LA TRIBUNA DEL LECTOR En busca de consuelo
POR FERNÁN RIOSECO, ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO
¿Qué se puede decir ante tanta devastación? Tengo el fuerte impulso de acogerme a la sugerencia del primer Wittgenstein al final de su Tractatus: de lo que no se puede hablar, lo mejor es callar. Pero no sé si el silencio ayude a mitigar tanta aflicción y sufrimiento. El lenguaje es performativo; por eso al principio fue el verbo, la palabra, el logos.
Aquí no buscamos responsabilidades, porque queremos hallar eso que los romanos (y antes los griegos) llamaban consolatio, que es una forma de vida antes que un género literario. Todos los hombres, desde esclavos como Epicteto hasta emperadores como Marco Aurelio, pasando por políticos y filósofos de hondo pensamiento como Cicerón y Séneca, en algún momento hemos buscado esa piedra preciosa, pero esquiva, que es el consuelo.
Dante escribió en su Divina Comedia que en la puerta del infierno había un letrero que decía "Dejad atrás toda esperanza". No soy creyente, pero intuyo que el florentino tiene razón. El verdadero infierno prospera allí donde no hay esperanza.
Tremenda constatación, pero no vienen al caso más explicaciones inútiles. Pausa urgente para llorar a los caídos. Recoger los restos del naufragio gélido que duele, y continuar.
Cuántas veces hemos caminado por esas calles centenarias que ahora son ruina, amparados en farolillos metálicos que iluminaron la infancia y acompañaron la vejez de muchos. El sueño de la casa propia y de una vida digna no puede morir, aunque el sol ya no sea el mismo; aunque nosotros ya no seamos los mismos.
La esperanza no es sinónimo de optimismo. No se trata de confiar en que todo saldrá bien, sino de dotar de sentido a la existencia humana. No fue el optimismo lo que permitió a Nelson Mandela soportar estoicamente décadas de un encierro injusto, sino la convicción de que su padecimiento tenía un propósito, un sentido. Como a tantos otros, la esperanza fue lo que mantuvo en pie a Mandela, pese a que muchas veces estuvo a punto de rendirse.
Por supuesto, no basta con el consuelo y la esperanza. También debe haber justicia y, más importante aún, aprendizaje. No es posible que todos los años tengamos que lamentar la pérdida de vidas humanas y la de seres inocentes como las mascotas que nos proporcionan el afecto que muchas veces no encontramos en nuestros congéneres, en circunstancias que todos los expertos coinciden en que hay medidas eficaces que pueden tomarse para prevenir este tipo de desastres. En esto no hay color político, porque como dice el Talmud, quien salva una vida, salva al universo entero.
Los creyentes hallarán consuelo en los Salmos o en el Libro de Job; en una palabra: en la fe. Nosotros, que carecemos de ese don, encontramos consuelo en la sonrisa de un niño, en la compasión ante el sufrimiento ajeno y en la ilusión de que es posible cambiar las cosas, aunque al final del día, perdónenme la expresión, todo se vaya al carajo.