APUNTES DESDE LA CABAÑA Alemania: De gallos, dedales y palmeras en llamas
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Viví quince años en Alemania, tres en Berlín Oriental, detrás del Muro, y doce en Bonn, entonces la apacible capital de Alemania Occidental. Durante mis apasionantes años como corresponsal extranjero en Bonn escuché a menudo un programa radial que analizaba curiosas demandas vecinales presentadas ante tribunales alemanes. "Debes escucharlo porque enseña sobre nuestro carácter nacional", me sugirió un colega alemán.
Recuerdo una de ellas. El vecino uno acusaba al vecino dos porque su gallo, un gallo acicalado y amaestrado, que obedecía al nombre de Pankratius, lo despertaba todos los días a las cinco de la mañana con su estrepitoso canto. Lo peor, se quejaba el afectado, es en los días feriados, cuando añoraba y necesitaba dormir largo. No tengo nada contra el gallo, agregaba, he recurrido a tampones de oídos, vidrios más gruesos en el dormitorio y hasta pastillas para dormir, pero igual el pajarraco me despierta a las cinco. Ante mis ruegos, añadía, mi vecino se limita a decir que Pankratius tiene derecho a la libre expresión y que si le reprime su derecho a cantar sería un gallo a medias o contra natura.
Recuerdo la sentencia del juez: el vecino uno tiene razón por cuanto si bien el pueblo donde viven está en zona rural, el pueblo se rige por normas urbanas y el demandante tiene derecho a dormir en paz a esas horas. El juez estableció además que el dueño de Pankratius debía arreglárselas para que éste no cantara en días hábiles antes de las siete de la mañana ni antes de las nueve en los festivos. Si seguía cantando a deshoras, impondría penas onerosas a su dueño. Ignoro qué suerte corrió el gallo, pero seguro no se lo escuchó más cantar cuando le venía en gana.
En otra oportunidad el programa informó que un vecino había demandado a otro porque en su pequeño jardín, donde sólo crecía un impoluto césped inglés, se llenaba en las primaveras de dedales de oro, las flores que cultivaba su vecino al otro lado de la cerca baja que los separaba. El vecino uno amaba el césped y nada adicional, el dos los dedales y nada adicional. El primero añadía que anualmente gastaba tiempo y dinero en la compra y aplicación de herbicidas debido a la injerencia seminal de su territorio. El vecino dos sostenía que si bien él cultivaba dedales de oro, no estaba comprobado que fuesen los suyos los que esparcían semillas al vecino. Este retrucaba que la dirección del viento en primavera coincidía con la ubicación de los jardines, y que en el barrio no había otro jardín con dedales. Veredicto del juez: si bien no se puede demostrar la tesis del vecino uno, debido a la circulación de los vientos es altamente probable que de los dedales del demandado provengan las semillas que afectan a la propiedad adyacente, y por ello el vecino dos debe elevar la cerca y evitar que las semillas la sobrepasen y, encargarse de todos los gastos que le surjan a su vecino en su tarea de erradicar los dedales, en caso de aparecer en sus dominios.
Hay otro caso judicial que recuerdo porque lo viví de cerca: Jürgen, un periodista amigo mío que había heredado inesperadamente millones de una tía que ignoraba era rica, se compró entonces una imponente casona en Am Tulpenfeld, el barrio cívico de la capital alemana. Allí inauguró mi colega un pomposo Centro Norte-Sur que, la verdad sea dicha, no sesionaba mucho. Era una perla como inversión inmobiliaria pues estaba a dos cuadras del Parlamento, es decir, por donde transitaban Helmut Kohl, Willy Brandt o Hans-Dietrich Genscher. Y no sólo eso, Jürgen le encargó además a un famoso escultor una gigantesca palmera de acero en cuya copa danzaban apocalípticas lenguas de fuego. "El fuego debe advertirnos a todos sobre el peligro de una guerra nuclear", afirmaba Jürgen en medio de los ochenta, cuando parecía inminente una guerra entre la Unión Soviética y Occidente (¿suena conocido?).
La escultura alteró en extremo a Dieter, vecino inmediato, que también era rico y poseía una mansión tan monumental como la de Jürgen. Cuando vio la palmera en el jardín adyacente, se aterró por la dimensión de las llamas y le exigió a Jürgen desmontarla o, al menos, cortarle el gas. Eso desató la guerra. Y como Jürgen no apagó la palmera, una noche en que éste andaba de viaje y había dejado las llamas encendidas, Dieter llamó a bomberos denunciando un incendio en el jardín vecino y el peligro de que su residencia y el barrio cívico ardieran por completo.
Llegó de inmediato bomberos y apagó las descomunales llamas con poderosos chorros de agua que a su vez derribaron la costosa palmera. La crisis empeoraba. Semanas más tarde, mientras Dieter preparaba para una amiga un asado en su balcón, actividad culinaria prohibida en balcones del barrio, y conversaba adentro con la invitada olvidándose de la carne (en el balcón), del promisorio asado comenzó a ascender una tenebrosa columna de humo negro. Fue entonces que Jürgen llamó a bomberos alertando sobre la casa que se incendiaba. Llegaron los bomberos y atacaron con sus chorros de agua de alta presión inundando no sólo el balcón y el dormitorio sino también el segundo piso de la residencia, donde Dieter conversaba ya en paños menores con la invitada, y en tales penosos ropajes tuvieron que evacuar.
Sólo recuerdo que el asunto fue a dar a los tribunales, pero ignoro si Jürgen y Dieter firmaron la paz algún día, pues yo me trasladé a vivir a Estados Unidos. Hace poco los busqué en internet y constaté que Dieter falleció hace quince años en un hogar de ancianos de Coblenza, y que Jürgen vivió hasta el 2009 en un pueblo junto al Rin. Imagino que ambos, entonces indomables guerreros de más de sesenta años, libraron hasta el final quijotescas batallas contra el prójimo.
El día que retorne a la antigua capital alemana pasaré a averiguar si se impuso la moda de Dieter de hacer asados en balcones, y si sigue en pie la monumental palmera de acero de Jürgen en el arbolado y apacible barrio Am Tulpenfeld.