El Premio Nobel y el debate de hoy
Pocas veces la concesión de un Premio Nobel tiene resonancias inmediatas en la actualidad de Chile. Se trata del nobel de economía que acaban de obtener Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson.
¿Qué relación puede haber entre la obra de esos autores y los acontecimientos de hoy en Chile?
Para saberlo es necesario comenzar por detenerse en el problema que dilucidan. Ellos se han ocupado de analizar la desigualdad entre las naciones. No de la desigualdad en las naciones, sino entre ellas. ¿Por qué algunos países con extremadamente prósperos y otros nadan en la pobreza? ¿Por qué algunos países con una naturaleza exuberante en recursos son pobres y otros con una naturaleza mezquina son, en cambio, ricos?
Lo que ocurre, explican, es que las instituciones importan.
Buenas instituciones permiten crear riqueza, malas instituciones mantienen a los países en la pobreza.
Las instituciones son creaciones humanas que surgen a partir de decisiones políticas que precipitan en reglas, procedimientos y sanciones que, a su vez, inducen formas específicas de comportamiento. Qué conducta adoptarán las personas -si tendiente al esfuerzo y a la creatividad o no- depende en buena parte de las instituciones. Si estas (por defectos del sistema escolar) excluyen del acceso al capital cultural inicial a ciertas personas por su etnia, su género o su origen de clase; si (porque las leyes están mal diseñadas) no permiten que la gente se apropie de su esfuerzo y desconocen la propiedad; si las reglas son ambiguas y los contratos se alteran fácilmente, desconociendo la voluntad de las partes (porque los jueces actúan movidos por motivos ideológicos o, lo que es peor, por sobornos); y en fin, si las personas no saben exactamente cuáles son sus derechos, entonces los países se empobrecerán. En cambio, si las personas acceden a la cultura; confían que podrán apropiarse el fruto de su esfuerzo; si los intercambios mediante contratos se respetan y no existe incertidumbre en las decisiones judiciales porque ellas se atienen a las reglas preestablecidas; y la gente y las empresas saben cuáles son sus derechos a la hora de actuar o de emprender, los países incrementan su bienestar. En suma, un sistema educativo inclusivo; un sistema judicial con jueces racionales e imparciales; y un sistema de derechos de propiedad garantizado, aumenta más temprano que tarde el bienestar.
Esta idea del papel que las instituciones cumplen en el bienestar social no es, por supuesto, nueva. Está a la base de lo que se conoce como economía neoinstitucional (en la obra de autores como Douglas North, Coase o Putnam); pero los recientemente galardonados con el Nobel han acreditado su validez con amplios estudios comparados e históricos acercando una hipótesis a una verdad firmemente establecida. Estos autores han mostrado que en los países pobres las instituciones son extractivas porque excluyen a parte de la población, atribuyen la propiedad discrecionalmente (mediante actos de autoridad o permiten los sobornos) y no cuentan con autoridades imparciales. En cambio, los más prósperos han logrado desarrollar instituciones inclusivas que ponen el capital cultural en principio al alcance de todos, permiten que la gente se apropie bajo la forma de propiedad del fruto de su esfuerzo y cuentan con autoridades imparciales, altamente racionales.
Por estos días el Congreso discute cuestiones institucionales de relevancia; entre otras, analiza el papel de los jueces a propósito de algunas acusaciones constitucionales. Al hacerlo no debe olvidar las enseñanzas de estos recientes premios nobel ¿Por qué? Porque las instituciones son a fin de cuentas el resultado incremental de múltiples decisiones (decisiones como las que se adoptarán por estos días) que van configurando poco a poco las reglas que orientarán la conducta de las personas. Cuando se juzga la conducta de una autoridad, y se examina si estuvo o no a la altura de sus deberes, se está en realidad respondiendo la pregunta de cuál es el estándar de conducta esperado hacia el futuro, se está transmitiendo información a los ciudadanos y a las otras autoridades acerca de cómo deben comportarse y qué comportamiento es admisible y cuál no.
Se están, en suma, configurando las instituciones que, como muestran los recientemente galardonados, a la hora del bienestar importan más que los recursos naturales. Es una buena noticia porque enseña a los políticos que el proceso del que participan en el día a día incidirá, aunque no se advierta del todo, en cuán prósperos o miserables lleguemos a ser.