Mariana Enríquez: "Cada época tiene su miedo distinto"
CULTURA. Ganadora del Premio Herralde de Novela con "Nuestra parte de noche", escritora argentina vuelve con serie de cuentos cuya portada es una pintura del chileno Guillermo Lorca.
Valeria Barahona
Fantasmas que tienen ataques de histeria, igual que los vivos; niñas que dibujan pentagramas con sus acuarelas y duermen con gatos muertos, adolescentes que viven el sexo a través del inframundo y mujeres que guardan en el congelador sus úteros extraídos, son parte de las voces narrativas de "Un lugar soleado para gente sombría", el más reciente libro de cuentos de la escritora y periodista argentina Mariana Enríquez, quien obtuvo la fama mundial hace unos años por su novela "Nuestra parte de noche", ganadora del Premio Herralde, donde describe una sociedad paranormal, con el telón de fondo de la historia reciente de Argentina.
"Una sabe cuándo se vuelve loca y no ocurre de un día para otro, ni siquiera como consecuencia de un trauma. Todo, todo en el cuerpo es un proceso, la muerte también", dice la médico y voz del primer cuento, "Mis muertos tristes", respecto de quien la autora señala que "quería la voz de una mujer que no fuese una adolescente. Que no fuese joven. Es un poco el tema del libro. No creo que sea suave: creo que es estoica y clara. Y bastante dura".
En otro de los relatos, "Julie", una adolescente argentina que vive desde hace años en Estados Unidos por el trabajo de su papá, es llevada a Buenos Aires para iniciar un tratamiento psiquiátrico, porque "había empezado a jugar con un amigo invisible de chica, luego con varios. Le duraron demasiado: tenía catorce años y seguía hablando con sus amigos. (…) Las 'voces' nada tenían que ver con los problemas de esquizofrenia de Julie, potenciada por los problemas en la escolarización que obligaron al homeschooling. (Julie no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir a la secundaria con ese aspecto)".
Sin embargo, "los amigos-espíritus-voces no hacían nada, solamente hablaban con ella, no tenían sugerencias macabras, no rompían cosas ni hacían ruidos como poltergeists. Era fácil convivir con ellos y Julie. Sí, resultaba creepy escucharla parlotear y reír y a veces llorar con nadie, pero si eso iba a ser todo, pues bien, era compatible con una vida normal. ¿Y mis primos? Ellos ya estaban en la universidad. Se habían perdido, por suerte, la peor y más reciente fase de la enfermedad. Mi tía fue quien encontró a Julie teniendo sexo con los espíritus. Mi madre se atoró con el vino cuando escuchó esto y escupió un buen trago sobre la mesa: parecía sangre aligerada, demasiado acuosa, sobre la fórmica blanca", señala uno de los textos que contiene el volumen con la portada ilustrada por la pintura "La cama inglesa", del chileno Guillermo Lorca García-Huidobro, quien hace unos años montó la muy visitada exposición "Animales nocturnos", en el capitalino Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM).
-Comienzas el libro con un epígrafe de la poeta brasileña Adélia Prado ("Miserere") sobre que la edad incrementa los miedos. ¿Se puede sentir más miedo que cuando eres niño y eres tan vulnerable?
-Cada época tiene su miedo distinto. Los miedos del niño son muy particulares y muy intensos. No puedo hablar sobre "la niñez" porque no soy psicóloga infantil, pero en mi niñez eran miedos reales y fantasiosos, mucho miedo a lo sobrenatural sobre todo, y al abandono. A esta edad los miedos, creo, no tienen nada que ver con la imaginación. Hay muchas más posibilidades de morir cuando uno se hace mayor: al niño se lo cuida.
-En varios cuentos llegas a la relación entre la locura y los fármacos, con pasajes como "la cantidad de sufrimiento que una persona es capaz de soportar cuando tiene prejuicios frente a las drogas psiquiátricas es algo que no deja de sorprenderme", o "mi padre nunca se atrevió a convencerla de ir a un psiquiatra, como si detrás de su depresión acechara una incurable noche voraz". ¿No crees que está más loca la gente "normal"?
-No creo que nadie sea normal. Yo no tengo ningún prejuicio en cuanto a los fármacos, creo que bien usados hacen que la vida sea más fácil, y al final todo se trata de eso. El abuso, que también lo conozco, es otra cosa.
-El disco "folklore" (es así, todo en minúsculas) de la cantante estadounidense Taylor Swift, a quien citas al final, está lleno de fantasmas, ¿por qué crees que no tiene una lectura más gótica por parte del público?
-Porque la imagen de Taylor Swift es radiante y exitosa, como de mujer de (el escritor, también estadounidense, Francis Scott) Fitzgerald ("El gran Gatsby"). Fitzgerald también era muy oscuro, o mismo que las socialites de New York en los años 60. (El disco) "evermore" (todo en minúsculas) (lanzado apenas cinco meses después de "folklore", ambos durante el confinamiento mundial por covid-19, en 2020) también tiene muchas canciones con fantasmas. Sólo sucede que es raro en el pop y que no es la imagen que ella proyecta. Además, creo, no es lo que buscan sus fans: hay muchas increíbles estrellas pop talentosas en las que proyectar un lado más goth.
-En tu libro de crónicas periodísticas "El otro lado" cuentas una sesión en que tu compatriota, la poeta Alejandra Pizarnik ("La condesa sangrienta") se queda en tu casa durante unos días, práctica por la que "En un lugar soleado…", la protagonista del cuento "Julie" comienza a tener sexo con fantasmas. ¿Has tenido sesiones y el miedo hacia algo así?
-No. Jugué mucho a la ouija de joven y nunca pasó algo que me atormentara demasiado, y lo de Pizarnik fue bastante leve. Creo que no tener esas experiencias hace que sea capaz de escribir sobre ellas. Un poco de distancia y escepticismo relativo que ayuda a lo literario. Ninguna de mis historias paranormales tiene algo autobiográfico. Solamente a veces recojo lo que me cuentan, pero no lo que me sucede a mí.
-En tiempos donde todos hablamos solos, al menos por momentos, ¿piensas que tus cuentos son una suerte de consuelo a los lectores, de "aquí no eres extraño"?
-Espero que no. Espero que gusten y que den miedo y que los lectores hagan conexiones y se abran mundos, que es lo que la literatura debe hacer. Pero la sensación de pertenencia debe ser de los amigos, de los que tenemos alrededor, y si no, armarse ese lugar con el mundo propio. Estos cuentos son mi mundo y lo comparto, pero después cada lector hace con eso lo que quiere.
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