RELOJ DE ARENA De Gutenberg a la IA
Cristián Warnken es escéptico sobre la presencia del libro en la sociedad actual. Con ocasión del Día, de la Semana o del Mes del Libro, presenta un escenario en que nos hemos alejado de la palabra escrita: "Digamos la verdad: el verdadero hechizo para la mayoría de las personas en Chile es hoy el de la pantalla (objeto inerte, que no se puede acariciar) antes que el del libro (objeto vivo, que se puede oler, tocar), y ante ese hechizo hemos sucumbido como sociedad, aunque en nuestro discurso sigamos diciendo que leer es bueno".
Lamentable realidad que apreciamos en la vida diaria, en las calles, en el transporte público -pese al riesgo de perder el teléfono y su alienante pantalla-, en las tardes familiares de la casa o en salas de eterna espera.
Vemos en una consulta médica a una madre con su hijo pequeño. El chico ensimismado en algún juego en el celular, en tanto la madre busca afanosa en el móvil algún mensaje que acorte la espera. No hay diálogo madre-hijo, un valor perdido, ni tampoco revistas en la mesita de centro del consultorio. Antes las había, eran entretenidas y hasta nos ilustraban sobre el mal del cual del médico era especialista.
Gutenberg
El libro, vieja base de la cultura, languidece. Su origen, al menos occidental, se remonta a aquellos monjes que nos presenta Umberto Eco en El nombre de la rosa, que con dedicación, precisión y elegancia iban escribiendo a mano en hojas que reunidas formaban un volumen que concentraba desde oraciones hasta descubrimientos científicos. Un primitivo y hermoso libro.
El resultado del trabajo de cada monje era un solo volumen, bellamente ornamentado, pero uno solo.
Tal vez inspirado en la precariedad de ese valioso trabajo Johannes Gutenberg desarrolla en el siglo XV ese invento que lo inmortalizó. Convirtió cada letra en una pieza metálica que reproducía esa letra. Así con esas piezas, tipos, iba formando palabras y líneas y con esas líneas armando páginas. Sobre el conjunto, entintado, se ponía una hoja de papel, se presionaba y se obtenía un ejemplar de esa página. El procedimiento se podía repetir decenas, cientos de veces y así se estructuraban decenas, cientos de libros.
Tipo móviles, reutilizables. Con ese procedimiento Gutenberg imprimió 150 ejemplares de su famosa Biblia. Los monjes medievales, con su bella letra, página a página, habrían tardado décadas en la tarea.
Se afirma que la idea del sistema viene de China, tal como ocurre con el papel. Bueno, todo viene de China. El sistema se perfeccionó y lo hizo práctico Gutenberg, en Maguncia, hoy una ciudad alemana, fundiendo los tipos en plomo, durables y manejables. La misma técnica, con variables y automatizada, se empleó hasta mediados del siglo pasado.
Fue una revolución apoyada en los bajos precios del papel, material que reemplaza al costoso pergamino, y en una sociedad que lentamente se adentraba en el hoy casi olvidado arte de la lectura.
Gutenberg desarrolla su sistema en 1452-53, cuatro décadas antes de la llegada a Colón al Nuevo Mundo.
Luego, 1486, el obispo de Maguncia, Bertchtold, se da cuenta de las proyecciones del método que permitía multiplicar cualquiera publicación. ¿Hasta dónde vamos a llegar?, debe haber sido la reflexión del prelado. Usando su poder temporal somete los impresos a la autorización de la Universidad. "En interés de la imprenta, para protegerla de sus propios abusos, que todo escrito aparezca revestido con la autorización de la Universidad antes de ser impreso…".
Precedente medieval
Precursora censura, pero trasladándonos en los siglos algo parecido vemos en Chile en los años 50 cuando llega la televisión. El entonces Presidente Jorge Alessandri se da cuenta de las proyecciones del nuevo medio de comunicación y entrega su operación… a las universidades. Los ejemplos de ese tiempo y los cambios que vienen son conocidos.
Llegamos hasta nuestros días en que creíamos que todo el conocimiento, la ciencia, la literatura, la creatividad, se encontraba en los libros. Y a los libros recurríamos con las más diversas inquietudes.
Simplemente debíamos saber leer, tarea sencilla que aprendíamos de chicos, conocimiento que medía la cultura de civilizaciones enteras, de países y de personas en particular. En último término una necesidad individual y colectiva.
Surge así un modelo de industria editorial de diversas dimensiones y con variadas expresiones. Desde el simple libro, tradicional, hasta el diario de todos los días. Ahí está todo.
Pero llega la invasión digital con su tentadora y luminosa oferta y que nos entrega lo mismo y mucho más en pequeños artilugios que hacen de todo y conservan todo al alcance de la mano al momento que uno quiera. Ya resultan una curiosidad las enciclopedias, los diccionarios, las decenas de tomos del Espasa, con su Libro del Año, El Tesoro de la Juventud, con sus explicaciones simples donde tanto aprendimos… Ahora está Wikipedia. El papel es una molestia, una ñoñez. Entre paréntesis, en estos días Wikipedia pide el aporte de los usuarios.
En fin, el libro se queda muy atrás, pese a ser un "objeto vivo que se puede oler y tocar", palabras de Warnken.
Como dice él mismo, es de buen gusto reconocer el valor de los libros. Nada más que de buen gusto.
Incursionar en sus páginas es una aventura casi olvidada, pues el mundo digital tiene una amplísima oferta tanto para el ocio como para las más variadas inquietudes.
El doctor google
La misma madre de la sala de espera ha consultado, antes de llegar al médico de carne y hueso, al doctor Google y elabora su propia teoría del mal de su hijo buscando una confirmación en la consulta. Así, rebate al pobre especialista…
Muchos libros son materialmente bonitos y se convierten en un atractivo adorno doméstico. Adorno nada más. Un cuerpo sin alma, sin admiradores.
Hay librerías con amplia oferta y ferias tal vez con buenas ventas. Pero finalmente la compra queda condenada al olvido, al rincón, a las polillas, a buenas intenciones de dedicarle tiempo y compartir su contenido.
La gran mayoría de la población sabe leer, derrotando el analfabetismo, lucha cultural de décadas que ahora aparece casi inútil. Se habla de "analfabetismo digital", es decir, ignorancia ante teclados y pantallas.
Superar esa carencia es la lucha de estos días y en medio de la contienda el gran derrotado es el viejo libro y sus protocolos de estilo, ortografía y gramática.
Vea usted esos textos en pantalla, verdaderos insultos al idioma y a la lógica de una comunicación fluida. Y ya se instaló la inteligencia artificial (IA)…
Una manifestación concreta de la crisis del libro y de la lectura me la da un amigo comerciante, gran luchador contra los ambulantes. "¿Te has fijado que en la calle ya no hay oferta de libros piratas?", pregunta. Buena duda, pues los bandidos, siempre un paso más adelante, se dieron cuenta que esas ediciones clandestinas ya no tienen mercado. Mejor es falsificar zapatillas, jeans, ropa de marca…