Bajo la consigna de que la delincuencia no distingue colores políticos, el subsecretario del Interior, Manuel Monsalve, suscribió esta semana un acuerdo de colaboración con diez municipalidades de la zona, con el objetivo de establecer un marco de colaboración que permita reducir los altos índices de criminalidad y homicidios. La Región de Valparaíso "tiene un desafío adicional" respecto a otras, reconoció Monsalve en la ceremonia, puesto que las cifras del Gobierno ubican su tasa de delitos de mayor connotación social en los 2.411 casos por cada 100 mil habitantes, un índice que supera el promedio nacional. Como parte de la misma actividad, el Gobierno entregó 22 nuevas patrullas a Carabineros, que fueron destinadas a unidades de San Antonio, Valparaíso, Viña del Mar, San Felipe, Los Andes, La Calera y Catemu, entre otras comunas. El jefe de la V Zona, general Edgard Jofré, destacó el arribo de estos vehículos blindados, porque permitirán reforzar los patrullajes en zonas de alto peligro y redoblar los esfuerzos en el control de personas y vehículos, ambos mecanismos que han sido muy útiles para capturar antisociales con órdenes de detención pendientes.

Ambos actos son potentes señales contra la delincuencia, especialmente la entrega de vehículos adaptados para las condiciones cada vez más violentas que encuentran los funcionarios policiales cuando acuden a procedimientos en barrios dominados por el crimen organizado y el narcotráfico, pero tienen poco de novedoso en un escenario criminal que es particularmente creativo para adaptarse a la persecución que trata de imponer el Estado. Tardó casi dos años, pero es valioso que el Gobierno por fin aterrizara a nivel comunal la preocupación que existe por las altas tasas de delitos. El paso siguiente es complementar las medidas anunciadas con ideas innovadoras que puedan marcar la diferencia en un escenario en el cual el crimen siempre parece estar un paso adelante.

En mayo de este año apareció la obra póstuma de Benedicto XVI: Qué es el cristianismo. En ella se recopilan distintas reflexiones como respuestas a preguntas urgentes sobre el cristianismo, todas posteriores a su renuncia del año 2013. La obra no tiene pretensión sistemática -el mismo Ratzinger a lo largo de su vida no tuvo esa intensión académica-, pero las seductoras reflexiones teológicas son de un calado que es difícil quedar impasible.

Como el manuscrito es un testamento espiritual, en el asoma la experiencia de los últimos días. En este sentido, todo se ve e ilumina desde el pronto encuentro definitivo con la verdad. Comienza Benedicto XVI por desnudar la actual antropología pragmática que en su relación con el mundo no busca el reconocimiento de la verdad del ser, sino adquirir poder sobre el ser para remodelar el mundo según sus propias necesidades y deseos.

En contraposición, el cristianismo puede devolverle al tiempo su sello sacramental, es decir, ese aspecto no evidente, pero que es considerado sagrado por la decencia común. Fiel a su trayectoria de íntima búsqueda de la verdad, Benedicto XVI fundamenta la pretensión de universalidad del cristianismo en la apertura de la religión a la filosofía, de modo que la fe debe abrirse a la razón, pues por ésta se aleja de toda superstición, y simultáneamente, la fermenta.

Es quizás la disuelta relación entre razón y fe lo que lleva al hombre actual a creer que no necesita justificarse ante Dios, al revés, es Dios el que debe justificarse por las miserias humanas. Sin embargo, Benedicto XVI está convencido de que, en el fondo del corazón, toda persona tiene la sensación de que Dios no puede dejar que la mayoría de la humanidad se pierda, hay un deseo de justificación y perdón, expectativa de un amor salvífico gratuito.

La fuerza reconciliadora viene del Hijo de Dios, que absorbe en sí todo el dolor y el sufrimiento del mundo, contrapesando así el mal derivado de la libertad por medio de su amor redentor. De aquí deriva nuestra responsabilidad cristiana; en palabras de Henri de Lubac, la figura esencial de la existencia cristiana es la pro existencia de Cristo, esto es, no se es cristiano, por así decirlo, para uno mismo, sino, con Cristo, para los demás, vocación de construir el todo, el conjunto, sin que nadie se pierda.

En definitiva, Benedicto XVI persuade al lector a que Jesucristo no quiso traer en lo inmediato el nuevo mundo de la paz, sino mostrar el rostro humano de Dios a los hombres. De ahí que a la pregunta qué es el cristianismo se responda con san Juan: "Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn 4,16).