LA PELOTA NO SE MANCHA El infierno de Winston
POR WINSTON POR WINSTON
Todos los años se repite la misma historia: una semana antes del 18 de septiembre, vemos en los matinales un desfile de nutricionistas informando de forma detallada los carbohidratos de una empanada, las grasas saturadas de un choripán, las calorías de un asado o el azúcar de un terremoto. Ha sido tan repetitivo que me cansé de verlo y tomarlo en consideración. A raíz de esto, olvidé los consejos y me dejé llevar por las tentaciones. El resultado, una pesadilla horrible de acidez e indigestión entre la noche del 18 y la madrugada del 19 que me hizo recordar al infierno de Dante.
Al igual que en el relato del poeta, la pesadilla comenzaba con el primer círculo, el limbo, donde estaban los paganos virtuosos y los no bautizados. A diferencia de los que sucedía en la Divina Comedia, aquí estaban los virtuosos que, por nacer en otra época, fallecieron pobres u olvidados. La lista la encabezaba Garrincha, seguido de cerca por Jorge Dubost de Wanderers y René Meléndez de Everton.
En el segundo círculo, estaban los lujuriosos, aquellos que, por dejarse llevar por los deseos carnales, no pudieron llegar más alto de lo que lo hicieron. Aquí me topé con una juerga infernal comandada por los ingleses George Best, Paul Gascoigne y los brasileños Romario y Ronaldhino.
Bajando en el pozo, me encontré en el tercer nivel con los pecadores de gula, quienes, al igual que este "terminator" de empanadas con pebre, prefirieron la comida a la pelota. La lista es larga, pero estoy seguro de haber visto al "Tobi" Vega, al paraguayo Chilavert, al fenómeno Ronaldo y al caturro Paulo Pérez.
En el cuarto nivel, estaban los avaros, personajes obsesionados con el dinero. Comandados por el portugués Luis Figo, el resto lo completaban quienes se dejaron llevar por los petrodólares de las ligas árabes, privándonos de su talento en este lado del mundo: CR7, Neymar, Benzema, por nombrar a algunos que recuerdo.
Después de los avaros, bajé y llegué al círculo de la ira. Con precaución, circulé entre combos y patadas: "Candonga" Carreño pegaba a moros y cristianos, mientras que Eric Cantona ponía en su lugar a los hinchas.
Mientras salvaba mi brazo de los dientes de Suárez, logré bajar al sexto de los círculos que, según recuerdo, correspondía a los herejes que, en este caso, era quienes habían cambiado de deporte. Y aunque vi a varios dedicados al pádel (que por pudor no voy a mencionar), me quedo con la imagen del arquero Petr Cech jugando hockey, a Pablo Forlán dándole al tenis y al "Gato" Silva arriba de una mountain bike.
Si el quinto círculo era de la ira, el séptimo era el de la violencia. En este caso, estaban los que repartían su "amor" en cancha: Raúl Ormeño, Jaime Bahamondes y Luis Echeverría.
Casi llegando al final, me encontré con el octavo nivel, correspondiente al fraude. La lista es larga, pero ahí vi a futbolistas africanos jurando ser menores de edad, a árbitros negando haber recibido incentivos, a representantes presionando a técnicos y Havelange y Blater explicando lo imposible desde una profunda fosa.
En el último círculo, el peor de todos según Dante, estaban los traidores, los que se olvidaron del club que los formó y de sus hinchas y festejaron triunfos ajenos como si fueran propios. Aquí ya me estaba despertando para tomar una sal de fruta y, aunque la memoria también es traicionera, me quedo con la silueta de un ser pequeño, un enano verde, disfrazado de chuncho. Lástima que no alcancé a identificarlo.