La Corporación Regional de Turismo de la Región de Valparaíso, entidad público-privada creada en los tiempos del exintendente Jorge Martínez propone por estos días una inédita ampliación de giro, esto es que su área de acción exceda el propósito para el cual fue creada y, como propone su presidente el gobernador regional, Rodrigo Mundaca, abarque también cultura, patrimonio, deporte, fomento, innovación y medioambiente. En resumen, si no es todo, casi todo, bajo el nuevo nombre de Corporación de Desarrollo Territorial y Turismo de la Región de Valparaíso.

Sólo algunas tímidas voces han alertado sobre las implicancias de una acción como ésta, más aún en pleno año electoral y a sabiendas de que el término "corporación" en esta región es lo más cercano que hay a otras figuras demonizadas con justa razón, tales como "convenios" o "fundaciones". Con esto no queremos decir que la Corporación de Turismo esté a la indigna altura de las saqueadas y manoseadas Cormuviña o Cormuval. Tampoco que su labor sea una entelequia, como lo es la cada vez más absurda Corporación Patrimonial de Valparaíso, que solo hace algunos días -mediante un oficio a Corfo- intentó sabotear una actividad de los hoteleros y Bomberos sólo porque no les habían pedido permiso para llevarlo a cabo en "su" área patrimonial, la misma en la cual rayan, orinan, roban, vandalizan y el alcalde hace sus súper megafiestas millonarias sin que el mismo organismo diga nada.

A un año exacto del "caso incentivos" (con denuncias jamás comprobadas contra su vicepresidente Gianni Rivera tras el rechazo de la Corporación a financiar una actividad privada de tenis liderada por Hans Gildemeister), no está tan claro si la ampliación del giro es una buena idea, más allá de la utilización política que puede dársele a la entidad y la afectación sobre sus ejecutivos, como el gerente general Francisco Godoy Imperatore, quien ha tenido una trayectoria impecable desde sus tiempos de la Asociación de Vinos de Casablanca hasta su maratónica presencia en prácticamente todas las comunas de la Región.

Como dicen los gringos, "if it ain't broken, don't fix it". ("si no está roto, no lo arregles". Acá se ve a demasiadas personas con ganas de meterle alicate y destornillador a la Corpo.

Con frecuencia recordamos pesares que afligen al país y cosas que se han hecho mal en los últimos años. Encontrar la salida de todo ello requiere, sin embargo, prestar más atención tanto a lo que ha salido bien (aunque sólo sea en el sentido de habernos detenido antes de precipitarnos al vacío), como a lo que podría servir para extender el alcance de ello en la medida que precisamos.

Cuando nuestra democracia estuvo en aprietos, a fines de 2019, el desastre se evitó mediante un amplio acuerdo político para dar una salida institucional a la crisis, suscrito desde la UDI hasta el entonces diputado Gabriel Boric, y en el que desempeñó un relevante papel el ministro del Interior de la época, Gonzalo Blumel. Y aunque el proceso constituyente que nació de ello fracasó en el propósito de darnos una nueva Constitución, sí consiguió el objetivo más relevante y urgente ya apuntado.

Enseguida, los elocuentes rechazos de la ciudadanía a las dos propuestas constitucionales que se le presentaron son, en alguna medida, un repudio a los extremos y han tenido efectos moderadores. El fracaso del proyecto de la Convención, dominada por la izquierda radical, dio lugar a un viraje en el gobierno de Boric, que enterró lo más extremo de su programa y puso las principales responsabilidades gubernamentales en manos de exconcertacionistas. Por su parte, el naufragio de la criatura producida por el Consejo Constitucional, liderado por la derecha dura, ha entregado una oportunidad de recuperar protagonismo a la centroderecha.

Pero la reducción de la polarización política, el peor de nuestros males, debe ir mucho más allá. La moderación del gobierno es innegable, pero es insuficiente, inconstante y ha estado plagada de ineptitudes e irregularidades. Y la centroderecha no acierta aún a convertirse en la oposición seria y prudente que necesitamos. La trayectoria reciente de la reforma previsional, por la que esperamos ya más de una década, es un buen ejemplo. En vez de buscar un buen acuerdo parlamentario transversal, el gobierno ha insistido con propuestas que sabe inapropiadas para ello. Y la oposición, en vez de mostrar su disposición a continuar la discusión, estuvo por cerrarla mediante el rechazo en general del proyecto de ley respectivo en su primer trámite parlamentario.

Parte de los problemas tiene que ver, a mi juicio, con el populismo que acompaña a la polarización y la errónea percepción que favorece sobre las fortalezas de cada sector. Así, pienso que una combinación del programa social original de Boric y el de seguridad de Kast sería una magnífica receta para destruir al país.

Las buenas reformas provienen casi siempre de los aburridos políticos moderados. Pero aun para ellos sería más fácil huir del populismo de sus respectivos sectores cambiando en parte los papeles tradicionales. Así, para preparar un buen programa social (y económico) pensaría en alguien de centroderecha, como el exministro de Hacienda Ignacio Briones; y para un programa serio en seguridad pensaría en personas de centroizquierda, como los exsubsecretarios del Interior Jorge Correa Sutil y Felipe Harboe. Acuerdos fraguados a partir de ahí sí que podrían encaminarnos a una nueva era de progres.

Hace poco un artista de la zona se adjudicó un Fondart de 21 millones de pesos. Si han seguido las noticias ya sabrán en qué terminó ese proyecto titulado "El lenguaje no alcanzan" y que fue exhibido en el Parque Cultural de Valparaíso. A propósito de este proyecto, quisiera darle un par de vueltas al uso del lenguaje que últimamente se filtra en el mundo de las artes y la academia. Cito del editorial de este medio del jueves 18 de enero sobre el trabajo del artista en cuestión: "Con una perspectiva crítica a la herencia doctrinaria del shock, (…) la exposición sumerge al público en las complejidades y contradicciones de la vida urbana en entornos tercermundistas (…) A través de modalidades insurrectas, despliega críticas al modo policial y extractivista que gobierna nuestras ciudades".

El lingüista británico J.L. Austin, categorizaba allá por la década de los setenta al lenguaje en actos de habla. Y decía (voy a simplificar) que el lenguaje puede ser "constatativo" o "performativo". Si yo digo, por ejemplo, "está lloviendo", estoy enunciando o constatando un hecho. Ese hecho puede ser verdadero o falso. Si yo digo "sí, quiero casarme contigo", es un uso de habla performativo, ya que al mismo tiempo que digo algo estoy haciendo algo (casándome). Hasta aquí Austin. Vuelvo al lenguaje "teórico" que envuelve muchas de nuestras actuales prácticas artísticas - académicas. Se trata de un lenguaje que no es ni constatativo ni performático. No es que nos estén mintiendo ni mucho menos nos están vinculando con el mundo referencial al decirnos todo eso que ya cité. Se trata de un uso muy peligroso del lenguaje, ese que ha perdido su ligazón con hechos, que nos envuelve en palabras sonoras y rimbombantes que no dicen nada.

Me acuerdo de esa famosa frasecita que Cervantes expone en su Quijote: "La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera que mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura". O si quieren podemos citar a Cantinflas con su "a mí conmigo eso no, con tu más ni menos, menos tampoco… a no ser que tan solamente por si acaso, eso sí". Mucho de esto hay en estas propuestas artísticas. Preferiría que me mintieran (hay mentiras hermosas) o que fueran genuinamente rupturistas, es decir, que rompieran esquemas teóricos y paradigmas de pensamiento, abriendo nuevos caminos de reflexión acerca de quiénes somos y quiénes queremos ser. Pero no es así, puro flatus vocis para confundir a jurados despistados y con poco tiempo para evaluar los proyectos seriamente. Y eso es porque, como dice el lenguaje popular (que sí dice, que sí comunica y tiene sentido), "el papel aguanta todo". La prueba de esto es que el artista en cuestión, al ser criticado, sólo atina a grafitar un "Merculo" en la pared. No da ni para chiste (habría que leer a Freud), ni para un gag (habría que ver a Chaplin), ni nada. Tontera pura… pero nosotros somos los tontos que se la compramos y financiamos. ¡Plop!