LOS MARTES DE DON DEMETRIO
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
El otro día conversaba con uno de mis nietos -quien acaba de terminar la universidad- sobre el incalificable asesinato de tres carabineros en Cañete, el que ha conmovido a todo el país. Me decía: "El asesinato como tal es un hecho absolutamente repudiable, pero uno llevado a cabo con la crueldad, saña y brutalidad como el de Cañete no tiene cabida en la mente humana. Haber buscado los medios para enterarse de una operación policial como la que debían llevar a cabo los policías, concertarse a una hora y en un sitio determinados con el solo objetivo de matar, haber disparado sobre seguro contra los tres ocupantes de un vehículo y luego de asesinarlos prender fuego a sus cuerpos, así como aquel en que se movilizaban, es un acto que da cuenta de una planificación y de una ejecución que lleva implícita una vileza que no me resulta comprensible. Las autoridades han señalado que se trata de un acto terrorista. Este se llevó a cabo en una zona donde hay dificultades entre chilenos, por lo cual es fácil colegir que aquí no se trata de una planificación de extranjeros como desgraciadamente la hay en innumerables delitos que se comente diariamente en todo el país. Tú que eres mayor y que has vivido tantas cosas acaecidas en Chile, ¿cómo te lo explicas? ¿Cómo pueden existir connacionales que tengan la mente tan desviada como para cometer un acto como ese?".
Mi respuesta fue: "La verdad, Tomás, es que yo tengo la misma interrogante que tú, pero, desafortunadamente, no tengo una respuesta. Pese a la diferencia de edad y de experiencia de vida que nos separa, tu consulta específica me sobrepasa".
Luego de ese diálogo me quedé meditando sobre la cuestión planteada por un muchacho inteligente y observador. No existe una explicación medianamente racional para ese crimen, pero se puede intentar brevemente buscar el ambiente que nos ha llevado a ello. Si uno mira el mundo, ya nada nos asombra. Leemos que en Gaza han muerto miles de niños y mujeres en una guerra que ya lleva mucho tiempo y que la humanidad rechaza. Pero los líderes no pueden ponerse de acuerdo para poner coto a esa matanza. Por otra parte, Rusia y Ucrania han estado meses de meses destruyéndose el uno al otro y hoy lo que aparece a la vista es que el más poderoso amenaza con usar armas atómicas para finalizar el conflicto. Dos muestras vivientes de una irracionalidad absoluta en el resto del mundo.
Ahora, si vamos a nuestro Chile, paso a paso hemos ido perdiendo el respeto por los demás, actitud que hacía que viviéramos en un país que podía pensar distinto pero que resolvía sus dificultades conversando o concurriendo a las instituciones diseñadas para resolver las diferencias. Había límites que se respetaban. Sin embargo, hemos llegado a un estado de cosas donde cada uno toma el camino que de acuerdo a sus interese le es más conveniente. No es necesario ser desamparado o buscar un fin mediamente explicable para cometer delitos. Todos los medios aparecen como "legítimos" para lograr el propósito final que cada uno se propone. Para afirmar aquello no necesitamos ir muy atrás en el tiempo. Hemos visto el espectáculo triste que personas adineradas y cultas no han trepidado en tomar la senda que es más útil para su propia economía. El último ejemplo es quizás el más dramático. Cuando cientos de chileno estaban muriendo debido al covid, las dos empresas que fabricaban oxígeno -gas fundamental para mantener la vida de los que habían contraído esa enfermedad- se pusieron de acuerdo para subir los precios de aquel sin importar las limitaciones extremas que ello imponía a los pacientes y al Estado. Por otra parte, con espanto al comienzo, pero ya como un asunto habitual, asistimos a la tragedia que en varias regiones del país las autoridades se han coludido para robar millones y millones de pesos destinados a programas que iban en ayuda de los más débiles. Hoy día, por su repetición, este hecho ya nos parece casi familiar. Qué decir de los atentados en contra del prójimo que vemos todos los días en las noticias de la televisión, donde no cuenta la vida, edad o posición social de las víctimas. Se mata, secuestra, roba y asalta a cualquiera. A su turno, los que buscan conseguir un fin político determinado no tienen limitación alguna para obtener su propósito.
Desde la verdadera veneración de algunos por el perro matapacos hasta los que en el sur expresan que no son chilenos y que reivindican a "su raza", los límites no existen. Hemos caído en una degradación institucional y social que nunca imaginamos, lo que ha dado paso a que se produzcan hechos horribles como el de Cañete. Ha sido un proceso expedito. Basta pensar que hace 20 años casi nada de esto era siquiera imaginable. A todo lo antes indicado se agrega "el aporte extranjero" que ha traído a Chile figuras delictuales desconocidas. Por último, hay que añadir la falencia de decisión de las autoridades habida en este lapso. Quienes han participado y participan en política tienen una inmensa responsabilidad en todo esto.
¿Hay solución para este caos? La verdad, Tomás, es que en lo inmediato no la veo. Pienso que más bien es una tarea que ha caído en los hombros de tu generación. Si la mayoría de los chilenos (a) de tu edad se impone desde hoy la tarea de formar un gran grupo que con convicción y fe busque hacer volver a Chile a sus raíces, se puede. Si se insiste en la complicidad entre profesores y padres para formar una asociación que busque desde la niñez que los chilenos traigamos de regreso la historia del país, la forma como construimos la nación, el respeto del uno por el otro y la responsabilidad que cada uno en particular posee en esta tarea, se podría modificar el rumbo en que vamos. Debemos volver a darle el valor fundamental que tienen las instituciones de todo tipo -políticas, religiosas, educacionales, sociales, etc.-, pues ellas permanecen más allá de la vida de los individuos que ocasionalmente las componen. A lo anterior y frente a la tremenda anarquía en que estamos, debemos tener claro que los derechos humanos de la sociedad como tal son superiores a los del delincuente. Estos se aprovechan del respeto a la igualdad de derechos que nos rige. Los de una mujer violada y los de su violador no son iguales. Los de la primera están por sobre los del segundo. Si los asesinos de Cañete hubieran tenido conciencia que la vara con que serían medidos por sus acciones irracionales sería más drástica que la de los demás, quizás lo habrían pensado dos veces antes de participar en la brutalidad que se cometió.