APUNTES DESDE LA CABAÑA Bajo un nuevo toque de queda
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Chile vive de nuevo bajo "toque de queda". No se trata esta vez de uno impuesto por la autoridad desde La Moneda sino de uno forzado por la delincuencia organizada, el arrollador avance del narco y el terrorismo etno-jacobino. Y esto se despliega bajo una administración que muestra debilidad en la gestión y que, al verse superada por asaltos, robos, homicidios, "turbazos", tomas, actos terroristas, funerales narcos, zonas donde el estado ya no funciona y espeluznantes ajustes de cuentas, termina convertida en comentarista relativizador de una tragedia nacional que todo lo corroe y emponzoña.
Sí, estamos sufriendo la peor tragedia delincuencial de nuestra historia, una en la cual los asesinados y descuartizados no dejan de aumentar. Es el momento en que corresponde recordar que no se trata "sólo" de contar los cadáveres sembrados en las calles sino también de considerar aquella cruel dimensión que resulta casi imposible de cuantificar. Me refiero al devastador impacto alcanzado por la delincuencia en el carácter nacional. De seguir como vamos, el principal legado del actual gobierno va a quedar inscrito en nuestra historia como el cuatrienio en el que los chilenos dejamos de ser lo que éramos, el período en que cambió nuestro carácter, en que nos volvimos más desconfiados, huraños y distantes a raíz de la incertidumbre y el duelo que causa una delincuencia antes inimaginada.
Basta con lanzar por las noches un vistazo a ciudades y pueblos que hasta hace unos años eran apacibles y aburridos, donde poco o nada siniestro solía ocurrir para comprender el drástico cambio en el carácter nacional. Con la primera oscuridad las calles comienzan a vaciarse con premura, la actividad nocturna de restaurantes y pubs ceden (menos las de botillerías, que brotan como las ópticas y hasta hace poco las peluquerías). La sana vida nocturna marca a la baja, el miedo empuja al cierre temprano. De las plazas, parques, calles en penumbras y barrios vulnerables, ni hablar. Pocos se atreven a dar paseos nocturnos antes de ir a dormir. Hasta hace unos seis años mucha gente subía a la Cuesta La Dormida, por ejemplo, a mirar el cielo estrellado, un espectáculo deslumbrante. Hacerlo hoy es suicida y la gente, si está obligada a cruzar esa ruta por la noche, trata de hacerlo en caravanas improvisadas, temiendo ser víctima de un asalto si se conduce solo.
Pero la angustia no cesa ni cuando se alcanza la propia casa. Allí uno puede sufrir un portonazo. Y tampoco dentro de casa puede sentirse uno ya seguro. Ante cualquier ruido extraño durante la noche o el ladrido de perros la gente presume la presencia de delincuentes. Ni decir aquellos barrios con balaceras, donde los padres y maestros instruyen a los niños que en caso de disparos se tiendan en el suelo. (Tremendo contraste la imagen del presidente en la Parada Militar sosteniendo a un niño en brazos. La elite política debe ser prudente frente al drama que viven los sectores más vulnerables). Chile ya no es el mismo, y tampoco lo es el carácter del chileno, que siente que en cualquier momento puede ser víctima o testigo de un acto delincuencial. Por ello, en los barrios los vecinos organizan planes de vigilancia y alerta ante la aparición de sospechosos y también reacciones coordinadas ante emergencias. Muchos reclaman a su vez que hoy la ley dificulta al ciudadano honesto comprar un arma mientras el delincuente la consigue fácilmente a través del mercado negro.
Muchos dejaron de salir a trotar al volver del trabajo. Y los ciclistas pedalean en grupos. De un auto puede bajar un sujeto armado a despojarlo a uno de celular, zapatillas o bicicleta. En la vía pública no hay que usar celular, y en el auto ni no se debe abrir el computador. En las luces rojas debemos estar alertas ante vendedores que pueden ser asaltantes. Y qué decir de quienes en ciertos semáforos hacen malabarismos con machetes o espadas, y luego se acercan al vehículo a pedir una "cooperación", que nos recuerda el fascistoide "el que baila, pasa" del estallido apoyado por la izquierda. ¿Y qué decir de quienes se adueñan de veredas y se encargan de "cuidar" el vehículo y cobran una suerte de impuesto revolucionario por estacionar allí? Los más perjudicados son los sectores vulnerables, que se organizan para estar comunicados, alertar, bloquear calles en asaltos y repeler a delincuentes. Los chilenos mas vulnerables hace rato que tratan de protegerse como puedan y el gobierno, incapaz de garantizar la seguridad, llama a empresas a velar por su seguridad.
Ante este demoledor panorama, el artículo primero de nuestra constitución política suena a burla: "Es deber del Estado resguardar la seguridad nacional, dar protección a la población y a la familia… promover la integración armónica de todos los sectores de la Nación y asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional". Me pregunto cómo puede desarrollarse un país donde se viola a diario el primer artículo constitucional. A diferencia de lo que ocurre en países que mucho respetamos, aquí no hacen ni amago de renunciar quienes están encargados supuestamente de brindarnos protección. Me refiero a los responsables políticos, no a Carabineros, que son quienes salen a combatir la delincuencia arriesgando la vida. Kafkianamente ellos terminan condenados por cumplir sus funciones constitucionales y evitar que la pesadilla se nos vuelva un infierno generalizado.
La situación no da para más, pese a que algunos tratan de "normalizarla" o reducirla a un asunto de percepción (como si las percepciones y la angustia ciudadana no fueran importantes). Los chilenos no estábamos acostumbrados a vivir así. Ni siquiera durante el controvertido gobierno de Salvador Allende, cuando más de la mitad de los chilenos vivía en la pobreza y había desnutrición, llegamos a este extremo de inseguridad. Hasta hace poco nos azorábamos al visitar países vecinos que vivían bajo una inseguridad idéntica a la que hoy nos atormenta. Pensábamos que algo así era imposible aquí. Pues bien, hoy es nuestra realidad. Esto comenzó con el estallido de 2019, cuando las policías fueron desbordadas por una violencia que incendió al país y de la cual Chile aun no se recupera.
¿Hay de verdad disposición y coraje para derrotarla o para algunos es un recurso de presión callejera ante un futuro gobierno de derecha? No hay duda que la delincuencia organizada y el narco conquistaron durante el estallido posiciones que detentan. La discusión que se libra hoy en el congreso para legislar sobre la lucha contra el terrorismo es reveladora y merece ser atendida por lo que revela: una izquierda está por endurecer las medidas contra el terrorismo, la otra, no. Entre quienes prefieren "suaves" medidas de control del terrorismo, se hallan quienes lo han justificado desde sus inicios pues consideran a los terroristas víctimas del estado y los chilenos.
¿Cómo saldremos de esto? ¿Eligiendo a un Bukele o a un Noboa? ¿Bloqueando las herramientas de que dispone un estado de derecho para hacer cumplir el artículo primero de nuestra constitución política? ¿Resignándonos a que este Chile que emergió tras el estallido del 2019 sea el país al que debemos acostumbrarnos todos, incluso nuestros hijos y nietos? ¿Nos adaptaremos a vivir con este toque de queda como otros países vecinos, y entonces el Chile que perdimos será un apenas un vago recuerdo de los mejores decenios de nuestra historia? El toque de queda en que vivimos hoy por la delincuencia, la falta de gestión del gobierno y el desprestigio de la clase política presagian tiempos más arduos, recios y difíciles. Ojalá logremos construir un Chile del cual la mayoría logre sentirse orgulloso. Siento que el que tenemos no es el Chile que nos merecemos. ¿O tal vez sí?