LA TRIBUNA DEL LECTOR Una fe sin apoyos externos
POR JOAQUÍN GARCÍA-HUIDOBRO CORREA, DOCTOR EN FILOSOFÍA, DOCTOR EN DERECHO Y ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
En otros casos, la reacción consiste en intentar subirse a una suerte de Arca de Noé, representada por ciertas comunidades de creyentes, y dejar que el diluvio consuma todo lo que está alrededor, en espera de que algún día lleguen tiempos mejores. Ambas posturas tienen al menos un punto en común: son fruto de un acostumbramiento de siglos, donde los cristianos contábamos con que las estructuras sociales, con todas sus deficiencias, apoyaban nuestra fe. Cuando ellas faltan, se adapta la fe a los tiempos o se los rechaza.
Durante siglos, existía en la sociedad una suerte de sentido común que estaba inspirado en el cristianismo y que se encarnaba en las leyes y en las instituciones. Pensemos, por ejemplo, en las pugnas político-religiosas que agitaron a todos los países latinoamericanos durante el siglo XIX. Ellas fueron muy fuertes y, en ocasiones, estuvieron acompañadas de la violencia física. En todo caso, más allá de la dureza de esas disputas, hay que destacar que "católicos" y "liberales" tenían más coincidencias de lo que parecía a primera vista. En efecto, unos y otros creían en Dios y aceptaban que el hombre poseía un espíritu y estaba llamado a un destino trascendente; ambos grupos reconocían la existencia de un orden moral que no dependía del capricho de cada uno; afirmaban la inviolabilidad de la vida inocente; no tenían la menor duda de que el matrimonio era una unión permanente entre un varón y una mujer, y estimaban que la familia no sólo era algo bueno, sino que constituía el núcleo de la sociedad, de modo que se le debía dar la necesaria protección civil y penal. En suma, laicistas y católicos estaban más de acuerdo de lo que pensaban.
Hoy, en cambio, advertimos diferencias radicales entre el laicismo del siglo XIX y el actual. Pensemos en dos. La primera es que el mundo laicista ya no comparte con el catolicismo ese núcleo de convicciones fundamentales en materias tan importantes como el respecto a la vida o la estructura de la institución familiar. La segunda diferencia es que el laicismo tradicional reconocía implícitamente la superioridad moral de la fe cristiana y se dejaba inspirar por ella. En cambio, el laicismo actual niega esa superioridad y somete a dura crítica al cristianismo, particularmente en sus vertientes institucionalizadas. Dicho con otras palabras, el laicismo contemporáneo es un hijo de la Revolución del 68, que probablemente es una de las más profundas que ha vivido Occidente.
En suma, las estructuras sociales hoy, en buena medida, ya no responden a las convicciones cristianas y esto produce en muchos creyentes una sensación de orfandad. En unos casos, la reacción será, como se dijo, meramente adaptativa, con una religión aburguesada. En otros, tendrá el signo del rechazo, pero en ambas situaciones está presente la idea de que fe cristiana y estructuras sociales deben ir necesariamente de la mano. No niego que las leyes y las instituciones sean muy importantes; sin embargo, no hay que olvidar que durante los primeros siglos esa inadecuación entre la fe y el medio social era una constante, y eso no impidió a los primeros cristianos vivir sus creencias de modo muy radical. Quizá las dificultades actuales sólo indiquen que ha llegado el momento de tomarse muy en serio el ejemplo de esos antepasados nuestros en la fe que no tenían tiempo para estar pesimistas. * El profesor Joaquín García-Huidobro dará hoy, a las 11 horas, una charla gratuita, llamada "Ser cristiano en una sociedad menos cristiana", en el salón parroquial de la Iglesia San Antonio de Viña del Mar.
Muchos cristianos ven con preocupación que las leyes y estructuras sociales ya no entregan un respaldo a su fe. Las reacciones ante este fenómeno son muy variadas. Algunos lo enfrentan de manera simplemente adaptativa: buscan ajustar el cristianismo a los nuevos tiempos, hacer de nuestra fe un producto que no incomode a nadie, y para eso se la reduce a unos mínimos que pueden ser compartidos por cualquiera. La han transformado en una mera filantropía despojada del carácter de provocación que desde sus inicios tuvo el cristianismo.