RELOJ DE ARENA Mercados, amores y sinsabores
Florent es perseguido por sus ideas republicanas en los tiempos de Napoleón III y condenado a la terrible colonia penal de las Guayanas. Pero huye y aparece, andrajoso, hambriento, en París. Logra ser acogido en el gigantesco mercado de Les Halles con el apoyo de modestos comerciantes.
El tema es de una novela del escritor francés Emile Zola (1840-1902) y la persecución política no es nada nuevo en la realidad ni en la literatura.
El Mercado de Les Halles es precisamente una idea napoleónica del siglo antepasado, parte de la renovación de París ejecutada por el Barón Haussmann. Allí se concentraba la venta de productos alimenticios y podríamos decir que en ese lugar, con cientos de puestos con la más variada oferta, encontramos los cimientos de la gastronomía francesa, que cubre todo el planeta, incluyendo, por cierto, este rincón del mundo.
Las aventuras y desventuras de Florent, el perseguido, tienen como marco ese mercado. Zona que, con paciencia de filatélico, va describiendo Zola, con cada una de sus especialidades. El recorrido, más allá del tema político, da apetito con las descripciones de todo tipo de carnes, pescados, mariscos, quesos, charcutería, vegetales...
El clásico lugar es descubierto en el siglo pasado por creadores literarios y cinematográficos. Modestamente, acá en Chile, a principios de este siglo XXI, tuvimos una exitosa teleserie en que el protagonista es uno de esos recintos. ¿Se acuerda usted de "Amores de Mercado"?
Volviendo a estos clásicos lugares encontramos que, junto a su función comercial, de abastecimiento de la población y de regulador de precios, son, o deberían ser, atracciones turísticas.
Los ejemplos son muchos, también en nuestro país. Ahí tenemos la Recova de La Serena, fruto de la remodelación de la colonial ciudad dispuesta por el Presidente Gabriel González Videla. Comprometido con su tierra natal el hombre. Y no pasemos por alto el mercado de Coquimbo.
Más acá encontramos el clásico Mercado Central de Santiago, hermosa y maltratada estructura de fierro, iniciativa de Vicuña Mackenna. Se come bien, pero el lugar está amagado por la delincuencia que espanta a los turistas criollos y extranjeros.
Más al sur está el Mercado de Chillán. Buenas cecinas, clásicas y de calidad. Tenemos también los de Concepción y Temuco. En el extremo del territorio continental del país está Puerto Montt con Angelmó, lugar atractivo por comidas en base a productos del mar frescos y artículos de lana de esos que atrapan a las mujeres y rápidamente caen en el clóset del olvido.
En lo internacional, los mercados famosos y con sello turístico son innumerables. En Londres está Covent Garden, escenario de muchos filmes. En Madrid hay numerosos mercados, algunos dedicados a vinos y tapas variadas, como el de San Miguel. Su estructura de fierro forjado está perfectamente mantenida y ha resistido el paso de los años y hasta una sangrienta revolución.
Notable es el Mercado Nocturno de Taipéi, la capital de la rebelde Taiwán. Muchos productos y, lógico, comida china en sus más variadas versiones. Una de las especialidades es un preparado de serpiente. El reptil, aquel condenado a arrastrarse por los suelos tras tentar a Adán, es presentado vivo en una vitrina, tal ocurre con nuestras langostas por acá cerca. Se le da muerte y se descuera para utilizar su carne en una suerte de potaje mágico que tiene poderes afrodisiacos… La comprobación de esos poderes se ofrece por ahí cerca, dicen.
¿Y cómo andamos con nuestros mercados locales y el turismo?
La respuesta parece ser negativa, más quejas que aplausos.
Tenemos un hermoso edificio patrimonial, más que centenario. El Mercado El Cardonal. Una estructura de acero en parte fabricada en Alemania a partir de la experiencia de un terremoto que abatió un antiguo edificio situado en el mismo lugar y dedicado también a "plaza de abastos", como se decía antaño.
Detenido en el tiempo
Hay tradición e intentos de renovación, pero la centenaria renovación no se refleja en el edificio y falta una mantención a fondo. Los comerciantes hacen lo que pueden, pero no existe un plan maestro de gestión que ayude al comercio y explote el valor turístico del edificio. Su fachada refleja descuido con un reloj detenido en el tiempo y arruinado. ¿Qué será de sus valiosas piezas? Los ascensores también olvidaron el ritmo de sube-baja. Deben de haber sido importantes, pues hace años la Municipalidad creó el cargo de "inspector de ascensores de mercados". Si el cargo se mantiene, el agraciado con la función nada tiene que inspeccionar.
Buen aporte del viejo mercado son sus comedores del segundo piso y su oferta de insuperables humitas. Todo muy típico, pero sólo para conocedores. Son poco frecuentes los turistas y el entorno del edificio es peligroso.
Por otro lado, está el Mercado Puerto en largo proceso de recuperación. Proceso lento amagado por un entorno agresivo, pese a tratarse de un atractivo sector patrimonial.
Viña del Mar también tiene su mercado, buen edificio de 1935, obra de la alcaldía de Sergio Prieto. Mercado "modelo" se denominaba en una época de muchos negocios e instituciones con patente de "modelo". Teníamos cárceles "modelo", farmacia "modelo", panadería "modelo". En fin, se intentaba crear modelos como expresión de la modernidad y del buen servicio. Buenas intenciones, pero en el caso del "modelo" viñamarino falta mantención y gestión entusiasta para convertirlo en una atracción más de la ciudad. Los locatarios hacen lo que pueden y los clientes deben sortear un cerco de ambulantes estimulados por la Municipalidad que cerró un estacionamiento anexo.
Falta en nuestras turísticas ciudades una "política de mercados". No supone gran inversión, pero sí exige imaginación y creatividad, bienes bastante escasos.
"El mercado es cruel", decía don Patricio. No se refería, claro está, a esos recintos tan importantes y a veces exitosos, sino que al gran Mercado, para algunos un Dios, que maneja la economía. Así, bien entendidos los alcances del término, no castiguemos ni olvidemos nuestros mercados, más bien estimulémoslos.