APUNTES DESDE LA CABAÑA
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Con cada improvisación retórica que despliega, el Presidente Boric se dispara en los pies. Como le ocurre con su gobierno, que no será lo que él imaginó, o la convención constitucional, que no logró imponer el Chile radicalmente distinto que él soñó, su comparación de la muerte del dirigente comunista Teillier con la de un brigadier condenado por participar en el estremecedor asesinato de Víctor Jara, el mandatario volvió a exhibir su atroz falta de criterio.
Dos aclaraciones: Una, ignoro si el brigadier fue condenado justa o injustamente, pero la justicia dictaminó al más alto nivel; y dos, condeno la violación de derechos humanos del color que sea, como asimismo el uso de ejércitos o guerrillas o resquicios legales para imponer a un país un sistema no avalado por su ciudadanía. Dicho esto, considero inadmisible que un presidente insulte el cuerpo aun tibio de un anciano de 86 años que, al ser arrestado para cumplir una condena de quince años de prisión, se quita la vida. Boric se equivoca: el brigadier no quedó impune ni eludió la justicia. Pero prefirió la muerte a verse tratado de una forma que supuso indigna, como debe haberle ocurrido al expresidente Salvador Allende hace medio siglo en La Moneda.
¿Quién es Boric para juzgar a ambos por su decisión de suicidarse? ¿De dónde concluye que ambos suicidas fueron cobardes? ¿Quién le dio el derecho a acusar a todos los suicidas de cobardes, y de qué conocimientos está pertrechado que fundamenten su veredicto? ¿Habrá pensado este político impulsivo en el dolor y los sentimientos de culpabilidad que acompañan por el resto de su vida a los familiares de los suicidas? ¿Es este el mismo ser que ha pontificado por años sobre que dará más atención y recursos a las enfermedades mentales en Chile? ¿Cómo hacemos calzar el uno con el otro?
La soberbia de Boric me lleva a recordar a Osiris, el temido dios egipcio que, asistido por un tribunal de 42 jueces decidía sobre los seres humanos. Tras la muerte de la persona, su alma era colocada en el platillo de una balanza, y en el otro platillo yacía una pluma representando a la virtud. Si el alma pesaba menos que la virtud, Osiris enviaba esa alma a la vida eterna. Si pesaba más debido a sus pecados, era arrojada a un animal con patas de león y cabeza de cocodrilo, donde uno moría por segunda vez y desaparecía de "la historia oficial" de Egipto. Hace 3000 años, Osiris calificaba y juzgaba.
La soberbia de Boric me recuerda también a Fidel Castro, creador de un sistema tiránico fracasado, que lleva 64 años sin elecciones libres ni pluralismo político, dictadura a la que Boric por cierto no se refiere ni toca ni con el pétalo de una rosa, exigencia del principal partido de su gobierno.
Castro solía juzgar a las personas en vida y también tras la muerte, pero sin tribunal. En vida los premiaba si le eran útiles y leales, o los hostigaba, reprimía, encarcelaba, exiliaba o ejecutaba cuando eran considerados "elementos desafectos" o contrarrevolucionarios. Sin embargo, frente a los suicidas, me refiero a sus camaradas suicidas (los que se quitaban la vida en las cárceles políticas o morían sobre una balsa en un mar plagado de tiburones mientras intentaban llegar a la libertad no le interesaban), frente a los suicidas que le habían servido -insisto-, mostraba una conducta sui géneris: los ensalzaba en una declaración pero no asistía a su funeral. Los cubanos rumoreaban que condenaba el suicidio por su formación jesuita (Castro fue converso: de jesuita se hizo ateo y luego en comunista).
Para el Castro comunista, un revolucionario no se suicida pues hacerlo es rendirse, y un revolucionario debe inmolarse por sus ideas pero no rendirse. Paradójicamente en la única ocasión en que estuvo ante esa disyuntiva, tras su fracasado ataque al Cuartel Moncada, en 1953 (Fulgencio Batista llevaba dos años en el poder), se entregó el ejército bajo la protección del obispo de Santiago de Cuba. El dictador Batista lo amnistió dos años más tarde por gestión de Díaz-Balart, suegro de Castro y ministro del régimen. Fidel se fue entonces a México, donde conoció al Che, y en 1956 desembarcó en Cuba para iniciar la guerrilla supuestamente no comunista que triunfó en enero de 1959, apoyada por Estados Unidos, hoy la más longeva dictadura unifamiliar de Occidente.
Destacados colaboradores de Castro se suicidaron mientras le servían. Entre los suicidas figuraron Nilsa Espín y su esposo (1965), cuñada de Raúl Castro; Javier de Varona (1970), jefe de la fracasada Zafra de los 10 Millones; Alberto Mora (1972), ministro de comercio exterior y adversario del Che; Haydée Santamaría (1980), presidenta de Casa de América; Osvaldo Dorticós (1983), presidente de Cuba 1959-76, y luego ministro de justicia, tras disputas en la cúpula castrista. Y recordemos que tanto Beatriz (1977), hija del presidente Allende, como Laura (1981), hermana del mandatario, se quitaron la vida asimismo en La Habana.
Espero que alguien del segundo piso de La Moneda o una instancia superior convenza a Boric de que pida perdón a los suicidas, a sus familiares y amigos, y al país en su conjunto por sus crueles, insensibles y destempladas declaraciones sobre asuntos en los que no le cabe opinar. Presidente: ante ciertos asuntos es preferible que como máximo representante de los chilenos guarde silencio y no siga azuzando el fuego que usted volvió a encender en la pradera.