RELOJ DE ARENA Casino, apuesta perdida
La cuestión superaba lo económico y lo político y entraba en el complejo y pedregoso campo de la moral. Era la propuesta para instalar un casino de juego en Viña del Mar, tal ocurría en Europa.
La iniciativa tenía dos finalidades, lograr entradas para la ciudad y estimular el turismo con un nuevo atractivo que beneficiaria el comercio local. La idea, revolucionaria, se planteó en sesión secreta de la Municipalidad del 16 de enero de 1913. Se aprobó incluso la compra de terrenos en un tramo que llegaba hasta Seis Norte. Se daba así un paso de lo que sería la avenida Marina. Ceremonia con asistencia del Presidente Barros Luco. Sin embargo, el proyecto Casino no tenía el visto bueno legal que modificaba el Código Penal en lo relativo a juegos de azar.
Insistió en el tema el diplomático Alberto Mackenna Subercaseaux, afirmando que "los casinos, tal como se encuentran establecidos en casi todos los países de Europa y en algunos de América, son centros de sociabilidad y de cultura a los cuales van los veraneantes a alegrar y distraer el espíritu… Es ese el único medio de darle prosperidad, alegría y movimiento a un balneario".
El pecado y la ruleta
El diario La Unión, propiedad de la Iglesia y administrado por cercanos al partido conservador, atacó con dureza al diplomático. Era, decía en un comentario, "apóstol del juego en Chile" y "líder de la ruleta". Este rechazo tenía un trasfondo religioso, reafirmando los pecados y los vicios que derivan del juego que, amenaza también, la estabilidad familiar.
Hasta esos años la principal atracción veraniega viñamarina era El Derby, que concentraba a miles de personas y donde se jugaba y se juega dinero. Se ofrecían además incipientes corridas de toros, que no prosperaron y finalmente fueron prohibidas.
El resto de las atracciones estaba en la costa y en los veraneantes, las veraneantes, que llegaban para mirar y ser miradas…
Con todo, el juego de azar existía y cubría todos los sectores sociales. Desde importantes y conocidos clubes de la socialité hasta modestas cantinas albergaban jugadores de dados o naipes que arriesgaban dinero.
En silencio, la idea de un casino continuó vigente hasta llegar a febrero de 1928, en que fue aprobada en el Congreso y se promulgó con el número 4.283. El proyecto cayó en tiempos del Gobierno autoritario, dictadura, de Carlos Ibáñez, 1927-1931, que contaba con un Parlamento "disciplinado" que sacaba adelante iniciativas que contaban con el visto bueno oficial.
Había ley, pero no había local. Aprovechando la coyuntura y tal vez considerando un próximo fin del Gobierno de Ibáñez, la ruleta comenzó a girar en el balneario de Caleta Abarca. Entretanto, se compraron terrenos y se concursó el proyecto y construcción del edificio. Fue un verdadero parto. Nueve meses de construcción del edificio, proyecto de los arquitectos Alberto Risopatrón y Ramón Acuña, trabajo dirigido por el ingeniero ruso Alejandro Strelkowsky. El edificio de estilo ecléctico avanzando al racionalismo.
Dejando de lado modificaciones diversas incluyendo la construcción de un hotel, la edificación con más de 90 años ha sobrevivido a variados terremotos y a los embates del mar.
Los príncipes
Una gran fiesta, verdadero festival de la socialité, fue la inauguración del Casino Municipal de Viña del Mar el Año Nuevo de 1931. La exigencia era tenida de etiqueta para los varones y vestido largo, de gala, para las damas. Ni pensar en el infantilismo progresista del "sincorbatismo".
El sello de distinción llegó a su clímax el martes 24 de febrero de 1931, cuando en los salones del flamante establecimiento se ofreció una recepción al Príncipe de Gales y a su hermano. El Príncipe que dejaría de lado la Corona por el amor a Wallis Simpson, plebeya norteamericana divorciada.
Pero más allá de los sellos de elegancia y distinción estaba la cuestión práctica de la administración de la sala de juegos. Fue elegido para esa crucial gestión un argentino con experiencia en la materia, Joaquín Escudero Nuin. Las críticas abundaron y se mantuvieron por años. Pero Escudero, conocido como el "Tío Joaco", cumplió con el cometido de llevar adelante una administración eficiente. Buscaba jugadores y la atracción fue elemental: buena gastronomía a precios razonables y presentación de grandes artistas. La ganancia no estaba en la cocina, sino que en la ruleta y el punto y banca.
La cuestión de la seguridad en un casino resultaba crucial. Se aplicaron medidas policiales con el apoyo de César Gacitúa Vergara, el legendario prefecto de Investigaciones de Valparaíso, quien destinó detectives de punto fijo al establecimiento. Policías experimentados de esos que "de lejos" detectan al delincuente.
Además, durante años hubo restricciones al acceso de funcionarios públicos y ejecutivos de empresas financieras. Las damas casadas también tenían limitaciones.
Los comerciantes que frecuentaban el Casino eran mal mirados por la banca cuando pedían crédito. Así, Carlos Camus, padre del conocido obispo, gerente local de la Caja de Ahorro, hoy Banco Estado, advertía a algunos solicitantes que el "crédito era para trabajar, no para jugar".
Floreció una espontánea red de prestamistas informales que operaban con el desaparecido "cheque a fecha", que tenía valor ejecutivo, por lo que podía traer consecuencias al firmante por falta de pago. También estaban las viejas "agencias", regentadas por españoles, que prestaban dinero con la garantía de especies de valor.
Así, los jugadores insistentes lograban dinero para "reponerse". Triste ilusión.
El público "apto" era numeroso y las entradas importantes para las arcas municipales, al punto que, en una compleja ingeniería financiera, el alcalde socialista Eduardo Grove, designado de acuerdo a la legalidad de entonces por el Presidente de la República, en este caso Pedro Aguirre Cerda, financió la compra de la Quinta Vergara. Esos terrenos y el palacio mismo estaban al borde de la venta y el consecuente loteo y tal vez demolición del edificio mismo. La visión de varios alcaldes que culminó con la firma de Grove, salvó el valioso patrimonio con el apoyo del concesionario Joaquín Escudero.
Pese a los beneficios objetivos del Casino, las campañas en contra arreciaban. Las encabezaba el senador Exequiel González Madariaga, radical. Llevó a la Contraloría el caso de la compra de la Quinta Vergara. Se había hecho sin acuerdo municipal, afirmación apoyada por seis regidores. Larga investigación que terminó en nada, mientras Viña del Mar ganaba un patrimonio que se mantiene hasta el día de hoy.
Pero los tiempos cambian y las normas en base a las cuales nació y prosperó el Casino Municipal también se alteraron. En lo directo, se amplió su funcionamiento a todo el año, antes limitado a la temporada 15 de septiembre - 15 de marzo del año siguiente.
Se abrió la explotación de las salas de juego a todo el país y la Municipalidad perdió atribuciones en cuanto a la otrora ansiada y disputada concesión. El Casino Municipal operó por décadas con luces y algunas sombras, pero ahora con los cambios hasta cambia de nombre. No es "municipal", es el "Casino Enjoy", empresa de alcance nacional con problemas también de alcance nacional, hoy con acusaciones de colusión. Llegan cambios modernizadores, como la incorporación de máquinas de juego y el reemplazo de la vieja ruleta francesa con 37 números, 36 más el cero, con un modelo importado de Las Vegas, 38 casillas, con un cero y un doble cero. Esa modalidad anula las antiguas martingalas, ilusorias fórmulas que le hacían la pelea a la ruleta. Libritos para aplicarlas vendía la viñamarina Librería Cervantes, la misma donde comprábamos nuestros textos escolares.
Trabajadoras sexuales
Pero a los cambios mencionados se suma un problema nacional, la inseguridad. El acceso a las salas de juegos, antes bajo estrictos controles, ya no existe. Simplemente se paga entrada. En algún momento hasta se limitó, por decreto municipal, con nombre y apellido, a ciertas personas que habían llevado la violencia hasta las mesas de juego.
Ahora también en el interior del recinto, junto a las máquinas, "trabajadoras sexuales" explotan a jugadores, llegando hasta el homicidio, caso del cual dio cuenta una reciente investigación televisiva. El juego además abre espacio al blanqueo de dinero mal habido.
En fin, el delito pareciera haber encontrado un espacio en el otrora exclusivo Casino Municipal. ¿Es posible frenar esa tendencia que termina afectando de muchas maneras a la ciudad? ¿Hay policías experimentados que detectan posibles actos delictuales? ¿Es posible en este recinto aplicar controles de identidad que alerten ante ilícitos?
Muchas preguntas y dudas en cuanto a la voluntad para frenar la peligrosa pendiente delictiva.
La mirada no es ya moral, como en 1913, cuando aparece en el interior el comercio sexual. La mirada, responsabilidad de la autoridad, es sobre la seguridad que amenaza lo que debe ser un centro de atracción y de recursos para la ciudad.