LA TRIBUNA DEL LECTOR
POR FERNÁN RIOSECO, ABOGADO Y ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO
Esperando a Godot
Hace pocos días el mundo celebró los 300 años del nacimiento de Immanuel Kant, uno de los filósofos más importantes e influyentes de Occidente. La ocasión es propicia para reflexionar sobre los aportes y la vigencia del pensador alemán, pero no podemos hacerlo. No podemos hablar de filosofía mientras nuestros carabineros son brutalmente asesinados por organizaciones terroristas o por el crimen organizado. Sospecho que Kant, acaso el filósofo moral por antonomasia, estaría de acuerdo con nosotros.
¿Puede el crimen organizado cometer actos terroristas? Por supuesto. De hecho, es probable que el salvaje atentado de Cañete responda a una señal política de alguno de los cárteles que se han instalado en Chile, con una pasmosa facilidad: una muestra de su musculatura o algún tipo de represalia.
Sin embargo, lo que realmente importa es la reacción del Estado porque este asesinato, sea cual sea el enemigo, es una declaración de guerra. Los criminales han cruzado la línea roja.
Si este crimen alevoso y cobarde se hubiese cometido en Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Canadá o Israel, la policía y las fuerzas armadas habrían salido de inmediato a peinar grandes zonas de territorio y cazar a los asesinos. También se habría invocado la ley antiterrorista, declarado estado de sitio e, incluso, ley marcial. Asimismo, se habrían cerrado temporalmente las fronteras. Pero estamos en Chile, y en este reino encantado las respuestas suelen ser débiles y timoratas; siempre con el freno de mano y la ideología puestas.
En la televisión se vio a una caravana de todos los poderes del Estado, en señal de unidad. El Presidente decretó tres días de duelo nacional. Hasta ahí todo bien, pero muy pronto comenzaron las peroratas: "no toleraremos", "los vamos a perseguir", "no habrá impunidad", etc. Finalmente, a veinte horas del atentado terrorista, se ordenó el toque de queda para tres comunas (por unas pocas horas) y al día siguiente se presentó una querella por delitos comunes.
Eso sería todo.
No sé usted, pero a mí me dio la impresión de estar frente a una grotesca representación teatral. Una puesta en escena; una impostura; una pantomima lamentable y sin gracia; una mala tragedia de un Shakespeare de pacotilla. En una palabra: una farsa.
¿Cuántas líneas rojas tendrán que cruzar los enemigos del Estado para que se tomen medidas drásticas? ¿Cuántas muertes más tendremos que lamentar?
Parafraseando a Cicerón, ¿hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina?
Recordé también el final de Esperando a Godot, esa prodigiosa metáfora sobre el absurdo escrita por Beckett:
ESTRAGON: ¿Qué? ¿Nos vamos?
VLADIMIR: Súbete los pantalones.
ESTRAGON: ¿Cómo?
VLADIMIR: Súbete los pantalones.
ESTRAGON: ¿Qué me quite los pantalones?
VLADIMIR: Súbete los pantalones.
ESTRAGON: Ah, sí, es cierto.
(Se sube los pantalones. Silencio)
VLADIMIR: ¿Qué? ¿Nos vamos?
ESTRAGON: Vamos.
(No se mueven)
Eso es. No se mueven.