¿Qué momento ha marcado de modo decisivo la historia de Latinoamérica? La respuesta no admite dudas: hace 65 años, el 1 de enero de 1959, Fidel Castro entró con su gente a La Habana y tomó el poder. El mundo observaba el hecho con entusiasmo. Por fin se había derrotado el régimen corrupto de Fulgencio Batista y se abría la posibilidad de una Cuba independiente, que ya no fuera considerada simplemente como el prostíbulo de los EE. UU. La revolución cubana era un signo de esperanza para innumerables personas. Entre ellos estaba Rafael Bilbao, un hombre que conocí hace muchos, muchos años, en Argentina, donde él trabajaba como empresario de la construcción.
Bilbao había vivido en Birán, el mismo pueblo de los Castro y era amigo de ellos, especialmente de Raúl. Hicieron juntos la revolución y, una vez que llegaron al poder, lo nombraron en un cargo importante en Economía. Rafael tenía ideas socialistas y, como tal, quería estatizar los ingenios azucareros, muchos de propiedad norteamericana. Se llaman "ingenios" a unas industrias a la que llega la caña, se procesa y se obtiene el azúcar. Sin embargo, él pensaba que debía dejar intactas las tierras de una multitud de pequeños y medianos campesinos que vivían de la caña de azúcar.
Para el Che Guevara, alma de la represión, eso era un verdadero crimen. Él quería que todo, absolutamente todo, estuviera en manos del Estado. Lo acusó de traición al proceso revolucionario, le hicieron un juicio rápido y lo condenaron a muerte. No te olvides que así solucionaba los problemas el admirado Guevara: con un pelotón de fusilamiento.
Mientras esperaba el cumplimiento de la condena, Bilbao recibió una sorpresiva visita en la cárcel: era su amigo Raúl Castro. Sin darle mayores explicaciones, lo sacó rápidamente de ahí, lo llevó a un pequeño aeropuerto, lo subió a una avioneta y le dio instrucciones al piloto para que lo llevara a Miami. Al despedirse, le dio un dólar (en esos años la moneda norteamericana valía mucho más que ahora).
"-Una vez en Miami, con ese dólar hice una llamada telefónica que me cambió la vida", decía Rafael Bilbao. Nunca le pregunté por qué.
El 1 de enero marcó la historia latinoamericana porque puso delante de muchos un ejemplo que no dudaron en seguir de manera totalmente irreflexiva. Miles de personas pensaron que el socialismo era el remedio de todos nuestros males y que, para llegar a él, cualquier medio era legítimo, incluida la lucha armada.
Cuando hablo de "socialismo" no me refiero, por ejemplo, al de Ricardo Lagos, que en realidad era una socialdemocracia, con economía libre, supermercados llenos, libertad para entrar y salir del país, emprender, educar a los hijos, practicar la religión y criticar al gobierno. Hablo de socialismo duro, donde sólo el Estado es dueño de los medios de producción, el único que educa, controla la prensa y la salud, y considera que los disidentes deben estar en la cárcel o en un hospital psiquiátrico.
El ejemplo cubano nos trajo enormes desgracias. Multitud de jóvenes tomaron el camino de la vía armada; se transfiguró la violencia, que pasó a adquirir un hálito romántico, y se entendió toda la realidad social bajo el modelo de una lucha de clases que sólo iba a terminar cuando se eliminara a una de ellas, la burguesía, que representaba todos los males del mundo. Un proyecto así no podía quedar sin respuesta, que en algunos casos fue terrible: "el que siembra vientos cosecha tempestades", dice un proverbio muy antiguo, que en Latinoamérica se cumplió a la letra.
En algunos casos, esos proyectos inspirados en Cuba tuvieron éxito. Entre ellos, Nicaragua, un país del que apenas se habla, donde no hay ningún derecho humano que no sea masivamente violado todos los días.
De Venezuela no necesito decirte mucho. El país más rico de Latinoamérica hoy está en la miseria. Maduro "descubre" constantes conspiraciones en su contra y encarcela a sus opositores. No existe ninguna posibilidad de tener elecciones libres, lo mismo que en Cuba.
En los países normales, durante estos 65 años ha habido gobiernos socialdemócratas, conservadores, liberales, peronistas, libertarios, socialcristianos, indigenistas y nacionalistas. Pero allá están siempre los mismos y, no conformes con eso, nos invitan a seguir su mal ejemplo.