Memoria dormida
El olvido o el recuerdo selectivo se ha transformado en un problema que a simple vista podría parecer inocuo, pero que fomenta negacionismos, frustraciones y arriesga al país a cometer nuevamente los mismos horrores o mantenerse en un peligroso statu quo".
"La falta de memoria colectiva no sólo es injusta para las víctimas y sus familias, sino que también es peligrosa para la sociedad en su conjunto", dijo el director ejecutivo de Amnistía Internacional, Rodrigo Bustos, a propósito de la conmemoración del denominado estallido social de 2019 y el abandono del Estado hacia las víctimas de trauma ocular.
El olvido o el recuerdo selectivo -depende cómo se le quiera llamar- se ha transformado en un problema que a simple vista podría parecer inocuo, pero que fomenta negacionismos, frustraciones y arriesga al país a cometer nuevamente los mismos horrores o mantenerse en un peligroso statu quo, que -como todo equilibrio forzado- puede romperse en cualquier momento. Tal como sucedió hace cuatro años.
Esos riesgos aumentan cuando infantilmente hacemos como que nada ha pasado y el recuerdo de la revuelta pasa sin pena ni gloria. En 2019, vimos un movimiento ciudadano muy masivo, que abarcó no sólo a Santiago, sino que a todo Chile, donde en las calles se unían distintos "quintiles" -como lo plantean a propósito de las políticas públicas y encuestas-; diversas generaciones, las y los que habían vivido el Golpe, pero también los que llegaron en el nuevo milenio, y que además generó una lucha que reunía a abuelos, padres e hijos bajo una misma petición: terminar con la desigualdad.
Hoy todo aquello se apagó y sólo quedaron prendidas una que otra barricada a propósito de grupos más violentistas. Pero todas y todos aquellos que marcharon, que cacerolearon cuando había toque de queda, que bailaban en las calles, ahora guardaron silencio. Luego de enero de 2020, vino la pandemia por covid-19 y los chilenos volvimos cada una y uno a lo suyo, al individualismo que caracterizó a este "tigre" económico de los '90, donde el que puede se rasca con sus propias uñas y el que no, a nadie le importa.
Lo mismo sucedió para la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado. Medio siglo desde el quiebre de la democracia, que se abarcó mayormente desde la literatura, el cine, las artes, pero que la política y la ciudadanía vivieron como un día más, apenas con pequeñas marchas y velatones a cargo de mujeres, que siguen reivindicando su propio trabajo, el de sus madres y abuelas en la búsqueda de las víctimas de DD.HH. Pero el país no se permitió un momento necesario de reflexión transversal, sin importar ideología o partido político, en el que nos comprometiéramos por los derechos fundamentales que nadie que se considere humano debiera poner en cuestión.
¿Qué pasó con este olvido selectivo? Permitió que quienes aún defienden un negacionismo doloroso y que avergüenza, se atrevieran a sacar la voz que tenían escondida bajo un falso manto demócrata. Porque si bien la derecha no se sentía cómoda cuando Sebastián Piñera -al conmemorarse los 40 años en 2013- hablaba de los "cómplices pasivos", al menos reclamaban en privado. Pero hoy gritaron sin tabúes que para ellos no existen los ejecutados políticos, detenidos desaparecidos y personas torturadas, en una muestra de crueldad inentendible sobre todo cuando muchos de ellos se dicen cristianos. O que volvieran a mezclar peras con manzanas, justificando el golpe y la brutalidad por lo ocurrido en el gobierno de Salvador Allende.
La lista de memorias acomodaticias podría ser eterna. Y lamentablemente, todas generan revictimizaciones dolorosas. Otra muestra de aquello fue cuando esta semana conocimos nuevamente vulneraciones dramáticas a los derechos de niñas y niños bajo el resguardo del Estado en residencias colaboradoras del Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia -que sustituyó al Sename-, donde se denunció la existencia de explotación sexual infantil. Cuando apenas han pasado siete años desde el asesinato de Lissette Villa (10) que permitió a todo Chile conocer las atrocidades que se cometían contra nuestros menores, en vez de resguardarlos como tesoro vivo que son, nuevamente metemos la mugre bajo la alfombra y recordamos sólo lo que nos conviene o interesa, en un país que claramente tiene la memoria dormida. 2
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