LA PELOTA NO SE MANCHA La dieta de Big Mac y el fútbol
POR WINSTON POR WINSTON
El día viernes en la mañana, a los wanderinos se les paralizó el corazón. Uno de los titulares de este diario anunciaba que el arquero de su equipo había sido detenido por manejar en estado de ebriedad. El susto se justificaba si consideramos que el arquero Eduardo Miranda ha sido un ángel de la guarda en las últimas jornadas y que además tenía sus papeles manchados por acusaciones de hurto en un supermercado.
Sin embargo, no fue Miranda el implicado, sino Fernando Hurtado. El experimentado portero, según señala la crónica, mientras esperaba para ser atendido en el servicio de auto de McDonald's, realizó una mala maniobra que terminó impactando a otro auto. Esto llamó la atención de los Carabineros, que hicieron el alcotest al jugador, dando como resultado 1,83 gramos de alcohol en su sangre. Eso equivale a 5 copas de vino o 4 vasos de cerveza o dos piscolas.
No me corresponde a mí juzgar al portero y condenarlo públicamente por un tema archiconocido, como son los peligros de manejar con alcohol en el cuerpo, pero que, a partir de la evidencia, no logran crear conciencia en algunos.
Quiero quedarme con el otro punto preocupante de esta historia: ¿Qué hace un jugador de fútbol profesional en un lugar de comida chatarra a altas horas de la madrugada? Si la manzana de Eva nos sacó del Edén, una Big Mac podría acabar con la carrera profesional de este futbolista.
La relación de los deportistas con la comida es clave. Quizás el mejor ejemplo sea el tenista serbio Novak Djokovic. Después de unos malos resultados, Nole sentía que la energía se le iba del cuerpo antes de terminar cada partido y decidió hacer un cambio drástico en su vida. Abandonó el gluten y una serie de alimentos. Al final de su libro "El Secreto de un ganador" ofrece una dieta destinada a adelgazar más la billetera que al sujeto que la consuma. Entre otras exquisiteces figuran: Manzanas con mantequilla de anacardo; ensalada picante de fideos soba, almendras asadas con tamarí, boniato al horno, etc. ¿Alcohol? Solo una copa de vino, por considerarlo una bebida sagrada, pero jamás en campeonatos, es decir, casi nunca.
Pero los futbolistas son distintos. La mitología popular dice que Carlos Caszely se comía un plato de fideos antes de los partidos y la imagen de Coca Mendoza comiendo tallarines en un reality forma parte de la memoria colectiva de los chilenos.
Alguna vez le escuché decir al talentoso volante boliviano, Marco Antonio Etcheverry, que cuando llegó transferido al Albacete de España, lo primero que hizo fue ir a llenar el carro en un supermercado. Comió tanto, que terminó enfermo. Algo similar le pasó al inglés Paul Gascoigne en el mundial de Italia 90. Luego de un entrenamiento, comió tanta pasta que terminó en el hospital por una distensión estomacal. Pastas en Roma, quién podría culparlo.
Los sevillanos aún recuerdan el paso de Diego Armando Maradona, aunque más por su apetito que por su magia, en especial su gusto por la piernas de jamón de bellota y su capacidad para devorarlas como si se tratara de tutos de polllo.
Aunque quizás la anécdota más famosa en el ámbito local sea la de Eugenio Méndez, en un viaje a la Ligua comió tantos pasteles que también se enfermó y ganó un apodo de por vida.
En fin, ya han sido demasiados los casos de jugadores detenidos por manejar en estado de ebriedad. En este caso, la responsabilidad es doble, no solo por cometer un delito, sino además porque quedaron en evidencia sus malos hábitos alimentarios.
La próxima vez que lo detengan, por último, sea por un completo, pero no una hamburguesa.