APUNTES DESDE LA CABAÑA
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Parece que en nuestro país nadie es feliz con el tiempo. No me refiero con tiempo a los años que fluyen vertiginosos, sino a las temperaturas o las cuatro estaciones del año. Ahora que ya estamos en invierno campean los reclamos porque hace demasiado frío, lo que es relativamente cierto, pero tampoco tanto como para que se convierta en tema nacional diario, dramático y obligado, y el frío fuese definitivo y letal, y como si protestar contra él en matinales o entre amigos subiese la temperatura exterior. Y sorprende que quienes más alegan a menudo son quienes en verano más reclaman contra el calor.
Me gusta la filosofía de los escandinavos ante el frío: "No existe el frío, sino sólo gente mal abrigada". Fue una de las primeras cosas que aprendí cuando viví en la magnífica ciudad de Estocolmo, por cuyos canales a comienzos de primavera, cuando ya muchos jóvenes vestían shorts, seguían flotando bloques de hielo. "No hay que huir del invierno quedándose en casa junto a la chimenea, sino salir a la calle a asumirlo, enfrentarlo y disfrutarlo", enseñan los suecos. Nadie ha vencido al invierno huyendo de él, dicen los suecos, así que la gente sigue su vida normal adaptándose a los retos de la natura. Y eso me lo tomé en serio allá, y caminé a diario adecuadamente abrigado por calles, plazas y bosques, y aprendí a patinar sobre hielo, e incluso crucé un par de veces de tierra firme a las islas cercanas por el mar congelado, una experiencia física y estética formidable que hace bien al cuerpo y el alma, aunque a ratos uno teme que pueda ceder la superficie congelada. Por ello siempre hay que viajar acompañado y portando una mochila impermeable que contenga una muda de ropa de repuesto en bolsa hermética, un pito de SOS y un piolet para clavarlo en el hielo y poder salir del agua gélida. En dos minutos uno define su destino, y resulta clave después cambiarse rápido la ropa para que la mojada no termine por congelarlo a uno.
"Menos frío se pasa en invierno en Punta Arenas que en Olmué", enfatiza Bernardo en la mesa del café, sentado nuestro grupo ya no bajo el caqui de la terraza, frondoso en verano, pero ahora desnudo, sino dentro del local, cerca de la chimenea que entibia y vuelve grato el ambiente. Como ingeniero con años en Alemania piensa como los suecos en el sentido de que el invierno se vuelve más llevadero cuando es posible desplazarse además por espacios públicos y privados calefaccionados, es decir, donde el frío da tregua. Y agrega que las zonas geográficas complejas son aquellas donde -como gran parte de Chile- ni el frío ni el calor son tan intensos ni prolongados como para que las construcciones cuenten con efectivos sistemas de calefacción o aire acondicionado.
"Por eso terminamos ante un brasero en invierno y un ventilador en verano, y así no combatimos el frío ni el calor como se debe", apunta Carletto detrás de su cigarrillo recordando el Milán de sus antepasados. Y es cierto. A los chilenos nos complican en el hemisferio norte la calefacción y en Miami y el Caribe el aire acondicionado. Como que preferimos o nos resignamos a no tener intermediario entre nuestro cuerpo y los rigores del clima. En España también son buenos para quejarse del tiempo, y creo que el siguiente refrán español nos ayuda a entender por qué Don Pedro de Valdivia, de origen extremeño, se adaptó rápido al clima de la zona central y sur nuestra: "Castilla, tres meses de invierno y nueve de infierno".
En rigor cada estación tiene su propio carácter e incide de forma diferente en el nuestro y así también nos moldea y forma. Supongo que parte de nuestro carácter nacional retraído y melancólico viene de estar lejos de lo que se denomina el centro del mundo, otra parte lo imprimen los brutales latigazos que cada cierto tiempo nos propina la naturaleza con terremotos y tsunamis, sequías e inundaciones y, desde luego, una tercera parte la imprime(n) nuestro(s) clima(s). En términos generales, por nuestra latitud y cercanía a los Andes, figuramos como el país más frío de Sudamérica. Lo cierto es que el verano invita más bien a la expansión, a socializar, a disfrutar el día al aire libre, bien cobijado en la sombra, o durante el amanecer o el crepúsculo si a mediodía el calor es excesivo, y entonces la gente se torna más locuaz y comunicativa, como que se alegran las almas. El invierno, en cambio, nos trae cierta tranquilidad y un bajón anímico, invita a recogerse, a irse para adentro, nos conduce a espacios cerrados, más achoclonados, y temperados para conversar en torno a una copa, o bien a leer textos profundos o a escuchar música clásica o simplemente a contemplar el potente simbolismo de la estación frente a nuestra existencia y su declive y finitud.
¿Y qué no pudiera decirse, también a brochazos gruesos, como los que acabo de endilgar, de los efectos del otoño y la primavera? El otoño es la introducción al epílogo, la primavera una promesa vital, y el verano la joya de una corona que pierde esplendor demasiado rápido. Cada estación trae consigo un tipo de experiencias, sin que ninguna sea superior a la otra ni pueda sustituirla, algo que Vivaldi expresa magistralmente en su concierto Las cuatro estaciones, donde estas se expresan con su vitalidad, impulso y misterio y también interrogantes. Cada estación nos llega e impacta de forma distinta, aunque contradictorias son a la vez complementarias. Y dicho esto, creo ver en esta dimensión una de las grandes divisiones en la especie humana, una de la cual poco hablamos. Me refiero a eso de que hay culturas que viven en zonas con las estaciones bien definidas y aquellos que no o que viven en una sola, cuasi permanente, con temperaturas estables y horas de luz que no disminuyen ni aumentan durante el año, donde sólo se turnan épocas de lluvia o sequía, o reina una sola estación, como supuestamente en los desiertos donde nunca llueve. Pero puedo estar profundamente equivocado pues cada cultura va agudizando sus percepciones y descubre etapas deferentes donde los foráneos no ven nada más que uniformidad. Como dicen en nuestro norte: El desierto siempre cambia, nunca es el mismo, incluso dentro del mismo día.
Cuando viví en el norte de Estados Unidos y en Suecia, el clima de nuestra zona central me resultaba relativamente parejo durante el año, pero viviendo acá compruebo que los matices no son sólo eso sino cambios cualitativos de clima, y algo parecido me ocurre ahora cuando visito países caribeños o centroamericanos, donde reina "la eterna primavera". En fin, para gusto se han hecho colores, y así hay algunos que prefieren el invierno con nieves y heladas, otros el tórrido clima de las Antillas y Hanoi. Yo en esta materia trato de aplicar eso de "Al mal tiempo, buena cara", que de alguna forma se vincula con el principio de Epicuro y los estoicos de que no hay que amargarse ni preocuparse demasiado por los asuntos que no está en nuestras manos resolver.
Y hay algo más, una frase que en materia del tiempo al que me refiero rezuma experiencia y sabiduría: "La gente no se da cuenta si es verano o invierno cuando es feliz".
¡Que lo que queda del invierno os sea leve, amables lectores!