Algo ocurre en la región de Valparaíso que algunos de sus indicadores económicos están totalmente desacoplados de la realidad nacional, especialmente en rubros como el comercio, la industria y, sobre todos ellos, la inversión privada. El economista de la Universidad Viña del Mar (UVM) Alejandro Corvalán dice que el país tendrá este año un crecimiento muy cercano a cero, pero advierte que más preocupante aún es que Valparaíso cumplirá once años de PIB per cápita negativo. Es decir, somos más pobres que hace una década, sin proyecciones reales de que dicha tendencia se vaya a revertir en el corto o mediano plazo. Otro ejemplo son las ventas del comercio. Ad portas de las fiestas de fin de año, que suelen ser buenas para la actividad, el sector vuelve a mostrar cifras negativas. En la última medición realizada por la Cámara Nacional de Comercio, Turismo y Servicios (CNC), correspondiente al mes de octubre, las ventas evidenciaron una disminución de 10,2%, completando 18 meses de caídas, luego del último registro de números azules que data de abril del año pasado. Con esto, el retroceso acumulado en los diez primeros meses del año alcanzó un 10,5 %, en un escenario complejo para todos los rubros que mide este indicador. Al Gobierno le ha faltado creatividad, audacia y liderazgo para revertir esta situación. No se aprecia en el gabinete económico regional el empuje que requiere la zona para enfrentar un escenario que, a contrapelo del país, tiene nubarrones por delante. La reducción de tasas decretada recientemente por el Banco Central tendrá un impacto menor en el consumo de la Región, entre otras razones, porque persisten graves problemas burocráticos para la reactivación de proyectos importantes, la cesantía todavía es un problema grave, la informalidad ha proliferado de la mano del desempleo y las ayudas públicas para los emprendedores se quedan siempre en promesas.

Lo que ha pasado desde octubre de 2019 tiene causas que van mucho más allá de la cuestión constitucional, formando parte de una etapa en la que de principio a fin se ha venido colando el perfume de la deshonestidad. Tal como mostraban estudios y encuestas, las prioridades de la ciudadanía siempre estuvieron concentradas en pensiones justas, mejor salud, seguridad, etcétera, pero nunca en la necesidad de una nueva Constitución. Recordemos que el itinerario para la misma fue sólo una forma que se dio el sistema político de superar un momento de crisis, la que dicho sea de paso, se apaciguó únicamente debido a la pandemia de covid.

En ese sentido, vale la pena interrogarse acerca de si el proceso constituyente era pertinente para encauzar la crisis, o por el contrario, ha sido insuficiente, profundizándola.

Si la promesa inicial del proceso fue que en vez de un grupo de expertos debatiendo entre cuatro paredes se abriría al fin en nuestra historia la oportunidad de un diálogo amplio, horizontal y participativo en torno a los vínculos que nos unen, nuestras instituciones, los valores y significados compartidos, etcétera, todo eso ha terminado en nada con un doble rechazo no sólo a la idea de una nueva Constitución, sino a toda la clase política que dio vida a este experimento de élites.

Patético comprobar que los mismos que insistieron en tenernos cuatro años en este asunto, confiesen ahora muy sueltos de cuerpo que con reformas a la actual Constitución es posible avanzar y, peor aún, quienes a partir del resultado del domingo ven en él un trampolín para una u otra figura en las futuras elecciones.

Lo cierto es que lejos de ayudarnos a descubrir aquellas cosas que quizás aún pudiéramos tener en común como sociedad, este proceso plagado de mentiras y de agendas ajenas a nuestra tradición y cultura ha venido a poner de manifiesto la enorme fractura que existe en el país, de modo que en vez de revalidar los vínculos sociales que hemos estropeado en estos años, ha contribuido a acrecentar el momento de incertidumbre, intolerancia y violencia en el que nos hallamos.

Y viendo el modo en que la clase política evalúa los resultados, queda claro que el llamado proceso constituyente ha quedado reducido a una mera disputa por el poder que no da cuenta del enorme fracaso que ha sido todo esto y del grado de desinterés, ignorancia y de manipulación que ha existido en la población en general.