LOS MARTES DE DON DEMETRIO Elecciones presidenciales en EE.UU.
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
La semana que acaba de pasar, todos los medios de comunicación, especialmente la TV, ocuparon parte importante de sus espacios en informar sobre la convención celebrada por el Partido Demócrata de Estados Unidos, a fin de proclamar a su candidata a la Presidencia de la República. No es fuera de lo común esa cobertura, pues lo que resulte de los comicios por venir en ese país tendrá consecuencias importantes en el quehacer mundial, dado el poder que en todos los aspectos tiene esa nación y las facultades que para ejercerlo le otorga la Constitución a quien labore en la Oficina Oval.
Pero la elección presidencial del martes 5 de noviembre próximo presenta características propias no vistas en las anteriores. Veamos. Si se analiza la campaña de Donald Trump, este fue blanco de un hecho casi único en la historia del país. Siendo ya candidato sin contendor a las primarias de su partido, el Republicano, sufrió un atentado que erró por centímetros su cabeza. En otros casos, como el de Robert Kennedy, cuando aún era precandidato entre varios, el atacante tuvo éxito y terminó con la vida del senador. El único antecedente histórico que recuerdo similar al de Trump es el del atentando en contra del entonces precandidato demócrata a la Presidencia, el gobernador de Alabama George Wallace, quien fue herido seriamente, pero logró sobrevivir por largos años. El caso del republicano es también excepcional en otro aspecto. Fue nominado por su partido sin contendores cuando no era ocupante de la Casa Blanca. Lo normal es que en una situación como esa hubiera habido otros líderes partidarios que habrían salido en su camino en la convención. No los hubo y ni siquiera existió un intento en ese sentido.
Pero las excepcionalidades de Trump exceden lo meramente electoral. No existe en la historia del país del norte el caso que un expresidente de la República que habiendo sido derrotado en los comicios para su reelección sea nuevamente postulante al cargo. En lo acaecido con el presidente Gerald Ford cuando perdió la elección para ser reelecto, no se le pasó a nadie por la mente que podría ser el postulante de su partido en los comicios que se celebrarían cuatro años después. Lo mismo pasó con Jimmy Carter. Adicionalmente, resulta novedoso en la historia americana que un ciudadano que tiene más de una docena de demandas judiciales en su contra, las que abarcan hechos como haber llevado a su residencia, cuando dejó la Casa Blanca, documentos secretos de Estado -lo que está expresamente prohibido por la ley- hasta haber usado fondos de campaña para pagar una indemnización a cierta artista porno con la cual había tenido relaciones sexuales. Además, se trata del único presidente que al momento de perder los comicios trató de desconocerlos y negar terminantemente que había sido derrotado. Quizás sea la remota inspiración de Maduro. No contento con lo anterior y como un modo de demostrar su rebeldía frente a la derrota, Trump respaldó el acto más vergonzoso de la historia política moderna del país cuando dio su bendición al asalto al Capitolio realizado por una turba de enajenados. Cuesta creer que un tipo de esa calaña sea el postulante que representará al partido de Lincoln en los comicios de noviembre y más extraña aun que haya liderado por meses las encuestas en una nación que se presume culta e informada.
Si analizamos lo acaecido en el Partido Demócrata, las excepcionalidades son varias. El presidente Joe Biden presentó su postulación a la relección sin contendor e incluso alcanzó a recibir la bendición a su pretensión en las primarias destinadas a seleccionar a quienes debían oficialmente elegir al candidato en la convención de Chicago. Lo anterior, pese a las dudas existentes sobre su capacidad dada su edad y ciertas manifestaciones físicas que demostraban una disminución de aquella. El hecho definitivo para dar paso a esos temores fue su pobre actuación en el debate televisivo que sostuvo con Trump. Luego de aquel, los líderes del partido, entre otros, la poderosa congresista Pelosi que por años fue la presidenta de la Cámara de Representantes, dieron inicio a una campaña interna destinada a convencer al presidente que depusiera su postulación y dar origen así a la búsqueda de un o una remplazante, la que al final tuvo éxito. Pero lo que al parecer no estaba en los cálculos de la gran mayoría era que Biden, junto con dar un paso al costado, propusiera con firmeza a su vicepresidenta, Kamala Harris, como la candidata del partido. Fue una decisión excepcional y sorpresiva. Hecho lo anterior, el primer problema para Harris era conseguir el respaldo de los ya designados delegados a la Convención demócrata celebrada la semana pasada. En un comienzo la tarea presentó algunos problemas, pero poco a poco la exsenadora por California obtuvo el respaldo de esos delegados. Es así como llegó a la cita de Chicago con la nominación en el bolsillo. Todo lo indicado es excepcional dentro de lo que ha sido históricamente la designación de los candidatos a la Casa Blanca.
Ahora bien, si se analiza lo sucedido en Chicago también, en su conjunto, fue excepcional. La candidata fue primeramente proclamada por el propio presidente Biden, quien recibió de parte de sus correligionarios un recibimiento pocas veces visto en un evento de este tipo. El actual ocupante de la oficina oval pronunció un discurso impecable en el que puso de relieve lo realizado por su administración en los últimos cuatro años, las condiciones excepcionales de su vicepresidenta y los peligros que representan para el país y el mundo la alternativa de Trump. No hubo un ápice de las debilidades que había demostrado en el debate habido con el candidato republicano. Fue una despedida personal no sólo ante sus correligionarios, sino ante el país y, por qué no decirlo, ante el mundo. La muy lata ovación que hubo después de su discurso fue la mejor demostración que salía de la presidencia por la puerta grande. La convención de Chicago tuvo, además, otras particularidades que la hicieron excepcional. A la presentación presidencial hay que agregar las excelentes intervenciones de dos expresidentes de la República, Bill Clinton y Barack Obama, especialmente de este último, que sigue gozando de una tremenda popularidad entre los suyos. A lo anterior hay que añadir la presentación de la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, la que dio muestras de su conocimiento de la política en un modo calmado y fundado. Por último, cabe poner de relieve a la ex primera dama Michelle Obama, que en encuestas anteriores aparecía como la primera opción entre los demócratas en la eventualidad que Biden se bajara, alternativa que ella siempre rechazó. Para quienes hemos leído sus memorias no extrañó el contenido de la intervención de Michelle, a las que debe agregarse una brillantez especial en cuanto a las formas.
Lo históricamente normal es que las encuestas muestren una subida en la popularidad del candidato seleccionado en las respectivas convenciones. El nivel que alcance aquella será una buena demostración de hasta dónde Kamala Harris caló en la opinión pública de Estados Unidos después de lo acaecido en Chicago. Luego, vendrá un evento que será decisivo en el resultado final de la elección: el debate televisivo entre ambos postulantes. Trump de seguro insistirá en su agresividad intentando demostrar que la postulante demócrata es "comunista", ya que ha llegado al extremo de presentarla en spots televisivos -para demostrar su aserto- instalando como telón de fondo una bandera roja con el signo de la hoz y el martillo. Por su parte, la postulante demócrata de seguro intentará mantener la calma y deberá ser capaz de convencer a los americanos de los efectos negativos que tuvo la administración Trump y, al mismo tiempo, demostrar que sus afirmaciones se basan primariamente en falsedades. De he hecho, en el debate que aquel tuvo con Biden los expertos demostraron que para fundar sus dichos había mentido 30 veces. Será interesante seguir ese encuentro.