RELOJ DE ARENA En legítima defensa
La defensa propia es un tema de estos tiempos en que la delincuencia nos tiene entre la espada y la pared. A lo mejor exageramos, pero los hechos demuestran que corren malos vientos para los buenos y los malos tienen múltiples protecciones, desde la legislación hasta el argumento contundente de un arma de fuego.
Y no cualquier arma de fuego como eran aquellos revólveres Colt calibre 45 que aparecían en los filmes de oeste. Las armas de uso personal se han perfeccionado y tenemos desde aquellas de fabricación casera hasta las pistolas Glock austriacas, que pueden ser una ametralladora de bolsillo.
En fin, el tema de la seguridad tiene muchas aristas y líneas rojas que se deben tener en cuenta al momento de decidir sobre la defensa propia, que puede aparecer como muy legítima pero que al final del episodio resulta bastante complicada.
La recomendación elemental, sencilla, de estos tiempos turbulentos, es rendirse ante la intimidación.
Entregue llaves, dinero y celular y siga su camino confiando en que el Estado de derecho funcionará y recuperará los bienes perdidos.
Dejando de lado la reacción pasiva, tenemos otras más peligrosas, tal como enfrentar a los malandrines.
Piénselo bien, pues los valores de ellos son distintos a los suyos y los derechos humanos, incluyendo el de la vida, se cotizan a la baja. Cada día menos.
Pero usted no se entrega y está dispuesto a reaccionar. Se ha preparado, incluso hasta con un arma de fuego. Ahí el riesgo se multiplica y tiene muchas variables, desde que la arrebaten el arma, las buscan los delincuentes, hasta que la use con pericia y eficiencia y termine con la vida del antisocial.
¿Defensa propia es la pregunta que se hace al maltratado Estado de derecho? Debe ser comprobada y ajustarse a los complejos cánones de la legislación.
Así, es fácil convertirse en victimario y el peso pesado de la prueba cae sobre usted.
Hace días, en la capital, un conductor fue víctima de asaltantes que intentaban robarle su camioneta.
Confusos tironeos y en que cae la pareja de la víctima mientras los asaltantes, ante le resistencia, huyen en un auto previamente robado. El conductor sigue el vehículo agresor, uno de cuyos ocupantes intenta huir, pero es fatalmente arrollado por la víctima. La escena se congela. La mujer supuestamente secuestrada aparece sin problemas y el conductor debe cargar con la responsabilidad de un cadáver... La justicia debe decidir.
En villa alemana
Hace meses, un vecino de Villa Alemana advirtió intentos nocturnos de ingreso a su domicilio. Las incursiones son reiteradas. El vecino, que ve su seguridad y la de su familia amagadas, hace uso de un arma de fuego y da muerte al delincuente.
¿Defensa propia o reacción excesiva? Debe asumir una compleja defensa mientras su domicilio y su familia se mantiene bajo la amenaza de los cercanos al malhechor.
Los casos son muchos y por estas andanzas profesionales me tocó vivir uno hace décadas en una de las ciudades más importantes del mundo. Fui beneficiario de una beca para periodistas de países en desarrollo en la sede de Naciones Unidas de Nueva York. Éramos cuatro profesionales que tuvimos la oportunidad de conocer todo el movimiento de la organización internacional, con sus fortalezas, debilidades y protagonistas.
Organización perfecta con gran autonomía para los becarios, incluyendo desde alojamiento en un cercano hotel de la sede internacional, el Tudor de la Calle 42, y aportes económicos para la vida diaria en la ciudad, ello sumado a los servicios y beneficios que ofrecía la sede misma de Naciones Unidas.
Formábamos el grupo un periodista de Etiopía, otro de Pakistán, un tercero de Islas Fiji y este servidor del fin del mundo. La integración del grupo fue fácil, alentada por el ambiente mismo de Naciones Unidas, donde la vida diaria discurre entre las más diversas culturas.
Años previos a los cambios en China, veíamos circular por los pasillos del edificio a ordenados grupos con tenidas Mao y, de pronto, aparecía con sonrisa cordial el padre Pedro Arrupe, superior general de los jesuitas. El Papa Negro, decían, hoy en proceso de beatificación.
Simplemente observador, advertía del religioso negando cualquiera declaración que lo comprometiera.
Así conocimos el funcionamiento de la organización internacional y compartimos en nuestros medios experiencias del día a día, de la dimensión humana que transcurría en el famoso edificio que mira al río y que alberga interminables debates que, finalmente, parecen no tener destino.
Elección
Pero en medio de ese mundo macroamenizado con una elección presidencial en los Estados Unidos en que arrasa Richard M. Nixon y la presencia de Salvador Allende en la Asamblea General de Naciones Unidas, se comienza a tejer una historia donde la violencia es protagonista. Un domingo por la mañana se nos informa que nuestro colega de las Islas Fiji - Apenisa Nawalu, se llamaba- está detenido. Se le acusa de homicidio. Asombro. Se trata de un buen hombre, alegre y cordial. Es alto, más de un metro 90, y viste la tenida típica de sus latitudes, que incluye una especie de falda. En el medio en que estamos, nada de raro.
Transcurre el día y entramos en detalles del caso.
Nuestro amigo frecuentaba el bar del Hotel Tudor. Los oportunistas que nunca faltan detectaron que era generoso en el pago de las bebidas y como mostraba dinero decidieron invitarlo tal vez a conocer el Nueva York profundo en otros lugares más amenos que el bar de un hotel.
Se formó un grupo de tres o cuatro amables anfitriones que avanzaron hasta calles solitarias con el evidente objetivo de robar al colega un tentador fajo de dólares que lucía en la bien barnizada barra del hotel.
En un oscuro rincón del paseo, dos de los malhechores intentaron inmovilizarlo. Nuestro colega, alegre pero no borracho, demostró su superioridad física y sus conocimientos de lucha. Golpes certeros terminaron con la fuga de dos asaltantes y con un tercero de espaldas en la calzada, golpeándose la nuca en el bordillo metálico de la acera. Una caída fatal.
Policía y todo el procedimiento del caso y detención del agredido en calidad de agresor. La acusación, a primera vista, aparecía como muy grave. Homicidio.
La organización que nos invitaba a Nueva York era y es muy influyente y se movió rápido con todos sus contactos, pero la maquinaria judicial norteamericana es tanto o más lenta y rechinante que la chilena.
Larga tarea de reunir testigos y pericias. La Fiscalía no afloja y no entiende o no quiere entender que un buen hombre, ingenuo sin duda, llegado del lejano Pacífico ha sido víctima de un experto grupo delictual.
Entretanto, nuestro colega está en prisión a la espera de la decisión judicial y de las gestiones que al más alto nivel realizan nuestros anfitriones. Finalmente se abre una ventana y se aclaran las cosas y salen a la luz los antecedentes de los agresores y de la víctima.
Nuestro amigo queda en libertad. Pero la cosa no es tan simple. La Policía de Nueva York, poderoso custodio del orden y la seguridad de una de las ciudades más importantes del mundo, recibe a través de sus informantes un inquietante mensaje:
La Mafia Irlandesa tiene condenado a muerte al tipo ese de las Islas Fiji.
Ante ello, el consejo es elemental y hasta humillante para la autoridad: rápidamente sáquenlo del país.
Así se hizo. No había dudas. El principio de la inocencia y del uso correcto de la defensa propia resulta letra muerta.
Este es un viejo episodio que conocí de cerca y que habla de la fragilidad de un Estado de derecho que, al final del día, se rinde y que supera la letra de los códigos que exigen voluntad, decisión para hacerlos cumplir y temer. Mal de muchos, dirá usted mirando nuestra realidad, consuelo de tontos...