La ética judicial y la tarea de la Corte
La Corte Suprema ha decidido poner en marcha su comité de ética, a fin de examinar la conducta de algunos jueces -incluidos miembros de la propia Corte- que parece apartarse del comportamiento que de ellos se esperaba.
De ahí que se haya propuesto llevar adelante un examen ético de esa conducta.
Pero ¿en qué podría consistir examinar una conducta desde el punto de vista ético, que es lo que esa comisión deberá efectuar?
Una respuesta rigurosa a esa pregunta obligaría a llevar adelante una explicación más o menos complicada de filosofía moral, pero por lo pronto puede decirse que hay dos manera de decidir si un comportamiento fue ético o no. En una de ellas, una conducta sería ética si se orienta al bien (en este caso de la profesión de juez); en la otra, sería ética si está a la altura del deber (es decir, de una obligación que pesaría sobre cualquiera que estuviera en la misma posición, al margen de sus intereses). El primer punto de vista lo señaló Aristóteles; el segundo, Kant. Aristóteles pensó que obrar éticamente equivalía a favorecer el bien del caso; Kant pensó que obrar éticamente equivalía a ejecutar un deber susceptible de seguirse cualquiera fueran los intereses que uno poseyera.
Examinemos la conducta que se ha denunciado (intercambiar nombramientos, pedir apoyos subterráneos para obtener el cargo, ofrecer ventajas, etcétera) y veamos si satisface, en abstracto, un comportamiento ético.
Desde luego, parece obvio que ese tipo de conductas no favorece, sino que perjudica el bien que constituye al oficio de juez. El fin o bien (lo que los antiguos llamaban telos) del juez consiste en hacer justicia y esta, por su parte, exige imparcialidad y objetividad. Y es evidente que el clientelismo (el intercambio de favores) o la expresión de lealtades políticas al margen del público en la medida que no favorecen ni la imparcialidad ni la objetividad, lesionan el bien asociado a la función de ser juez. Cuando se dice que un juez debe ser imparcial, se quiere decir que sólo un juez imparcial es un buen juez, un juez cabal, un juez completo o de veras. Si no es imparcial, no es un juez en sentido pleno, es un juez deficiente.
La conclusión desde el punto de vista de Kant no es muy distinta. Un juez que hace intercambios informales de cualquier índole por interés o persiguiendo propósitos personales suyos o de sus cercanos, ejecuta una conducta que no alcanza estatura ética, puesto que la ética exigiría tener un comportamiento universalizable, susceptible de ser seguido por cualquiera sin lesionar la posición del caso. Pero es igualmente obvio que si todos ejecutaran las conductas que hoy se han revelado (pidiendo apoyos que comprometen, pujando por nombramientos, etcétera), entonces la profesión de juez no existiría, puesto que la imparcialidad que le es propia exige prescindir de los intereses personales.
En ninguno de esos casos se exige contar con un código de ética para reprochar esas conductas o para manifestar cuán indebidas son, porque en este caso -pero los miembros de la Corte es seguro, están conscientes de ello- no se trata de averiguar si se ha estado a la altura de reglas de conducta convenidas o acordadas, sino que se trata de decidir si ese tipo de conductas están o no a la altura de las expectativas racionales que desata la tarea de juez. Y conocer la índole de ser juez y lo que ella demanda no requiere un código explícito de conducta o un reglamento, requiere simplemente tener conciencia de qué fue lo que se asumió cuando se decidió serlo.