MÁS ALLÁ DE LA BRÚJULA Buceo alucinante en Tailandia
POR CRISTIÁN CORTÉS, PERIODISTA VIAJERO
Hace diez años, cuando andaba de turista primerizo, me salté de muchas experiencias locales y verdaderamente únicas en Tailandia. Entre ellas, el error de no haber hecho un curso de buceo en uno de los mejores lugares en toda Asia, algo de lo que me arrepentí y mucho.
Desde aquel entonces comencé a tener toda clase de sueños lúcidos sobre la hipotética experiencia; bucear, observar el infinito de un azul turquesa que se perdía bajo el agua rodeado de peces. Escuchar el hipnotizante sonido del burbujeo, flotar y gozar de la gravedad cero durante generosos lapsus. Y sí, eran de esos sueños muy reales, de los que te hacen feliz, de los que uno lamenta haberse despertado. Estos sueños, tan reales que causaban felicidad, me atormentaban.
Afortunadamente, este episodio comenzó a disiparse a medida que mi segunda oportunidad se acercaba. Así es como a través de la producción de un documental de viajes sobre Tailandia, tuve la oportunidad de regresar a la isla de Koh Tao y con ello la oportunidad de reivindicarme.
Koh Tao, que en tailandés significa isla tortuga, es una porción de ensueño en medio del Golfo de Tailandia que destaca por sus vibrantes arrecifes de colores psicodélicos y una diversa vida marina.
Y allí, en medio de laberintos de callecitas y de hostales impregnados por el aroma tentador de asados callejeros, se encuentra "Pura Vida", centro de buceo recomendado como uno de los mejores lugares para obtener la certificación "Open Water Diver", curso de cuatro días que me permitiría realizar este sueño.
La aventura comenzó a las cuatro de la tarde y en las aulas, junto a un grupo de alemanes, españoles e italianos, para conocer nuestros instructores, momento ideal que sirvió también para romper el hielo y los nervios previos a la aventura.
A las 8:30 de la mañana del segundo día continuamos con el viaje teórico hacia los secretos de las profundidades. Descubrimos reglas ocultas que rigen el mundo subacuático: la danza de las presiones, la música misteriosa del sonido bajo el agua y las caprichosas distorsiones de la visibilidad.
Al mediodía, finalmente, nos sumergimos en el abrazo líquido de Japanese Garden, una piscina natural de cinco metros donde los sentidos se desbordaron en un caleidoscopio de colores y formas alienígenas. "¿Estoy soñando?", me pregunté mientras mi mente intentaba asimilar la realidad surrealista ante mis ojos. Era como una película de ciencia ficción, un portal a un mundo totalmente alienígena donde las leyes terrestres cedían ante el encanto del océano profundo.
Al tercer día, el mar nos llamó con su promesa de descubrimiento. Nuevos lugares, nuevos tesoros: Japanese Garden y Red Rock, revelando un desfile de maravillas submarinas. Las profundidades de diez metros nos acogieron en su abrazo y los límites terrestres se desvanecieron.
Flotando en ese abismo azul nos dimos cuenta de nuestra pequeñez en el vasto cosmos acuático. "¿Es esto real?", pregunta que flotaba en mi mente mientras el océano despertaba epifanías de infinitud y fragilidad.
El cuarto día nos sumergimos en White Rock y Twins para por fin sumergirnos en los 18 metros de profundidad, desafiando límites físicos y emocionales. Los colores se volvieron más extraños, las presiones más intensas, pero también la satisfacción aumentaba. No estábamos sólo buceando; estábamos redefiniendo nuestros límites.
El episodio pasó rápido pero dejó una marca. En medio de esa inmensidad recordamos nuestra humildad. Al final de la jornada nos unimos, compartiendo comidas, cervezas y risas, forjando lazos fraternales en el entorno hipnótico de Koh Tao.
Y así llegamos al último día, donde un banco de barracudas nos saludó con una danza de colores. El océano nos entregó un regalo final, una sinfonía de formas y destellos plateados, redefiniendo la majestuosidad de la naturaleza.
Al regresar a tierra firme, la certificación oficial en mano y reflexionamos sobre la experiencia. Enfrentamos desafíos, tocamos lo desconocido y emergimos transformados. El viaje no sólo nos llevó a las profundidades del océano, sino también a las profundidades de nosotros mismos. Un recordatorio de que la vida es corta, pero nuestras experiencias pueden ser tan vastas como el mar.