"Todavía nos hacemos cariño, nos abrazamos, nos besamos, o sea, ninguno de los dos está aburrido"
Su esposo, en tanto, reconoce que han discutido, pero nunca han peleado a pesar de que están juntos desde 1951.
"Compañeros en el bien y el mal / Ni los años nos podrán pesar / Amorcito corazón, serás mi amor", dice parte de la canción que interpretó Pedro Infante en la película "Nosotros los pobres", llamada "Amorcito corazón", de 1948. Por esa misma época se conocían Silvia Navia y Carlos Ramírez, quienes participaban en un grupo juvenil en la Parroquia Nuestra Señora de Andacollo del cerro Ramaditas, Valparaíso, donde hacían obras de teatro y otras actividades.
No fue hasta 1951 que empezaron a pololear y dos años después contrajeron matrimonio un 8 de noviembre. Siete décadas juntos que lo hacen un raro caso en un contexto donde las parejas no suelen durar tanto; tiempo en el que además han sabido enfrentar juntos problemas, separaciones, duelos y alegrías.
Formar una familia
Cuando miran hacia atrás ambos recuerdan exactamente que su relación se inició un 17 de abril. "Fue un pololeo bonito, porque fue entre muchas amistades juveniles y paseos", dice Carlos, agregando que "ella cantaba y yo tocaba violín, guitarra también, así que andábamos por ahí"; mientras Silvia cuenta que ella también aprendió a tocar guitarra con él.
"¿Te acuerdas que una vez que vestidos de huaso cantaste tú y yo con la guitarra, y nos ganamos una gallina?", le dice Carlos a Silvia entre las risas de ambos. Y añade: "Así fue nuestro primer tiempo hasta que nos casamos en noviembre. El 8 de noviembre de 1953".
"Yo me casé porque tenía un proyecto de familia, conocía a Silvia, conocía sus características, qué le gustaba, tenía mucha afinidad conmigo. Conversábamos de la familia, y le dije que quería tener cinco hijos, y ella dijo 'yo también'. Estábamos de acuerdo", relata Carlos sin dejar de sonreír.
Los contras
Se fueron a vivir a la casa de Ramírez, que estaba frente a la parroquia y donde estaba también la madre de éste, quien vivió con ellos casi toda su vida siendo cuidada por su nuera, algo que él agradece. Poco antes de casarse, entró a trabajar a la empresa Ferrocarriles del Estado, de la cual jubiló en 1980, y ella se desarrolló como administrativa de un hospital.
Pronto comenzaron a llegar los hijos. Pero no fue fácil: "Tuvimos cinco, pero con problemas. Yo no sabía que era RH Negativo, entonces, la primera hijita se salvó. Pero la segunda vez que me embaracé... Yo llegaba a término y ahí me daba cuenta de que ya no había vida. Entonces fue como de uno por medio", rememora Silvia.
De los tres que sobrevivieron, además, la mayor también falleció cuando tenía 45 años. Por lo que ahora les quedan dos hijos, uno en Quilpué y el otro en Talca, sus ocho nietos y cuatro bisnietos.
Otra de las vicisitudes que vivieron fue cuando Ramírez fue ascendido a ayudante de maquinista. "Eso significaba que me tenía que trasladar a Santiago. Chuta, fue una cosa que nos dolió, porque era una separación. Yo tenía que estar, por lo menos, una semana o diez días, para tener un día libre. Así que la lloriqueamos un poco", comenta Carlos.
A pesar de ello, "a veces venía por unas horas no más, y se devolvía en el tren de más tarde", detalla Silvia. A lo que Carlos agrega: "Día libre que tenía, partía para acá. Y había que hacer convenios, porque uno siendo máquina no tenía pase libre para cualquier día. Tenía uno al año para vacaciones nada más, pero no se podía andar de pasajero de aquí para allá, así que uno tenía que ponerse en la buena con los inspectores".
"Cuando estuvimos separados por traslado fue difícil, muy difícil. Pero en cuanto podía se arrancaba de Santiago a Valparaíso, y alcanzaba a estar tres horas y ya tenía que devolverse, pero nos venía a ver. Todo eso, lo valoro", sostiene Silvia.
Apoyos
Debido a los hijos, Silvia dejó su trabajo y se dedicó al cuidado de ellos. Sin embargo, eso no significó que dejase de ayudar en la casa económicamente, por lo que tomó cursos de diferentes cosas que podía hacer desde el hogar, por lo que comenzó a hacer pan y empanadas. "Así nos ayudamos" dice Carlos, que llegó a ser maquinista de la Empresa de Ferrocarriles del Estado.
"Después -añade Silvia- estudié en Inacap moda, corte y confección. Ahí me dediqué a eso hasta que los hijos crecieron, y dejé de hacerlo porque también él (Carlos) no quería que yo siguiera trabajando. Así que renuncié y nos dedicamos a pasarlo bien".
Las Recetas?
Hace unos 30 años la pareja llegó a vivir a Villa Alemana, casi por casualidad. Esto porque uno de sus hijos pensaba irse a la zona, pero por motivos de trabajo, no podían hacerlo de inmediato, por lo que ellos se fueron a vivir a esa casa. Cuando llegó el momento de devolverse al cerro Ramaditas, prefirieron quedarse en la comuna.
Fue allí donde el domingo 5 comenzaron las celebraciones de sus Bodas de Titanio, yendo a la iglesia para dar gracias por estos años, y luego con un almuerzo familiar en casa de su hijo mayor.
Pero, ¿cómo es posible mantenerse tanto tiempo juntos?
"Yo lo quiero mucho. Todavía estoy enamorada de mi marido, porque él me preocupa, trato de cuidarlo lo mejor que puedo y aún nos hacemos cariño, nos abrazamos, nos besamos, o sea, ninguno de los dos está aburrido", confiesa Silvia.
"Los dos somos católicos y practicamos. Entonces, estamos muy cercanos a las lecturas, a las enseñanzas, a lo que Dios manda y por ahí, entre las cosas que uno lee, dice -yo sé que mucha gente no va a estar de acuerdo, porque tiene un sentido doble- que el amor es servicio; y en ese sentido, uno pone todo su cariño, todo su afecto realmente a servir al otro, y si eso es mutuo, permanece. Para nosotros ha sido mutuo, tanto él como yo nos preocupamos uno del otro, estando enfermos o no, o si nos queremos entretener o salir alguna parte", continúa.
"O las inquietudes que uno tiene, los proyectos, los conversamos, nos ponemos de acuerdo", sigue Carlos en su reflexión. "De que discutimos, discutimos, pero nunca hemos peleado", aclara. "Jamás nos hemos dicho un garabato o tratarnos mal", acota por su parte Silvia.
"Para mí, mi mujer ha sido un apoyo de crecimiento personal. Ella me ha aportado mucho con su inteligencia, su creatividad. Me aportó mucho porque siendo hijo único atendido, que todo se me daba", dice Carlos.
"Lo que ayuda mucho es entender y creer que el otro es diferente. La diferencia la tengo que respetar; y más encima debo ayudar. A mí me parece que eso ha tenido bastante que ver en la unidad", finaliza Silvia, mirando con cariño a su pareja de más de 70 años. 2
Flor Arbulú Aguilera
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