RELOJ DE ARENA Historias de amor y estaciones
Mi primer fracaso sentimental fue en Puerto Montt. Una linda niña rechazó mis requerimientos amorosos con lógica de hierro:
-Pero tú te vas a ir…
-No me voy, me quedo…
Una mentira peluda. Había que volver a casa, al colegio en Viña, a medio camino en la enseñanza media cuando todavía se hablaba de humanidades.
De nada sirvió la insistencia. Ella, muy educada, había simpatizado conmigo, pero el tema de la distancia era insalvable.
Nos seguimos viendo por la tarde en la costanera, junto al mar. El grupo era grande. Los varones en la bicicleta y ellas en patines, tomadas de nuestra cintura. Yo era diestro en la bicicleta y llegaba a impresionantes velocidades que, al final del día, de nada sirvieron. En esos días, parodiando a Hemingway y manteniendo las proporciones, Puerto Montt era una fiesta. Se celebraba un aniversario de la ciudad con numerosas actividades. Desfiles, la inauguración de un cine que en su momento sería el más avanzado del país; un torneo nacional de básquetbol, no fútbol, pues se tenía la seguridad ante la lluvia sureña en un renovado recinto cerrado. Transmisión nacional por radio Cooperativa a cargo de Darío Verdugo. Se dio una vuelta en esos días el Presidente de la República con los anuncios del caso: un puente galáctico que cruzaría el canal hasta Chiloé y un aeropuerto de verdad. Bueno, el aeropuerto es verdad y funciona bien. El puente, en veremos.
En medio de la euforia de esos días veraniegos con tanta fiesta, yo incursioné sin éxito en el campo sentimental, con las heridas del caso. Supongo que existen estudios sobre las crisis afectivas adolescentes, algunas con lamentables desenlaces.
Llegó el día de la partida. Con el corazón destrozado propio de un adolescente enamorado. Había que abordar el nocturno a Santiago. Ni pensar en despedida.
El tren, verdadero trasatlántico terrestre estaba dispuesto en la estación, un enorme galpón saturado por el humo de la locomotora, una poderosa máquina "Súper Montaña", que debía arrastrar un largo convoy compuesto por coche de equipaje, dormitorios, carro comedor, coches de primera clase alemanes, de acero, con doble ventana, marca Linke Hofmann Busch, y carros de tercera, asientos de madera, pero bastante dignos. Alguien dijo que las estaciones son las catedrales del siglo XIX. Bueno, este galpón nada de catedral.
Todos los detalles técnicos del tren, que siempre me interesaban, pasaban por alto ante el corazón partido. Poca atención prestaba al legendario "Flecha", un automotor diésel eléctrico alemán también que devoraba kilómetros hasta Santiago. Imposible en esos días de éxodo de veraneantes conseguir un pasaje. Otro golpe para mí que quería irme rápidamente del escenario de mi fracaso.
Un culebron
Me embarqué en el enorme trasatlántico. Partía a las 14.50, para llegar a la Estación Alameda o Central a las 10 de la mañana del día siguiente.
Muy puntual el conductor, capitán, gorra incluida, de la nave, realizó la vieja liturgia ferroviaria. Dos poderosas y sonoras palmadas que el eco repitió en el sombrío galpón y un fuerte pitazo, digno del mejor de los árbitros. Era la orden final para que el maquinista inyectara vapor en los cilindros que, finalmente, hacían rodar las ruedas motrices que nos llevarían a destino. Dos hombres clave, experimentados en dominar aquel convoy gigantesco. La escena de la partida en aquel oscuro corralón con una locomotora humeante y un protagonista agobiado por el amor, era, pienso ahora, digna de un culebrón televisivo. En verdad, nada me interesaría del paisaje maravilloso que ofrece el viaje ferroviario: los volcanes aún nevados, la cordillera, los lagos y el impresionante Viaducto del Malleco.
En fin, todo pasa con la recuperación de los espacios propios, familiares, los amigos, los encuentros y hasta con el paseo por la entonces digna calle Valparaíso.
Décadas después llego de nuevo a Puerto Montt. Auto propio tras largo recorrido, esposa y nietos incluidos. De nuevo a la costanera que ahora se llama Diego Portales. Jardines bien cuidados y regados por el buen Dios con lluvias generosas.
La nueva ola
Y - ¡Pavor! - algo que intenta ser un monumento. No a don Diego, sino que a una pareja que busca graficar un pasaje de "Puerto Montt", pegajosa canción de Los Iracundos, uruguayos, que evoca, nada nuevo: "Sentado frente al mar… mil besos yo le di…".
El tema es de 1968, Nueva Ola, hasta con presencia en el Festival de Viña 1995.
Inevitable el recuerdo ya relatado y también el asombro por algo tan grotesco en pleno centro de una linda ciudad turística.
Es creación de Robinson Barría y promovida con entusiasmo por el alcalde Rabindranath Quinteros, que presidió la inauguración el 14 de febrero de 2002. Su buen gusto fue premiado después con un sillón senatorial…
Si va por esos lados, opine y para pasar el mal rato, tómese un pisco sour en el Club Alemán, que queda más o menos al frente. Los hacen muy bien. Con todo, abierto a los juicios, comentaré el tema con mis amigos Rafael y Dino, que saben más que yo sobre materias estéticas.
Agresiones
Lo que es una realidad son las agresiones nacionales a los monumentos, partiendo por los ataques octubristas a Baquedano en Santiago. Recordamos también el caso de Ignacio Serrano, héroe de Iquique, homenajeado con un bronce en la plaza de su natal Melipilla. Alguien lo encontró algo anémico y dispuso que sus mejillas fueran coloreadas con esmalte… En Valparaíso los casos de falta de respeto son muchos. El Bombero viajero que baja del cementerio y recibe varias ubicaciones en la ciudad. Por ahí cerca de Colón sólo queda un trozo de su pedestal, ya que el descubridor de América está en algún taller en reparaciones. Lord Cochrane, el primer monumento levantado en la ciudad, fue retirado de la Plaza Sotomayor, su domicilio original, para ser llevado a la avenida Brasil y compensado por el viaje con un obelisco…Y en la avenida Altamirano fue robada una estatua ornamental.
Lo anterior, en mi opinión, no justifica a la pareja aquella "sentada junto al mar…".
Continuando en el lugar de los hechos busco aquella estación de mi dolorosa partida. La reemplaza una multitienda. Y bueno, ya no existen los trenes hacia y desde Santiago. Supongo hay algún proyecto sobre la materia, tal como ocurre con nuestro tren a Santiago y su menospreciada Estación Mapocho, proyecto Centenario de Emile Jéquier, una verdadera catedral de nuestro añorado pasado ferroviario que remataba en la subsistente Estación Puerto, inaugurada el 23 de enero de 1937 como gran acceso a naves de pasajeros que llegaban a Valparaíso por mar y partida, con una combinación, del fallecido Transandino. Con realismo, creo que escurrimos el bulto ferroviario. Sólo anuncios, proyectos y licitaciones que se deben inscribir en el gran libro de las cosas que nunca fueron.
"Si juzgamos sabiamente, decía el poeta, daremos lo no venido por pasado".