfuerzo conducente al intercambio y estudio de posiciones contrapuestas, es un avance. Implica predisposiciones mutuas, tanto de quien invita al diálogo, como de quien acepta.
No se trata simplemente de generosidad, sino de realidad política, pues la existencia de un ecosistema democrático implica acuerdos desde el convencimiento, la persuasión y los mínimos comunes que permitan asegurar la sobrevivencia de las partes. Esos intervinientes preservan su rol representativo cuando visualizan una dirección, aunque no compartan el diseño íntegro de las rutas. Entienden que van hacia un destino, asumiendo lo difícil del transitar.
El ecosistema democrático debe alcanzar equilibrios y comunicarlos para legitimarse, sobre todo en aquellos momentos cuando es puesto a prueba por las expectativas de la ciudadanía. Esos son instantes para sacarse "la pintura de guerra" en la que está instalada la política, sobre todo a nivel parlamentario y partidista, y concretar en favor de las urgencias.
Se entiende por las dinámicas actuales, tanto locales como globales, que no es la continuidad de los acuerdos el estado habitual del sistema, pero cuando esas ventanas de comprensión llegan, apuntalan las bases de la democracia. Se renuevan los consensos y los procesos para buscar la resolución de las problemáticas que apremian. El diálogo que consigue los objetivos esperados por las sociedades, es un bálsamo para las confianzas públicas.
Los argumentos y los mensajes que comprenden su contexto, así como la necesaria empatía que permiten resignificarlos, ayudan a fijar un camino necesario para la dificultosa gestión del presente. Sin embargo, la política también es conflicto y negarlo es no entender el sentido mismo de esta actividad. De allí su complejidad.
La naturaleza humana permea las conductas políticas, por lo que es una navegación difícil, rara vez en aguas calmas. La fuerza estratégica que va moviendo el juego de los actores está en la disputa. No obstante, esa tensión debe ser lo suficientemente inteligente como para no terminar devorando a todo el sistema, a menos que los que se denominan como demócratas, busquen solapadamente la destrucción de la alteridad política, incentivando el desaparecimiento de las bases dialógicas de la propia democracia.
Este es un tema para observar. Puede existir la estrategia, cada vez más recurrente en diversas latitudes, de presentarse como el que salvaguarda las condiciones democráticas, plantea su protección en lo discursivo e institucional, pero desde la praxis y en su posición de poder, establece el escenario contrario.
Es decir, se aplasta el disenso y la posibilidad de un diálogo desde la diferencia, recurriendo a la construcción de un seudo enemigo, supuestamente dañino para todo el sistema. Se cancela la existencia del otro desde la ocupación espectacular de los espacios. Se busca focalizar las miradas de lo público en las atenciones que marcan el discurso único. Se inunda todo a partir de la superficialidad que genera una gratificación inmediata, aunque pasajera.
El diálogo político actual, la mayoría de las veces es duro porque alcanza un nivel de franqueza inicial que derriba los muros y saca las máscaras. Si se avanza en nuevos encuentros, puede aflorar la grandeza humana, tan esquiva en la política cotidiana. Por eso no son malas las noticias del reciente encuentro entre el gobierno y la oposición en La Moneda para abordar las reformas pendientes y la probidad, pese al pesimismo reinante.
El epílogo de esta secuencia nos evidenciará si el peso de la democracia es significativo para el sistema político chileno, o si se considera que el diálogo es una práctica a desechar, con las consecuencias que esto tiene para nuestra sociedad. 2
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