Cómo destruir una ciudad, volumen II
El problema de Valparaíso ya no es Jorge Sharp, el problema son susgroupiesy todos aquellos que, ingenuamente, siguen creyendo sus fábulas. Lo mismo corre para toda esa generación de arquitectos tan guapos e inteligentes que nos iban a explicar cómo reconstruirían Valparaíso y crearían una sociedad tan justa, bella y ondera.
¿Cuántas veces tendremos una oportunidad tan manifiesta de cambiar el futuro de la Región de Valparaíso como la que asoma, acaso tímida pero real, el próximo sábado 26 y el domingo 27 de octubre? Para empezar, podremos decidir quién dirigirá nuestras comunas. Si usted cree que la ciudad de Valparaíso, por ejemplo, es un sueño hecho realidad, que el empleo está boyante, que las calles brillan de tan limpias que las deja la hidrolavadora del alcalde Sharp, que las empresas se pelean por instalarse en el Plan, que sus concejales son sumamente capaces y se desloman trabajando, y que, junto con Bruselas, debe ser una de las ciudades más seguras del mundo, por lo que lo más justo es que nos den la sede del BBNJ, que muy pronto se concrete el Acuerdo por Valparaíso y nos construyan un maravilloso terminal para pasajeros de cruceros que quieren dejar sus dólares en los cerros desoyendo las advertencias de la Embajada de Estados Unidos de ni acercarse a la ciudad, ya sabe que debe votar por el continuismo. No se complique.
El problema, con todo, no es Carla Meyer, quien siendo justos parece estar mejor preparada intelectualmente que varios de sus rivales. El problema ni siquiera es Jorge Sharp, quien tampoco se cree mayormente el cuento. El problema es la cáfila de sharpistas que se fueron multiplicando, muchos de los cuales quedarán enquistados quién sabe hasta cuándo en la ciudad sin haber realizado una sola obra o germinado una pinche idea que valiera la pena. Son los y las tristes sharplovers o groupies.
Hace algunos días, en una conversación con un líder gremial de la Región, éste aplaudía candorosamente la labor de la Corporación Sitio Patrimonio Mundial-Área histórica de la ciudad puerto de Valparaíso, sin darse cuenta de que máquinas de la estulticia y la ignorancia como ésas son precisamente las que tienen a la ciudad en el suelo. Lo mismo corre para toda esa generación de arquitectos tan guapos e inteligentes que, apoyados en el lejano y trasnochado ejemplo de Sergio Fajardo en Medellín, nos iban a explicar cómo reconstruirían Valparaíso para crear una nueva sociedad tan justa, bella y ondera. Envejecieron tanto o peor que sus ideas, su arrogancia y su esnobismo de fines de 2016. Lo peor de todo es que muchos aún se encantan con la idea.