Agonía de la democracia
Tuvimos elecciones realizadas al calor de la violencia callejera. La población votó en un clima de miedo y desesperación y sólo así pudimos llegar al estado en que nos hallamos. No basta con el ejercicio del voto si no va acompañado de las condiciones para que las libertades políticas puedan ser vividas sin cortapisas".
La democracia como forma de gobierno supone ciertos elementos que lamentablemente los hechos desmienten a cada rato. Nadie podría afirmar por ejemplo, que hoy en día los valores de libertad e igualdad se encuentran a buen recaudo en el mundo y mucho menos en Chile.
Si Carlyle dijo que la democracia era caos más urnas electorales, hace poco menos de un siglo se dijo en España que era aquel régimen de gobierno que consistía en ganar dinero de los ricos, votos de los pobres y ponerlos de acuerdo a los unos con los otros. Y ha sido Churchill a quien se le atribuye la idea según la cual la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos, algo que probablemente sea cierto, pero a condición de que la democracia sea meritocrática como lo era en Atenas, pues de lo contrario corremos inexorablemente hacia la oclocracia, sin olvidar que la democracia es una forma de gobierno que tampoco vale para todos los intersticios de la vida social.
Sabiendo de toda la corrupción instalada en el aparato público, del latrocinio fiscal y de la irresponsabilidad generalizada por ausencia de control, fiscalización y sanción, y teniendo a la vista la depauperación de la prosperidad, la parálisis de la dinámica social y la amenaza de la bancarrota en muchos sectores de la economía, uno se pregunta si todos estos talones de Aquiles exceden o no el prestigio que aún pueda quedarle a esta forma de gobierno, la que si bien se trata del único sistema que permite destituir a un tirano sin derramamiento de sangre, es un gobierno de partidos, o mejor dicho de los intereses de quienes los financian, y todos sabemos que al día de hoy, más que en una democracia, nos hallamos viviendo bajo el gobierno de los plutócratas de turno. Y ni hablar del gravísimo problema de la educación cuya consecuencia fundamental se halla en el advenimiento de una especie de populacho o plebe, cuya diferencia esencial con la idea de pueblo descansa en la ausencia de ilustración de las masas.
La democracia como se nos enseñó en las aulas pareciera estar batiéndose cada día más en retirada, o al menos en su versión liberal, la que no pasa de ser un flatus vocis. Y ni siquiera pienso en los chinos, que se han convertido en el socio comercial más atractivo para nuestro país. Pienso en las narcocracias de América del sur y en la evidencia de la penetración de los grandes carteles en nuestro país, lo que no encaja para nada con lo que Tocqueville consideraba democracia.
Finalmente, está el riesgo de olvidar que sin auctoritas no hay democracia posible, sino autoritarismo que es su reverso y además la antesala del fascismo. ¿O alguien cree que los elegidos por sufragio universal tienen por ese solo hecho la autoridad moral e intelectual necesaria para gobernar con arreglo a los cánones de la sensatez, la honradez, el idealismo, la altura de miras y la nobleza de intención?
Tuvimos hace poco elecciones que se realizaron al calor de la violencia callejera. La población votó en un clima de miedo y desesperación y sólo así pudimos llegar al estado en que ahora nos encontramos. Por tanto, no basta con el ejercicio formal del voto si no va acompañado de las condiciones sociales y culturales para que las libertades políticas puedan ser vividas sin cortapisas.
Dejémonos de cosas. Democracia no es clientelismo, ni partidismo, ni sectarismo, ni consiste en extender una patente de corso a un audaz y su corte de aduladores para que durante cuatro años traicionen todas las promesas formuladas antes de las elecciones y hagan lo que les venga en gana para oficiar en los altares de su voluntad de poder. Ya no hay un Churchill, un Aguirre Cerda, un Marco Aurelio, un Pericles, un Alejandro Magno… La única auctoritas existente al día de hoy es la que viene del dinero para pagar campañas y ahí no interviene para nada el criterio de los votantes. Es cierto. La democracia actual parece un cuento chino, su descrédito es manifiesto y una sorda cólera se sigue incubando bajo el escepticismo del pueblo.
Tomen nota y rectifiquen los políticos si no quieren que la mezcolanza imperante derive al retorno del autoritarismo, o algo peor. 2
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