DE TAPAS Y COPAS Valparaíso desde el Hotel Atkinson
POR MARCELO BELTRAND OPAZO, CRÍTICO GASTRONÓMICO
Vivir como turista Valparaíso es toda una aventura y un descubrimiento. El fin de semana pasado nos quedamos en el Hotel Manoir Atkinson, en el cerro Concepción, justo al lado del emblemático Brigthon y del paseo Atkinson. Llegamos por la invitación de Gloria Espinoza y Marcelo Menares, los actuales dueños y administradores del hotel, pero además son los responsables de todo, es decir, de la cocina y de la mantención del hotel, de recibir a los pasajeros y toda la preocupación que requiere un hotel, porque, por pequeño que este sea, siempre se vive un cotidiano plagado de detalles.
El día estaba frío, pero soleado, especial para caminar y turistear por los cerros de Valparaíso. Llegamos a la hora de almuerzo, la idea era degustar la carta del restaurante del mismo hotel. Así es que después de instalarnos en una de las habitaciones del tercer piso (con una vista privilegiada de los cerros y la bahía), bajamos y probamos la excelente cocina que ofrecen. Pero antes, vamos sobre el nombre del hotel: Manoir Atkinson. Un manoir es una gran casa de campo o un pequeño castillo, a menudo asociado con la nobleza o la alta burguesía. En español, el término evoca una residencia elegante e histórica. Un manoir puede ser una casa señorial o una casa solariega. Bueno, el Atkinson es una gran casa señorial y patrimonial. Ahora, quién fue Atkinson: Juan Atkinson fue un acaudalado empresario británico que se estableció en Valparaíso en el siglo XIX. Fue conocido por su trabajo como constructor de barcos y dueño de un dique. En 1886 impulsó la construcción de un conjunto de casas pareadas con jardines en el cerro Concepción, lo que dio origen al famoso Paseo Atkinson.
Ahora que ya sabemos sobre el nombre del hotel vamos a al degustación de los platos. Mientras esperábamos los platos seleccionados nos trajeron unos chips de camote y salsa de yogurt natural, mayonesa kraft, pepinillo dulce, ajo, cilantro y cebollín fresco, sal y merkén ahumado sureño, y dos cocteles: un negroni (que estaba equilibrado) y un margarita (fresco, con poco alcohol, que al mezclarlo con la sal del borde de la copa, potencia y se aprecia menos alcohol). Afuera, los turistas caminaban tranquilos. Unos iban y otros venían del Paseo Atkinson, a metros del hotel. Se está bien en este hotel, es tranquilo, con una decoración patrimonial, luminosa y llenas de detalles. En eso estábamos, mirando y disfrutando, cuando nos trajeron un ceviche de pescado del día (atún joven) y cochayuyo, más, cebolla blanca en pluma, pimentón verde, cilantro fresco, limón sutil recién exprimido, sal de luche (preparación casera: luche deshidratado y molido mezclado con sal de mar molida), merkén ahumado y aceite, acompañado de pequeña porción de arroz cítrico.
Ya lo hemos dicho, todos los ceviches son distintos. Por lo mismo, es difícil afirmar cuál es el mejor. Este estaba muy rico, fresco, se apreciaba el sabor del atún, la textura del cochayuyo y nos llamó la atención que la cebolla hubiese sido cebolla blanca y no morada, cuestión que le aportó menos intensidad, permitiendo apreciar los otros componentes.
Es interesante pensar sobre la mirada del turista, más aún, estando en una ciudad como Valparaíso. Todos hemos sido turistas y todos somos turistas en nuestras propias ciudades de residencia. El sociólogo John Urry introdujo el concepto "mirada turística", argumentando que la mirada turística es una construcción social influenciada por factores culturales, históricos y económicos. Los turistas no sólo ven los lugares, sino que los interpretan a través de un marco cultural específico. El turista buscar romper su propio cotidiano a través del viaje y el paseo, construyendo a su vez, experiencias diferenciadoras del día a día.
Bueno, sigamos con la degustación de los platos, porque ahora vienen los fondos. Nos trajeron papas con mote y pescado (atún joven) al ajillo (papas salteadas con pimentón color, mote, pasta de ajo tostado para unir, cebollín y cilantro fresco). El atún estaba preparado a la plancha, mantequilla, con ajo, sal y vino blanco. Y para acompañar salsa chimichurri. Lo primero, el sabor, la textura y la característica del mote, me remonta al sabor del mote de la niñez, en que todo sabe más puro; la suavidad del ajo, por otra parte, junto con los rabanitos encurtidos, se combinan muy bien con el atún, dándole un toque de acidez. Y la otra preparación, un gratín de papas con carne mechada (láminas delgadas de papas intercaladas con una mezcla de crema, ajo, pimienta y queso gruyere); la carne cocinada por dos horas con clásicas verduras (cebolla, ajo, zanahoria, tomate), previamente marinada un día en vino tinto y especies (pimentón color, comino, sal y merkén ahumado. Esta preparación me encantó, tanto por sus sabores como por su técnica. La carne concentraba todos el sabor de la preparación previa; las papas, por otra parte, en su punto y sabrosas. Un plato lleno de texturas y sabores.
Finalmente, llegamos a los postres y nos trajeron leche asada y sémola con leche en salsa de vino tinto. Partamos con la leche asada: suave, con un toque de vainilla, con un dulzor preciso y con un toque de gratinado en la superficie. Un postre bien logrado. Y ahora vamos a la sémola con leche, esta estaba muy sabrosa, con esa textura de la sémola, algo granulada; y luego, la salsa de vino, exquisita, con el dulzor justo. Dos postres caseros que inevitablemente nos transportan a la infancia. Terminamos con un una infusión de naranja y canela (cómo algo tan simple, la unión de dos productos naturales sean el término de un gran almuerzo), más un Bailey de bajativo. Perfecto. Después de ese maravilloso almuerzo teníamos que dormir una buena siesta, para luego recorrer el cerro y la noche porteña. Caminar como turistas en una ciudad que conocemos, pero siempre hay algo nuevo, ya sea porque nosotros hemos cambiado o porque alguna casa no había llamado nuestra atención. Valparaíso tienen una infinidad de rincones por conocer y redescubrir.
Durante la noche visitamos el restaurante Rosmarino, pero esa es otra historia, para la próxima semana. De la habitación del hotel podemos decir que se puede disfrutar, es muy cómoda; la cama y las almohadas no nos hicieron desear las propias, cuestión que no siempre se da en un hotel. Por otra parte, posee todas las comodidades de un buen hotel. Pero lo más llamativo es escuchar la ciudad durante la noche. Me recordó el Barrio Gótico de Barcelona, donde las voces y la música a lo lejos se hacían oír durante la noche. Desde acá, desde el Manoir Atkinson, en Valparaíso, podemos escuchar los rumores del paseo, a lo lejos la plaza Aníbal Pinto, el puerto y sus grúas; en definitiva, una ciudad viva. En el desayuno comenzamos con agua saborizada del día (hinojo), porción de fruta, mantequilla, mermelada, una masa dulce que cambia todos los días (panqueques con manjar), té o café; pan amasado con huevo revuelto de campo, y trilogía de pan pita (3 panes pita en diferentes harinas: tostada, blanca, integral) acompañado de jamón acaramelado y queso extra maduro; más, porción grande de frutas, avena, frutos secos, leche o yogur. Todo rico y casero. Pero el toque es lo personalizado del mismo desayuno, no es bufete, y eso hace la diferencia, porque hay una preocupación por el pasajero. Dejamos el hotel boutique Manoir Atkinson en Valparaíso, contentos de existan estos lugares, porque muestran lo mejor de la ciudad, que es, lo mejor de nosotros mismos.
- Hotel Manoir Atkinson
- https://hotelatkinson.cl/
- @hotelmanoiratkinson