LA PELOTA NO SE MANCHA Medalla de oro para Santiago 2023
POR WINSTON POR WINSTON
Hace uno meses, un tío que vive en Canadá me comentó que quería venir a Chile a los Juegos Panamericanos. La verdad es que cuando me lo dijo me pareció exagerado. Una cosa es volver a Chile a ver a familiares y a amigos a quienes no ve hace mucho tiempo y otra, desplazarse miles de kilómetros para ser parte de algo que podría disfrutar en la comodidad de la televisión de su casa en Montreal.
Recién, después de casi un mes de competencia, lo entiendo. Los Juegos Panamericanos, hoy lo puedo decir en propiedad, no se pueden dimensionar hasta que se viven en carne propia. No es que haya participado como deportista, pero sí he podido ver algunas competencias de cerca, apreciar el esfuerzo sobrehumano de sus representantes, alentar desde la tribuna cada punto como si fuese un triunfo propio y me he conmovido hasta las lágrimas, aunque en mi caso eso no sea mayor novedad.
Me he conmovido porque nunca imaginé que seríamos capaces de abordar un evento como éste de la forma como lo hemos hecho. Es cierto que hubo problemas: atrasos en las entregas, enredos en las llaves de los departamentos, una palabra mal traducida al inglés, etc. Pero en el balance general, estamos muy cerca del oro.
Las mismas imágenes de Santiago, Valparaíso y Viña del Mar nos presentan ciudades extraordinarias y nos recuerdan lo lindas que se ven cuando se cuidan.
¡Qué decir de los deportistas! Se han pasado. Ya la semana pasada destaqué lo duro que es serlo en Chile y la falta de oportunidades. Hoy vemos a personas que encontraron desde pequeños a alguien que se la jugó por ellos y despertaron talentos que podrían haber quedado invisibilizados.
Lo que me lleva a pensar en todas aquellas personas que han pasado su vida, sin saber que esconden una extraña habilidad que, junto a un inmenso y disciplinado esfuerzo, los podría transformar en campeones de tiro, lucha greco-romana, boxeo o break dance (me extralimité en los ejemplos, este último no me parece deporte).
En esta línea, me saco el sombrero por todos aquellos deportistas que han luchado contra la adversidad con el sueño de obtener una medalla. Adversidad que no solo tiene que ver con la falta de recursos, sino también con la falta de respeto de algunos que, desde la comodidad de un sillón y un micrófono en la mano, sienten que tienen la autoridad para determinar lo que debe hacer cada uno.
En buen chileno, todos los que compiten, "se han sacado la cresta" para llegar adonde están. En un país como el nuestro, nadie les ha regalado nada, por eso lo que han logrado es extraordinario. Párrafo aparte para todos aquellos que migraron a Chile y engrandecieron a nuestra patria.
Por último, hay que destacar también al público. Santiago 2023 ha demostrado que a la mayoría de los chilenos le interesa el deporte y que, si tienen la oportunidad, van a asistir a los estadios y gimnasios a disfrutar de forma sana y alegre de lo que implica ser parte de una sana competencia.
En ese sentido, el gran problema es que hemos apostado por el fútbol. Quizás el deporte más aburrido de todos los que hemos visto en estos Panamericanos. El fútbol no solo es demasiado largo en tiempo y lento en su desarrollo, sino que además está contaminado por la pérdida de los valores deportivos que llevaron a Pierre de Coubertin a reeditar los Juegos Olímpicos modernos.
Después de casi un mes de competencia, entiendo perfectamente a mi tío y lamento que no haya podido ver los Panamericanos conmigo. Pero creo que he estado a la altura y he sido un digno reemplazo. Incluso, he pensado tatuarme un Fiu en el brazo.
Ahora viene lo difícil. Intentar olvidar estos maravillosos juegos, apoyar los parapanamericanos y "hacer de tripas corazón" para enfrentar lo peor de lo nuestro: el torneo profesional de fútbol. No sé si podré soportarlo.