LA TRIBUNA DEL LECTOR Año Kafka
POR FERNÁN RIOSECO, ABOGADO
El pasado 3 de junio se cumplieron cien años de la muerte de Franz Kafka (1883-1924), uno de los escritores más influyentes del siglo XX; un imprescindible, diría Bertolt Brecht. Lo anterior, pese a las instrucciones que dejó a su mejor amigo y albacea Max Brod, de quemar sin leerlos "absolutamente todos los manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etcétera, que se encuentren en mi legado", petición que su amigo tuvo a bien ignorar en beneficio de la literatura universal.
¿Qué se puede decir de Kafka que no haya sido expresado por autores como Arendt, Borges, Canetti o Sartre? Poco. Tanto que parece un atrevimiento intentar, siquiera, una semblanza del escritor checo que no roce lo burdo, superficial o redundante. En esto reside, creo, el enigma Kafka: las paradojas que atravesaron su vida están imbricadas en sus escritos, como lo está una araña con su tela diminuta y frágil, tejida por algo que es hombre e insecto al mismo tiempo. Un ser así de insignificante no es otra cosa que una broma de mal gusto, una fatalidad, una tragicomedia, un túnel con una luz improbable al final del camino. ¿Acaso no es eso la existencia?
En vida Kafka pasó desapercibido, pero su autoridad post mortem es decisiva para comprender la modernidad y los entresijos de la condición humana. Dice Carlyle que los héroes, los grandes espíritus, emergen en la historia como un rayo en medio de la oscuridad, imponiendo el orden sobre el caos y marcando a fuego el devenir de los demás hombres. Emerson, por su parte, confiado en la distinción entre razón y entendimiento de Kant y Coleridge, reifica lo racional unificándolo con la idea más trascendente de todas: la idea de Dios.
La razón, agrega Emerson, es el ojo del espíritu, la facultad por la que percibimos las verdades suprasensoriales.
Sin embargo, el mundo kafkiano no es divino en el sentido de Emerson, sino un laberinto poblado por criaturas atormentadas que viven dramáticamente en un mundo que, en sí, no es dramático. En este universo gris y aberrante no hay lugar para dioses o héroes, y si ellos existen, no pueden salvarnos ni redimirnos. Estamos arrojados a la existencia y condenados a ser libres, aprendiendo a lidiar con la angustia y la certeza de la muerte.
Si todo genio se anticipa a sí mismo, entonces Kafka fue, sin duda, un genio.
Así como Maradona "maradoneaba" con la pelota imantada a sus pies y Borges fue borgeano en sus cuentos y algo más humano en sus poemas, Franz Kafka fue kafkiano antes de escribir una sola palabra. Este año 2024, el "año Kafka" en el que conmemoramos cien años sin el escritor checo, rendimos tributo a un vidente de la naturaleza humana, a un estratega que fue capaz de vislumbrar los despiadados engranajes de un mundo inhumano donde el sistema, la estructura y el laberinto son la absurda, artificial y omnisciente divinidad.