APUNTES DESDE LA CABAÑA Chile: País de copilotos
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Una tradición nuestra que me llama la atención es la de los "copilotos" que figuran en diversas labores nacionales. La verdad es que la descubrí cuando joven, en los buses de la locomoción colectiva. Y la tradición continúa viva: veo a menudo que los choferes viajan acompañados de alguien que se sienta junto a ellos y no se dedica a cobrar ni a facilitar el flujo de pasajeros sino simplemente a platicar con el chofer y, a veces, a cambiar la emisora que éste lleva a todo full.
Observando aquello me quedo hoy con la impresión de que lo que más interesa al chofer, además de cobrar pasajes, meter cambios y consultar en las paradas al datero por la ventaja que le lleva el bus que lo antecede, es conversar con su copiloto.
Intuyo que se trata de un "compadre" que dispone de tiempo libre o dinero, que más o menos es lo mismo, y con el cual comenta temas acuciantes, de modo que uno, si va sentado cerca, se entera de ellos y de alguno que pone los pelos de punta. En otras ocasiones hay choferes que llevan de compañía a "una copilota" acicalada, tal vez esposa, pareja o amiga, subyugada por las destrezas al volante de su conductor mientras los pasajeros oran para que el viaje sea seguro. Y si por A, B o C, el bus inicia una desbocada carrera con otro bus también con copiloto, lo prudente, aseveran versados, es bajarse cuanto antes pues las carreras se tornan más osadas que cuando el chofer va solo.
Mientras el bus da bandazos a orillas del Pacífico por la sinuosa Avenida España y algunos pasajeros reclaman por el cruel batuqueo, la mayoría finge (fingimos) que el riesgo del naufragio lo corre sólo el chofer, y lo cierto es que entre el rugido del motor, el reguetón por los parlantes y el arrobo que causa la carrera a la copilota, no hay cómo ser escuchado ni posibilidad de bajarse ni menos de recuperar el cobro del boleto para abordar un bus que no compita como si estuviese en Indianápolis. Y no hay ni que subir a un bus con el espejo del chofer que advierte: "Dios es mi copiloto. Sólo él sabe si llego". El filósofo alemán Hartmut Rosa sostiene que lo que destruye al ser humano en la sociedad capitalista moderna es la adicción a la aceleración. Bueno, Chile parece aportar la prueba.
Pero también veo "copilotos" en supermercados. En un inicio pensé que capacitaban a alguien en la caja, pero después noté que a menudo se trata del "compadre" o "comadre" con quien el/la cajero/a (no discriminemos) conversa mientras registra precios y cobra, aunque sin cometer la grosería de interrumpir la conversación. Ahí pareciera que la solidaridad destroza la aseveración de que nuestro modelo genera sólo egoísmo y competencia entre la gente.
Por rapidez (por acelerado, diría Herr Rosa desde Berlín) prefiero el pago autoservicio. Allí al menos la máquina cobradora se dedica por entero a mi y no la interrumpo en nada. Pero a veces el asistente a cargo de ayudar al cliente agobiado con el cobro automático, también tiene copiloto y ya...
Constato la misma tradición en ascensores antiguos, de esos con palanca, que conducen señores de corbata sentados en un piso. Durante el viaje, piloto y copiloto siguen enfrascados en la copucha de modo que uno se entera de los fallos del ascensor y de los últimos robos y reventones de cañería en el edificio. Puedo entender que el copiloto sea crucial para quien pasa encerrado en una caja, aunque también he visto la tradición en funiculares porteños, donde la vista sobre la bahía es estupenda.
También me llama la atención el copiloto de los vendedores de diarios instalados en kioskos. El copiloto conversa con el compadre a través de la ventanilla, y a veces -en kioskos cuyas dimensiones lo permiten- se acomoda dentro, junto al diarero, con una taza de café y un sándwich, de modo que, enmarcados en la estrechez de la ventanilla, parecen lectores de noticias en la televisión.
Notable en Chile tanto la necesidad de compañía como la disposición de muchos a acompañar a otros en el trabajo, aunque así la plática se vuelve central y debe causar la baja productividad de que se lamentan inversionistas. Me temo que esto revela a su vez un déficit comunicacional nacional, que corroboran los noticieros, donde todo el mundo aprovecha para opinar sobre un choque o un robo. Pero, ¿de qué viven tantos copilotos profesionales? Sorprende cuántos acompañan a un piloto por solidaridad. Contrasta con la barra de restaurantes japoneses, donde los maestros del sushi no hablan y cada uno labura inmerso en lo suyo, dedicado a una labor muda, meticulosa y concienzuda.
La tradición del piloto y el copiloto me recuerda el verso de Antonio Machado, que dice: "Converso con el hombre que siempre va conmigo…", a lo que Carletto, un amigo políticamente incorrecto, me retruca: "pero el gran poeta escribía los versos solo".