RELOJ DE ARENA Misterios limachinos
El reloj de pared con el nombre de una casa comercial porteña en su esfera ya un tanto amarillenta dio las once de la noche. Don Patricio se dio cuenta que la hora significaba un problema, pues justo en ese momento partía el último de los tranvías de sangre que unía Limache, el pueblo donde se ubica la estación, con San Francisco, el otro barrio de lo que hoy es Limache.
Era un animado grupo que se había reunido en el club social con ocasión de la entrega de una colección de varios tomos de "La historia del pueblo de Dios" al notario de la localidad, don Juan Carlos Toledo Cornejo. Donante era don Adolfo Eastman, acaudalado propietario de una gran lechería que abastecía a Valparaíso y otras localidades con leche casi al pie de la vaca en tiempos anteriores a la pasteurización, botellas y leche en caja.
Eastman había adquirido en Europa la bien encuadernada colección considerando la cultura del notario y su refinamiento. Autor de la obra era el jesuita francés Joseph Berrear y fue traducida al español por el sacerdote Antonio Espinosa en 1766. El texto, debidamente censurado, estaba dedicado "a la católica majestad de nuestro rey. Y señor D. Fernando sexto (que Dios guarde)".
Una joya bibliográfica que llegaba a Limache en 1915 y bien merecía una cena de notables que sabrían apreciarla y, claro está, envidiarla.
El tranvía
Pero había que resolver el problema de la vuelta casa, especialmente de quienes residían en San Francisco. Largo recorrido en un cómodo tranvía que hasta cruzaba un estero, servicio que se mantuvo entre 1884 y 1929, con coches construidos en Nueva York. Don Patricio, hijo de alemanes, esmerado relojero especialista reconocido en todo el país, tenía siempre recursos.
-Vi al "Monito en Caja" trabajando por ahí. A lo mejor nos puede prestar uno de sus caballos.
El personaje mencionado por don Patricio era el especialista del lugar dedicado a limpiar fosas sépticas, el gran avance tras esas casetas en que los campesinos descargaban su humanidad. Silencioso, resignado, "El Monito" hacía su tarea cuando caía la noche. "A la oración", decía, capitán de sus carretas y esgrimiendo largas palas con las que cargaba los humanos y malolientes residuos.
"El Monito", finalmente, prestó dos de sus jamelgos a los retrasados comensales. La cabalgata inició su recorrido por la gran avenida marginada por acequias de riego. Primero silencio y luego conversaciones de variado argumento donde, como siempre en las noches campesinas, no faltaban las apariciones y los tesoros por ahí ocultos.
El puente
Al entrar al crujiente puente de tablones sobre el estero de Limache, don Patricio, que encabezaba la caravana, sintió algo extraño que lo empujaba hacia adelante en la precaria silla del caballo que había facilitado el "Monito". Dio vuelta la cabeza y se vio envuelto en un cuerpo luminoso. El cuerpo, al parecer, abrazaba a don Patricio. El caballo, en tanto, se detuvo, pero luego continuó al ser presionado con fuerza por las espuelas de su jinete.
El paso por el puente, hoy reemplazado, no es largo, pero significó un tormento para el fornido y siempre desafiante don Patricio. Terminado el breve recorrido y sin oír ya las quejas de los gruesos tablones, vino un silencioso alivio. Nadie hablaba.
¿Habría sido sólo una ilusión del relojero, descreído, esclavo de la mecánica de precisión de aquellas máquinas que reparaba y hasta construía?
Nadie en la caravana había tenido una experiencia similar y, salvando su prestigio, don Patricio no comentó el hecho.
El cura
Días después debió viajar a Valparaíso para retirar algunos engranajes que había importado desde la lejana Suiza. Como siempre en esos breves viajes de trabajo visitaba a su hermano, un sacerdote católico que gozaba de gran prestigio en el puerto, tanto por su cultura como por sus obras benéficas, una prestigiosa escuela en un cerro y un sanatorio en Viña del Mar regentado por una congregación española de hermanos que atendía casos de raquitismo frecuentes entre los más pobres.
Don Patricio, estimulado por la buena mesa de su hermano religioso, se sinceró:
- ¿Crees en las apariciones nocturnas de… digamos… seres del más allá? Bueno, tu oficio de cura se acerca a ese mundo, así que tienes que creer.
- Rara tu pregunta. ¿Te estás convirtiendo? Respondió sonriente el buen cura acostumbrado a esas interrogantes.
Miró a los ojos a su hermano, siempre generoso, cálido y dispuesto a ayudar, especialmente a ese irreverente hermano que sólo creía en temas mecánicos. Y don Patricio le contó el episodio del puente, sus eternos insomnios y otros episodios que iban contra la lógica, la mecánica y las matemáticas, su verdadera religión.
Larga conversación. ¿Conversión del relojero? No, pero a su muerte, años después, hubo una sorprendente y fervorosa misa oficiada por el hermano cura y acompañada del cántico de un grupo de religiosas. Los comentarios de esta supuesta conversión post mortem se mantuvieron por largo tiempo.
Las leyendas
Pero en segundo plano aparecían, quizás por qué, las leyendas sobre el puente y las almas en pena que por allí circulaban, protagonistas de hechos reales, con nombre y apellido.
Leyendas y apariciones no son novedad en Limache. Habían llegado a Roma en la "Histórica Relación del Reyno de Chile", obra del jesuita Alonso Ovalle, editada en 1655. La obra, con numerosa ilustración, presenta la misteriosa imagen de un árbol que con tronco y ramas reproduce un cristo crucificado que convocaba la devoción popular en el valle de Limache en 1634. ¿Qué fue del misterioso árbol que recordaba al Cristo Sufriente en un último rincón del Nuevo Mundo? ¿Ardió en alguno de los frecuentes siniestros que prueban la fortaleza de nuestra población? La imagen existió, pues Ovalle, jesuita acucioso, debe haberla visto y tenida sus manos.
Avanzando en el tiempo y los misterios nos encontramos con la construcción del ferrocarril entre Valparaíso y Santiago, uno de cuyos desafíos humanos, técnicos y económicos fue el túnel de San Pedro, el más largo de la vía ejecutado entre 1855 y 1861. Algunos huasos limachinos, dice la leyenda, desafiaron a la humeante máquina que recorría los campos. Allí terminaron sus penas. También entusiastas mineros buscan en el túnel de San Pedro esa dudosa riqueza que conduce a la eterna felicidad. Y mejor no incursionar a la tragedia de Queronque, más allá de reconocidas fallas técnicas.
Misterios de Limache a los que se suma en estos días la desaparición de una estimada dama protagonista de la celebración del Día de la Madre. Canales y túneles subterráneos cruzan el valle, cada uno con leyendas y misterios que pueden entregar respuesta a las duda.