La imagen de un gigantesco socavón ubicado casi al borde de un conjunto de edificios con vista al mar en el sector de Cochoa, en el límite entre Concón y Viña del Mar, tiene el potencial de transformarse en un símbolo sobre las consecuencias negativas del excesivo desarrollo inmobiliario registrado en los últimos veinte años en el borde costero de ambas comunas. Las copiosas precipitaciones caídas en estos días provocaron el colapso de un colector de aguas lluvia ubicado en una zona colindante al edificio Kandinsky, que fue evacuado la noche del martes debido al riesgo de que un derrumbe de la calle de acceso dejara atrapadas a familias que viven en el inmueble.

La alcaldesa Macarena Ripamonti puso las responsabilidades sobre las autoridades del MOP que autorizaron la construcción del colector, en 2005, por un posible problema de diseño, y luego visaron la ampliación del ducto en 2017. Los expertos consultados por este Diario coinciden en que las tecnologías constructivas permiten edificar con seguridad en terrenos complicados, como las inclinadas dunas del borde costero, pero han advertido que cualquier tipo de obra debe contar con los diseños adecuados y una mantención permanente.

Al negocio inmobiliario le costará sacarse de encima la imagen del socavón en Cochoa, incluso si las responsabilidades definitivas corresponden al MOP, porque hay muchos grupos que han transformado en su razón de ser la oposición a cualquier proyecto de urbanización que contemple edificaciones en altura. Para enfrentar el daño reputacional que arriesgan, las empresas del rubro harían bien en abrir un espacio de reflexión sobre el impacto que generan sus iniciativas, cómo se vinculan con su entorno y qué medidas de control son necesarias para una actividad que siempre está muy preocupada por las restricciones que enfrenta, pero menos por las responsabilidades integrales que surgen de los proyectos que impulsa. Es indudable que un desarrollo inmobiliario equilibrado es indispensable para empujar el crecimiento económico que tanto necesita esta Región, pero precisamente por eso es urgente que los empresarios del rubro se sumen a la conversación sobre los necesarios límites a los que deben acotarse.

Aunque a menudo hay diferencias entendibles a qué le damos valor en nuestras vidas, hemos apostado por algunos cambios de rutina que han implicado invertir en cómo nos alimentamos, la importancia en hacer deporte, la tecnología en nuestras casas para teletrabajar, entre otras miles de inversiones que se han vuelto tendencias cotidianas. Pero como arquitecta y profesora de estudiantes de Arquitectura, siempre nos preguntamos junto a los/as colegas por qué no se invierte con la misma convicción en el diseño. Un buen diseño industrial para nuestros muebles, un buen diseño gráfico para comunicar mejor nuestras ideas y, sobre todo lo que a mi profesión compete, un buen diseño en arquitectura para nuestros hogares, calles, plazas y ciudades.

Quizás como sociedad no hemos entendido el valor del diseño en la arquitectura para mejorar nuestra calidad de vida, o nosotros, los profesionales, no lo hemos podido comunicar con más fuerza para que se haga tendencia en todas las esferas de la sociedad. Hemos naturalizado lugares poco adecuados, como paraderos de micros sin asientos, veredas interrumpidas por quioscos, plazas tomadas por cafés, dormitorios donde no cabe una cama, oficinas sin ventilación, entre tantos otros. Quizás también hemos naturalizado la crisis permanente en la cual estamos inmersos, sin ser capaces de anticipar escenarios posibles con respuestas formales eficaces, algo que la arquitectura debe hacer.

Winston Churchill, en uno de sus grandes discursos en la Casa de los Lores en 1943, dijo: "We shape our buildindgs; thereafter they shape us" (Damos forma a nuestros edificios; después ellos nos moldean). El buen diseño es capaz de cambiar positivamente dinámicas familiares en el espacio doméstico, potenciar lugares de buena convivencia, adelantarse a nuevas necesidades y dar forma a los distintos tipos de requerimientos que nuestra vida contemporánea impone al habitar. El buen diseño logra ver y mostrar un mundo que en ausencia del diseño es difícil imaginar.

En otra escala, el buen diseño en lo público, sean edificios, calles, plazas o parques, debenser esencialmente bondadoso con la diversidad de personas que existimos en lo público. Como dijo la ONU en el Congreso Hábitat del 2016, los espacios públicos deben ser articuladores de tejido urbanos, accesibles, verdes y esencialmente inclusivos. El valor del diseño es lograr esto con la diversidad de actores que están involucrados, plantear preguntas, construir debates, saber negociar y resignificar los espacios públicos planteados. El diseño es un acción, un proceso de diálogo donde el valor es esencialmente mejorar nuestro hábitat, medioambiente y con ello nuestra calidad de vida. Si me preguntan si es necesario, debo decir que es fundamental.