El problema de Tohá
La encuesta de Cadem arrojó el lunes un dato sorprendente, especialmente para quienes aprecian el talento y la claridad conceptual de Carolina Tohá: después de ser la mejor evaluada del gabinete, hoy parece estar en medio de una caída que la sitúa en el último peldaño de la escala.
¿Qué pudo ocurrir? ¿A qué se debe ese descenso?
Desde luego y antes de indagar en las causas, puede ser útil recordar la posición que ella tiene en el Gobierno.
Salta a la vista que ella es la que tiene en sus manos las riendas principales. Se subraya poco, pero el Presidente Gabriel Boric tiene un manejo más bien apartado y remoto de los problemas públicos, no hay en él ni acciones ni discursos que denoten que tiene el dominio de lo que está ocurriendo o ideas y planteamientos para hacerles frente. En él abundan las ideas generales, los planteamientos globales, a veces peligrosamente cercanos al lugar común, y se le ve más bien alejado de la tarea gubernativa.
Y así quien ordena las prioridades y diagnostica con claridad cuáles son los problemas es la ministra Tohá.
¿Por qué entonces su esfuerzo no se refleja en la opinión pública?
Lo que ocurre es que ella está atrapada en lo que pudiera llamarse el problema hobbesiano. Al tener en sus manos el manejo de la dimensión central del Estado, los déficits de este último se le imputan inevitablemente a ella.
Hobbes fue quien, en el siglo XVII, dijo aquello de que, sin el Estado, el hombre era un lobo para el hombre. Sin una agencia que monopolice la fuerza y logre expropiarla a los particulares, observó Hobbes, la violencia se colaría por los intersticios de la vida social y entonces el miedo lo invadiría todo. El Estado, concluyó, se justifica por su capacidad de acabar con el miedo y producir orden.
Pero, desgraciadamente, hoy la violencia se ha expandido de manera alarmante, en el norte, en el sur, en las grandes ciudades. Y, por razones que habrá que dilucidar, el Estado se muestra ineficiente para controlarla. No se trata sólo de la violencia homicida (que la hay, especialmente en el norte, en un número hasta apenas anteayer inimaginable), sino también de otro tipo de conducta como son las incivilidades; la apropiación mediante la fuerza o la amenaza de la fuerza de los espacios públicos; la delincuencia de bagatela; la negativa a pagar el transporte público; la evasión; el desorden escolar, todas esas transgresiones que sin derramar sangre socavan y deterioran poco a poco el respeto de las reglas. Y si las reglas se deterioran, entonces uno de los principales recursos para organizar la experiencia (saber que hay cosas correctas y otras incorrectas) desaparece y ahí sí que la inseguridad se transforma en un asunto casi existencial. Las reglas (enseñó Kant) importan no sólo porque ellas guían la conducta, importan ante todo porque ellas permiten saber qué está bien y qué mal y de esa forma organizan la propia vivencia y le dan algún significado. Porque la inseguridad es una carencia: mirar en derredor y no saber a qué atenerse ni saber con alta probabilidad lo que ocurrirá, lo que es de esperar y lo que no, ¿no es esa sensación la que hoy invade a la gente en los barrios del norte, en los periféricos de Santiago, en el sur, la de estar a merced del otro y no orientado por las reglas?
La consecuencia de lo anterior es que mientras ese problema hobbesiano no se resuelva, la ministra Tohá seguirá a la baja o verá amagadas sus posibilidades de ser candidata presidencial en el futuro próximo. En cambio, si lo resuelve, si las medidas que ha venido adoptando además de perseguir el crimen homicida, incluyen el control de las incivilidades y logra, de esa forma, disminuir la inseguridad que invade los barrios (una tarea, como va dicho, que supone incrementar las medidas para la promoción y el respeto de las reglas ayudando así a ordenar la experiencia, la vivencia del día a día) la evaluación respecto de su quehacer mejorará y sus posibilidades de erigirse como candidata estarán al alcance de la mano.
Y si ello ocurre, entonces al margen de su suerte electoral, Tohá habrá prestado un gigantesco servicio: no sólo habrá incrementado la seguridad, sino que habrá cerrado el paso a quienes prometen orden a cualquier costo e impedirá las soluciones autoritarias que hoy parecen lejanas, pero que conforme la inseguridad crece o se incrementa, se acercan, para nuestra desgracia, día a día.