RELOJ DE ARENA Las Cuatro Esquinas
Las Cuatro Esquinas. Un punto de referencia en San Francisco de Limache. Pongo el nombre completo para evitar equivocaciones. Usted llega a ese lugar, se enfrenta luego a un puente y cruza el estero, ahora con agua. Y enfila. Luego de Pelumpén, llega a La Dormida y se comienza a elevar por la cuesta hasta una notable cumbre con una vista amplia de los valles cercanos.
En estos días, el lugar está de moda, pues cuenta hasta con nieve, material que era frecuente pero que se ha perdido con el cambio climático. La nieve de La Dormida en los siglos XVIII y XIX era subastada en propuesta pública y muchos comerciantes compraban el derecho de extracción, pues ese recurso se usaba para la conservación y hasta transporte de alimentos, especialmente carnes o pescados.
Si usted va en plan de turismo tras la cumbre enfrentará, a la izquierda, un camino que va hasta la localidad de Caleu. Ahí se ha detenido el tiempo colonial y, con buen gusto, está la casa de descanso de Don Ricardo.
Sigue bajando la cuesta, con cuidado, es peligrosa, y llega a Til Til, la tumba de Manuel Rodríguez y centro de crianza de cabras, buen queso, y producción de aceitunas, base para fabricar aceite de oliva. Adivine usted la etiqueta: "Manuel Rodríguez".
Irreverencia
La irreverencia nacional ha convertido la histórica localidad en un vertedero de los desperdicios de la vecina gran ciudad. Santiago, por cierto. Llega en tren por la misma vía, que usted a lo mejor tuvo la suerte, de recorrer en aquellos estupendos convoyes de magníficos carros alemanes Linke Hoffman Busch Werke arrastrados por las poderosas locomotoras eléctricas Baldwin Westinghouse. Oficialmente se pusieron en marcha en 1923 y se dio el gusto de conducir la primera el Presidente Arturo Alessandri Palma. En fin, el Presidente se puede dar gustos que son hasta peligrosos, no sólo para él, sino que para todo un país…
Esquinas de encuentro
Pero volvamos a Las Cuatro Esquina de Limache. Nombre nada de original, pues el mundo está lleno de esquinas y las más frecuentes son aquellas en que se juntan cuatro calles. Como sea los nombres tradicionales se mantienen y las esquinas son punto de encuentro social y comercial. En la vida, decía mi amigo Reynaldo, es importante "tener esquina". Cierto, la esquina muestra el mundo de verdad.
Forzando las cosas podemos hablar de la esquina de calle Esmeralda con Plaza Aníbal Pinto. Allí se encontraba la Casa Jacob, importadora de finas vajillas, cubiertos, licores europeos y decoraciones varias. Era sucesora de otra importadora, Burmeister. Técnicamente no es una esquina, pues la acera es continua, pero en el habla urbana es esquina y punto.
El lugar debe tener su atractivo, pues allí casi hacían turno para ocupar el lugar, junto a elegantes vitrinas, desde estentóreos predicadores evangélicos, a veces al ritmo de la guitarra, hasta charlatanes, una casta de vendedores callejeros que capturaban al público con ofertones o asombrosas demostraciones.
Correctamente vestido, instalaba el charlatán una mesita plegable. Sobre ella un maletín de los que usaban los médicos protagonistas de las novelas de Cronin. "Aventuras de un maletín negro", una de sus obras. Abría el maletín y desde el interior sacaba una serpiente, viva, medio dormida, de unos dos metros. Se ponía el reptil en el cuello, como si fuera una bufanda. Al parecer el animal se sentía bien mirando el paisaje urbano fuera de su celda. Luego, el hombre extraía de su mágico maletín un desordenado conjunto de alambres. Iniciaba la operación de venta mostrando los alambres y con perfecta dicción afirmaba que se trataba de un producto de acero sueco con variados usos en el hogar. El primero decía -con destreza movía los alambres- se formaba un canasto de aceptables formas. Aquí tienen ustedes, un elemento ideal para salir de compras. Seguro, sólido y con capacidad para varios kilos de mercaderías, afirmaba.
Luego, otra operación y los alambres formaban otra canasta, a la cual el charlatán le asignaba la tarea de guardar y transportar huevos.
¡No se caen y están bien ventilados! Así aseguramos y prolongamos su calidad nutritiva.
Tras la venta de algunos de sus mágicos alambres el charlatán se retiraba junto a su silenciosa compañera.
Cada semana los charlatanes aparecían con nuevos productos: un pequeño martillito que cortaba vidrios y permitía, aseguraba el hombre, fabricar lindos floreros a partir de cualquier tipo de botella.
Estaba también en otra de sus ofertas un producto imbatible. Una pequeña barrita de jabón, que derrotaba todas las manchas de la ropa, desde indiscretos lápices labiales hasta densos chorros del mejor esmalte.
Se fueron los charlatanes desde esa esquina que no es esquina y se trasladaron al mundo digital con sus entusiastas ¡Llame ya!
Y no sólo venden sillones que relajan y zapatos que andan solos eliminando molestos kilos, sino que también incursionan en el mundo de la política con nuevas versiones para viejas promesas desde amplias y glamorosas esquinas digitales.
Se dice que el valor de las esquinas fue descubierto por un general de las victoriosas legiones romanas. Desde la esquina se ven los que huyen, los que vienen y los que podrían atacar por los lados. Una visión total de 4 caminos. A lo mejor es un mito, pero el hecho es que aquellos italianos que llegaron a Chile el siglo pasado o antepasado instalaron sus primeros locales en alguna esquina. La historia económica revela que les fue bien, muy bien y avanzaron desde la precaria venta en que el arma básica era la poruña -¿se acuerda usted?- hasta precursores desarrollos como aquel del viñamarino "Cóndor", Tres Norte con Tres Poniente, dirigido y supervigilado personalmente por su dueño desde una suerte de púlpito.
Gran esquina porteña
La esquina financiera más importante de Chile se ubicaba en Valparaíso, Prat con Urriola. En una de las puntas atendía el exitoso empresario Pascual Baburizza, con su propio banco y ramificaciones en oficinas salitreras. Al frente radicó su banco Agustín Edwards Mac Clure. Empresario y, más que nada, diplomático de jerarquía internacional y embajador de Chile en Londres en tiempos complejos con tensiones internacionales y locales. Al frente estaba la Bolsa de Corredores de Valparaíso, ostentoso edificio levantado en 1922 para reemplazar el vetusto local en que inició sus operaciones el mercado de valores porteño, por décadas el más importante del país y del continente. Murió la Bolsa, pero allí subsiste el espíritu de Federico Santa María y su universidad fruto de legendarios y exitosos negocios. En la cuarta esquina estaba la Caja de Previsión de la Marina Mercante Nacional, entidad previsional modelo desaparecida y ahogada en medio de otras organizaciones menores y añorada por muchos cuando el debate previsional sigue, por años empantanado, con imponentes maltratados, heridos en su dignidad.