LOS MARTES DE DON DEMETRIO
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
El escritor vasco Unamuno sostenía con razón que muchas veces es necesario referirse a uno mismo cuando se pretende narrar algo y ello no para hacerse una autopromoción, sino porque respecto de ese algo se tiene la certeza que sucedió y de la forma en que acaeció. Este será el caso.
El ex Presidente Ricardo Lagos Escobar anunció que se retirará de la actividad política contingente, lo que no significa que estará ausente cuando se trate de temas sustantivos. Esta decisión del ex Primer Mandatorio provocó la publicación de un sinnúmero de artículos escritos por importantes personalidades nacionales en los que se hacía un análisis de su rica personalidad, de su inteligencia y de su capacidad para haber ejercido la Primera Magistratura en una forma excepcional, comentarios todos que considero de absoluta justicia. Modestamente, y reconociendo que estoy a años luz de esas personalidades, deseo hacer un pequeño aporte desde lo que fue mi experiencia personal con el ex Presidente, pues creo que puedo proporcionar puntos de vista poco conocidos en cuanto a su personalidad.
Recién Ricardo Lagos había asumido la presidencia, cuando la flamante y brillante Canciller Soledad Alvear me llamó para comunicarme que el jefe del Estado me había designado Embajador en Japón, lo que me produjo una inmensa felicidad por la muestra de confianza que ello significaba. En ese momento me desempeñaba como director general administrativo de la Cancillería, la cuarta autoridad del Ministerio. Al Presidente no lo conocía. A quien sí conocía bien era a su hijo Ricardo, que desde hacía tiempo era el jefe económico de dicha repartición. Participamos en múltiples reuniones de APEC celebradas en diferentes capitales del Asia-Pacífico. Yo lo hacía en mi condición de director de Asia Pacífico. Debo confesar que siempre me impresionó la preparación y capacidad del hoy senador por la Quinta Región. Era un hombre joven, pero en forma brillante no se "achicaba" ante destacados delegados de otros países. Poseía conocimientos sólidos y mucha personalidad.
Cuando antes de partir a Tokio fui a despedirme del flamante Jefe de Estado, debo confesar que iba asustado. Sabía de su inteligencia, de su capacidad y de su amplio conocimiento de la política exterior, y temí no pasar el "examen". Pero mis temores fueron infundados. Me encontré con una persona en extremo amable, que me otorgó toda su confianza y que me encargó especialmente que intentara empezar a trabajar la posibilidad de un acuerdo de libre comercio con Japón, cosa que en ese momento aparecía casi inalcanzable. Esa instrucción fue el norte de mi quehacer diplomático en Tokio y con satisfacción puedo decir que cuando casi cuatro años después volví a Santiago las conversaciones para dicho acuerdo estaban bastante adelantadas y al poco tiempo se suscribió el Tratado respectivo. En mi trabajo en tierras niponas siempre sentí el respaldo del habitante de La Moneda y cuando venía a Santiago y lo pasaba a ver, dentro de la calidez en las formas, recibía aportes sustantivos de fondo. Conocía el área como si hubiera vivido allí, por lo cual tenía conciencia que no me podía "carrilear" ante una consulta suya. Me impresionaba la visión macro que poseía respecto de la vinculación de Chile con el Asia y su capacidad para entender que había diferencias de costumbres y de tiempos que debían ser respetadas, cosa que no me sucedía con otras autoridades de gobierno.
El Japón extendió una invitación para que el Presidente Lagos visitara Tokio en febrero del 2003, la que lógicamente fue aceptada. Para quienes no han estado en la profesión, les resulta imposible comprender lo que significa para un Embajador recibir al Jefe del Estado en su sede. Hay miles de detalles que hay que cubrir y por más que se reciba la ayuda del país anfitrión, como fue en este caso, las coordinaciones en lo macro y en los detalles son múltiples, sobre todo cuando el Presidente viaja en un avión lleno de autoridades nacionales, de múltiples empresarios y de periodistas, como era este caso. Nos pusimos manos a la obra con la idea de cubrir todos los aspectos desde la reunión con el Primer Ministro Koizumi hasta averiguar en privado qué le gustaba a don Ricardo al desayuno, cosa que se sintiera lo más cómodo posible en el hotel en que se alojaría. Por si usted quiere saberlo, a don Ricardo le gusta la palta para el desayuno, fruta que también es del agrado del senador Lagos, quien se la disputaba todos los días.
Cuando estábamos en los inicios de la tarea descrita se nos produjo un problema mayor. Resultó que el Emperador Akihito, quien lo recibiría oficialmente y le otorgaría un almuerzo en el Palacio con toda la solemnidad típica de la casa imperial, tenía que someterse a una intervención quirúrgica que lo inhabilitaría estar en condiciones de salud para recibir al Jefe del Estado chileno. Sostuve conversaciones con la Cancillería local y con la Casa Imperial, las que me señalaron que la idea era que al Emperador lo reemplazara el Príncipe Heredero Naruhito, quien, dicho sea de paso, es el actual Emperador. Los japoneses me confidenciaron que para ellos era de suma importancia que el Presidente Lagos viajara de todos modos y que fuera el Príncipe Heredero quien reemplazara oficialmente a su padre. Me indicaron que nunca se había producido el hecho que estando vivo el Emperador fuera su hijo mayor el que hiciera las veces de tal, lo que de suceder demostraría la continuidad de la sucesión de la Casa Imperial. Respondí que no me parecía que hubiera inconveniente alguno y que comunicaría el asunto a Santiago. Cuando hice aquello no faltaron los "inteligentes" de siempre que opinaron que debía postergarse el viaje hasta que el Emperador Akihito recuperara su salud y estuviera en condiciones de recibir - como correspondía - al Jefe del Estado chileno. Personalmente, opiné que me parecía una locura plantear eso y que, por el contrario, proceder como nos pedía el Palacio Imperial era lo adecuado. Hubo importantes plumarios que destacaron una falta de cuidado para decidir el viaje del Presidente y que constituía un verdadero desprecio a Chile que el anfitrión de Lagos no fuera el Emperador Akihito. Las alternativas entonces eran aceptar lo que nos proponía el Palacio Imperial, que era mi postura, o dar cualquier disculpa para posponer la visita. Cuando el tema llegó a la decisión de don Ricardo, este no tuvo ni la sombra de una duda, pues entendió perfectamente el pedido nipón. El viaje se haría en la fecha programada y punto. Era la típica conducta del Jefe del Estado, quien -para emplear un término común - "cortaba los queques" de inmediato y de acuerdo a su criterio. Los japoneses estaban realmente agradecidos por la resolución chilena de no mover la fecha de la visita y la consideraron un acto importante de amistad de parte del Jefe del Estado. Es que el hombre es así. Valora las variables envueltas y usando siempre su amplio criterio, resuelve de inmediato.
Para adelantar algo sobre la materia, de las múltiples actividades que el Presiente tendría en la capital nipona había una que me quitaba el sueño. Era el almuerzo que pretendíamos organizar con los representantes más importantes del sector privado japonés, incluyendo las grandes empresas, el comercio, los bancos y quienes tenían negocios con Chile. La meta era tener sentados junto al Presidente a los representantes del 90% del PIB nipón. No era fácil, pero tuve un gran aliado, Mikio Sasaki, el gerente general de Mitsubishi, un gran tipo. Claro que el nipón asignado para asistirnos en la organización del encuentro resultó ser un hombre difícil que complicó la tarea. Como embajador tuve la asistencia directa de un destacado funcionario de la misión, Pedro Correa Guzmán. El asunto se puso tenso y llegó a un momento realmente difícil en que yo sostuve que si las cosas no se hacían como la Embajada quería, el almuerzo se cancelaba. Fue un gran "carril", pues si eso hubiese pasado el viaje entero habría estado cerca del fracaso y mi cabeza cerca de la guillotina. Pero como yo tenía al lado mío al Padre Hurtado, al final, como lo veremos más adelante, todo se llevó a cabo cumpliéndose con los requisitos que exigimos. Como lo veremos luego, fue un éxito total.
La fecha del viaje tenía sus complicaciones propias, pues era el momento más álgido en que Chile, siendo miembro del Consejo de Seguridad, se oponía a la intervención de Naciones Unidas en Irak. Como lo veremos, las presiones sobre el Jefe del Estado chileno eran de un nivel inimaginable. El Presidente Lagos llegó a Tokio en visita oficial el miércoles 12 de febrero del 2003.