LA TRIBUNA DEL LECTOR Habitar el desasosiego
POR BORIS GONZÁLEZ LÓPEZ, PDTE. DIRECTORIO PARQUE CULTURAL DE VALPARAÍSO, DIRECTOR GRAL. DESARROLLO ESTUDIANTIL UPLA
El abuelo del Nobel portugués, José Saramago, presintiendo la inevitable llegada de la muerte, se despidió entre lágrimas y abrazos de sus árboles frutales y de esos animales que durante décadas lo alimentaron a él y a su familia en el pequeño pueblo rural de Azinhaga, a unos cien kilómetros al noreste de Lisboa. A través de ese gesto de ternura y gratitud profunda, ese viejo agricultor analfabeto confirmó que la sabiduría no es patrimonio de las aulas y que su manifestación concreta continúa siendo el principal sustrato ético que provee de esperanzas a este mundo que sufre.
Son los sabios y sabias populares anónimos, como los identificaría nuestro último Premio Nacional de Humanidades, maestro Gastón Soublette, quienes deben volverse otra vez reconocibles para ser articuladores genuinos que aporten, particularmente a las generaciones jóvenes, esos actos educativos emancipadores centrados en esa sabiduría elemental olvidada. Una sabiduría cuyo hogar de residencia son los ejercicios de memoria, la preocupación por lo común y por el bienestar genuino hacia los otros y otras, además de ser el principal antídoto para enfrentar las violencias económicas, políticas, sociales, medioambientales y de género que seguirán caracterizando y vulnerando nuestras vidas.
La concreción material de esos saberes está presente diariamente en las enseñanzas que promueven nuestros pueblos originarios. Particularmente, la idea que es también una práctica ancestral, que sostiene que cuando miramos al futuro en realidad estamos observando detenidamente el pasado, escudriñando y regresando a él, interrogándolo, buscando sacar lecciones trascedentes que integren esa idea de buen vivir que anhelamos materializar colectivamente. No es un asunto menor que deba relativizarse o mediatizarse: las condiciones materiales y culturales del mundo requieren de una transformación rotunda si queremos que la vida de la humanidad perdure.
En este contexto es indispensable señalar, con total claridad, que el negacionismo es, en sí mismo, un discurso suicida. Y para confrontarlo es fundamental que las políticas públicas en materia de educación, formación integral, culturas, artes y patrimonio, se nutran específicamente de esa sabiduría popular que amalgamó Chile y sus localidades, e incorpore los saberes territoriales que caracterizan la diversidad humana, medioambiental y geográfica, curricularizándolos sistemáticamente en transformadores y novedosos planes formativos, cuya principal misión y tarea debe ser coformar personas que entiendan las complejidades del mundo que viven.
Como señalaba el mismo Saramago: "La función de quienes tienen la responsabilidad del Gobierno y también de los artistas consiste en la obligación de hacer el mundo cada día más humano. Por vivir en comunidad, nuestra misión consiste en construir humanidad".