Afligido por el descariño del Gobierno y los mosqueos del PS y su posible retador por el cargo, el exalcalde Mauricio Viñambres, el gobernador regional Rodrigo Mundaca convocó antenoche a una exitosa cena en el restaurante Tres Peces, del cerro Concepción, con varios alcaldes de la Región de Valparaíso para estimular apoyos para su reelección.

Con la asistencia de conspicuos jefes comunales y representantes de 21 ciudades, entre ellos los de Valparaíso, San Antonio, Quillota, Villa Alemana y Concón, el gobernador regional intentó sentar un precedente en el año decisivo para la continuación de su proyecto, establecido con fuerza manifiesta a mediados de 2021 con casi 300 mil votos y sin necesidad de una segunda vuelta.

Más allá de las llamativas ausencias de los titulares de Viña del Mar, Macarena Ripamonti; Quilpué, Valeria Melipillán; o Casablanca, Francisco Riquelme, y tal como lo hiciera en octubre del año pasado al manifestarse frente a La Moneda junto a 33 alcaldes de la zona en protesta por el Presupuesto de 2024, Mundaca ha comenzado a entender la política como un ejercicio colectivo, alejado quizás de la intransigencia de los movimientos sociales, entre ellos Modatima, que lo catapultaron al poder hace más de dos años y medio.

Un dato no menor también es el comportamiento último del Partido Socialista, cuya directiva están hoy en abierto flirteo con el alcalde Jorge Sharp y algunos de cuyos jefes comunales (Calle Larga y San Felipe) se restaron de la famosa cena de apoyo en el Tres Peces. Si el PS regional, articulado por los diputados Nelson Venegas, su presidente zonal, y Tomás de Rementería, tomó una decisión tan radical como apoyar la reelección del alcalde porteño, no sería nada de raro que insistiera con la postulación a gobernador regional del exalcalde Viñambres, forzando unas primarias (inicialmente rechazadas por Mundaca) o, derechamente, compitiéndole en las urnas el próximo 27 de octubre.

Como sea, la fuerza del colectivo de alcaldes sumada a la necesidad imperiosa de mostrar logros y cortar cintas durante este año podrían darle a Mundaca el realce reelector que tanto busca. Es cosa de tiempo.

El 17 de diciembre se cerró una etapa de la política nacional en que cobró fuerza el populismo constitucional, que vio en una nueva Constitución la herramienta para intentar la refundación del país o la restauración de su viejo orden, uniendo ello a la promesa de mejoras sustantivas y prontas en la vida de las personas.

Esa aproximación, surgida en la izquierda radical, pero con la que la derecha dura se entusiasmó en el segundo proceso de estos años, es la que hizo fracasar la tarea de darnos una nueva Constitución. Ésta requería entender que una nueva carta puede perfeccionar la institucionalidad llamada a resolver nuestros problemas compartidos, pero no hacerlo directamente. Y sobre todo, exigía la determinación de lograr un acuerdo político transversal capaz de convocar a una amplia mayoría ciudadana, luego de un terapéutico ejercicio de revitalización de los consensos básicos que nos unen. En vez de ello, el afán de obtener el triunfo electoral de propuestas constitucionales partidistas, a punta de confrontación y demagogia, nos sumió en un clima de polarización en que el debate público resultó inundado de falsedades y descalificaciones.

¿Significa eso que estos cuatro años de procesos constitucionales fueron pura pérdida? Pienso que no. Desde luego, iniciar ese camino fue lo que consiguió salvar a nuestra democracia cuando tambaleaba por obra de la violencia a fines de 2019. Pero el balance final dependerá de cuánto aprendamos de esta experiencia. El populismo constitucional estará probablemente en retirada por buen tiempo. Pero eso no basta. La gran tarea es revertir la polarización.

Para ello, lo primero es reparar en que todos tenemos responsabilidad en lo ocurrido. La tienen, en primer lugar, los partidos de la izquierda radical -Comunista y Frente Amplio- y la derecha dura -Republicano-. Alguien que respete a los ciudadanos no puede dejar de apuntar a la autocrítica que ellos también precisan. Las encuestas muestran que la gran mayoría dice preferir a políticos capaces de alcanzar acuerdos. Y sin embargo, se inclinaron dos veces por grupos intransigentes para la tarea política que más acuerdo requiere.

Pero los ciudadanos cuentan con una gran atenuante: el escaso esfuerzo que los políticos moderados han hecho para diferenciarse de los extremos y confrontarlos, optando en cambio más bien por la mimetización e incluso la sumisión. La derecha dura ha solido descalificar a la moderada motejándola de "derechita cobarde". La ironía es que esto tiene algo de cierto. La centroderecha ha sido cobarde frente a la extrema derecha, tal como la centroizquierda lo ha sido con la extrema izquierda. Eso tiene que cambiar. Ambos sectores moderados deben recuperar el coraje de los acuerdos amplios, las políticas serias y el debate racional y respetuoso.