La noche del miércoles, un hombre de 35 años, padre de tres hijas, fue asesinado a sangre fría con varios disparos de escopeta en el momento que se encontraba en la ventana de su departamento, ubicado en el tercer piso de uno de los blocks de la Villa San Jorge, en Reñaca Alto. La policía aún busca a los autores, cuya identidad por ahora no ha podido ser aclarada. Veinticuatro horas después, una quitada de droga terminó con dos delincuentes muertos y otros dos gravemente heridos, en un incidente que conmovió a los vecinos de Santa Inés y sus alrededores, a escasa distancia del campus Sausalito, de la PUCV. Los dos venezolanos implicados fueron detenidos y el caso lo asumió la Fiscalía ECOH, creada hace dos años para enfrentar el recrudecimiento del crimen organizado y los homicidios violentos.

Aunque no están directamente relacionados, ambos hechos quedaron vinculados por el corto periodo de tiempo entre uno y otro, además de su particular ubicación en un área relativamente cercana de Viña del Mar. Lo preocupante es que Reñaca Alto, Santa Julia, Glorias Navales, Achupallas y zonas cercanas comienzan a ser escenario frecuente de crímenes asociados al narcotráfico y el crimen organizado, así como ocurre en Montedónico y algunas zonas de la parte alta de Valparaíso. Esta concentración del actuar delictual en verdaderos "territorios" dominados por una y otra banda es un paso peligrosísimo en el proceso de consolidación del crimen organizado y un fenómeno que debería ser enfrentado por las autoridades municipales con la misma fuerza que las policías y el Ministerio Público indagan los crímenes ocurridos en dichos lugares. La dimensión territorial asociada al narcotráfico y el crimen puede devastar barrios enteros, precarizar las condiciones de vida de miles de vecinos y secuestrar el futuro de niños y jóvenes que no encuentran en la educación tantos incentivos como en la venta de sustancias. La acción de las autoridades municipales, el Gobierno Regional y la sociedad civil debe organizarse lo antes posible para frenar o revertir un fenómeno que avanza sin mayores cortapisas.

Hoy unos estudiantes discutían si valía la pena darse el tiempo necesario para escoger los candidatos menos malos. Y no puede negarse que es una pregunta que en estos tiempos resulta pertinente. No es sólo que llevemos un buen tiempo bajo una cascada de escándalos, que ha venido a ser coronado por el caso de Manuel Monsalve y la -como mínimo- torpe manera en que el Gobierno lo ha enfrentado. También ocurre que la mayoría considera que el país está peor que antes del fatídico 18-O, no obstante que Chile es una de las naciones del planeta que más veces ha acudido a las urnas en los últimos cuatro años.

Pero participar es la mejor opción, porque como estos últimos años precisamente muestran, la política sí tiene un impacto relevante en nuestras vidas. La afirmación que cada tanto se oye, "yo igual me voy a tener que levantar el lunes a trabajar", está profundamente descaminada. Porque la remuneración y demás condiciones de ese trabajo, e incluso su existencia, pueden variar como consecuencia de las políticas que se adopten, junto con muchas otras cosas que valoramos. Es conveniente, además de cívicamente saludable, esforzarse por contribuir a tener una mejor política, por bajas que estén nuestras expectativas.

Dada la errática manera en que los chilenos hemos votado recientemente, de seguro la mayoría piensa que algunas veces la mayoría votó de modo erróneo y hasta aberrante. Pero los tiempos que vivimos nos recuerdan que la democracia se aprende, muchas veces, a porrazos. La democracia liberal es, por muy lejos, como sugería Winston Churchill, el sistema de gobierno menos malo que los seres humanos han inventado. Y no hay mejor forma de educación para la democracia que su ejercicio, como defendió el siglo antepasado el intelectual inglés John Stuart Mill.

Si hay una conclusión que se antoja clara de nuestros previos ejercicios electorales, es que la experiencia política tiene más relevancia de lo que muchos supusieron. Los partidos y coaliciones en que ella existe tienen mayor probabilidad de hacer un buen aporte, sin perjuicio que también precisen renovación. Una segunda conclusión que parece nítida es que los sectores más extremos dificultan la gobernabilidad, pues hacen imposible llegar a acuerdos amplios, lo que a su turno genera una parálisis que sigue postergando reformas que el país requiere.

Las encuestas muestran que la mayoría sigue queriendo reformas, aunque rechace las transformaciones que se le ofrecieron. Y deberíamos haber refinado algo nuestro olfato para reconocer los buenos cambios. Desde luego, las dos lecciones anteriores nos dan pistas. Los partidos y coaliciones en que hay experiencia política, y que no se sitúan en los extremos, tienen generalmente mayores opciones de idear y ejecutar reformas importantes y serias.