El asesinato de un comerciante de 53 años en la feria autorizada por la Municipalidad de Valparaíso en la Plaza Sotomayor, a sólo metros de la Comandancia en Jefe de la Primera Zona Naval de la Armada, el pasado domingo, a las 18 horas, es la conclusión definitiva de que el actual alcalde perdió (eso, si es que alguna vez la dio) la batalla contra el comercio ambulante, el desorden, la delincuencia, la incapacidad, la flojera y los espasmos de octubrismo que siguen destruyendo la ciudad, no como en esos tibios días de 2019, sino de forma aún más dolorosamente lenta, profunda e irreparable.

Sólo la esquizofrenia propia de la actual administración permite la convivencia de dos realidades, tales como la "inauguración" del proyecto arcoíris de la semana pasada (unos brochazos rápidos para la foto en locales abandonados y que de seguro ya fueron rayados otra vez) y el tráfico de drogas, delincuencia y muerte que ocurre todas las semanas desde el Mercado Cardonal hasta el Barrio Puerto, pasando por la plaza Aníbal Pinto y la mismísima plaza de la Ciudadanía.

Valparaíso ya no da para más. Perdió todo lo que alguna vez tuvo por obra y gracia de una ideología sesentera mezclada con una trasnochada onda revolucionaria de cuarta, desperdiciando la oportunidad histórica que tuvo el jefe comunal al imponerse de la mano del Pacto Urbano La Matriz en 2016. Hoy todos quienes lo secundaron, sin excepción, fueron traicionados, basureados y desterrados, mientras el alcalde insiste con su equipo de "confianza", abogados pierdepleitos, gente incapaz de hacer un proyecto y patéticas groupies que juran estar cambiando el mundo, cuando lo único que han hecho es ayudar a dañar la ciudad de Valparaíso.

No se escucha a los rectores. No se escucha a los gremios (¿dónde están la CRCP, Asiva o la CChC?) No se escucha al Gobierno y tampoco al gobernador regional decir nada, mientras incendian la ciudad y les orinan los zapatos.

También están los otros, como el Puerto y los parlamentarios, quienes firman "acuerdos", generan acercamientos y se subyugan -ya sea por miedo o por simple incapacidad- a los caprichos del señor alcalde, quien presto a un nuevo ciclo electoral y una posible segunda reelección, que encadenaría un tercer período consecutivo, seguramente se frota las manos diseñando nuevas fiestas interminables y pactos políticos con minorías y ciudadanías subrepresentadas, a los cuales en algunos meses más les dará vuelta la espalda. Como siempre lo ha hecho y como lo seguirá haciendo. Como en la fábula del escorpión y la ranita que quería cruzar el río. Está en su naturaleza.

No podemos dejar de observar la acelerada evolución tecnológica de los últimos años. El desarrollo de la inteligencia artificial, especialmente en su arista generativa, instala cuestionamientos que se han dado en momentos puntuales de la historia de la humanidad: la creación de la máquina a vapor, la electricidad, la automatización de procesos, la internet como evolución de la democratización de la información, entre otras.

Nuestra sociedad necesita respuestas. Es importante diseñar cómo la inteligencia artificial es incorporada en los procesos de enseñanza y aprendizaje de forma planificada, con un propósito claro y con un sentido ético y social que sostenga el propósito de los seres humanos: queremos que el mundo se desarrolle de forma sostenible, equitativa, justa y responsable con el medioambiente. Queremos cuidar la naturaleza y que las personas sean iguales en derechos y oportunidades.

Vivimos en una sociedad desigual. Las brechas en el acceso a la educación, la salud, las redes de contactos, así como las brechas de género, son realidades que no queremos ni debemos replicar en el mundo digital que estamos construyendo.

Por este motivo, las instituciones de educación superior debemos actuar de forma oportuna y decidida. No podemos asegurar cómo serán las universidades ni el mundo en 50 años, pero sí sabemos que las herramientas tecnológicas derivadas de la IA, en el marco de transformación digital, deben ser un aporte al desarrollo en la medida que se utilicen ética y responsablemente.

Pero no debemos olvidarnos de lo humanamente esencial: la interacción presencial es fundamental para el desarrollo de habilidades sociales, la empatía y la capacidad de resolver problemas de forma colaborativa. La capacidad de relacionarnos nos permite construir lazos de confianza y cooperación, esenciales para el desarrollo de una sociedad sana y próspera. La transmisión de principios éticos fundamentales, como la justicia, la equidad y la solidaridad, es esencial para formar ciudadanos responsables y comprometidos con el bien común. Estos elementos deben considerarse enseñanza base en la educación superior.

Formar profesionales conscientes de las limitaciones y oportunidades de las herramientas tecnológicas, los ámbitos de acción donde utilizar estos algoritmos y sobre todo comprender sus limitaciones y riesgos son parte de la misión que tendrán que abrazar las universidades en todos sus ámbitos de acción. Para el caso de la USM, debemos tener presente que los profesionales STEM del futuro necesitarán un conocimiento sólido de los principios y fundamentos físicos y matemáticos sobre los que se desarrolla la ciencia y la tecnología.

Contar con competencias digitales, no solo en las profesiones TI, será imperativo en los años venideros. Entregar a nuestros estudiantes, sea cual sea la carrera y el ámbito del saber elegido, la capacidad de interactuar con la IA, de analizar e interpretar los datos y de ser agiles en la actualización permanente de su conocimiento, es el desafío que la rectoría de la USM ha asumido.