APUNTES DESDE LA CABAÑA Caminar con Séneca y Goethe hasta Granizo
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Con los amigos del café bajo el caqui salimos a menudo a explorar nuestra villa y alrededores. Es el paseo semanal de los Caminantes Eternos que, aunque no va lejos, llega muy lejos, al Chile profundo. ¿La razón? Procuramos ver, sentir y conectar con nuestro entorno cotidiano, nuestras calles, plazas, almacenes y el Parque Nacional de La Campana. Durante las caminatas constatamos que de tanto pasar por los mismos lugares, terminamos no viéndolos. En cambio, yendo alertas descubrimos aspectos, matices, senderos y esquinas que están allí desde siempre sin que los percibiéramos porque la rutina nos vuelve insensibles.
Durante las excursiones saludamos a gente con que nos cruzamos e intentamos entablar conversación. Con desconfianza y reserva reaccionan muchos (la delincuencia está matando el alma nacional), pero con amabilidad como antes sigue respondiendo la mayoría. Es bueno saber que la rutina lima la sensibilidad y la curiosidad y nos lleva a dar nuestro entorno por sentado y eterno, olvidando que todo es efímero, como advirtió Heráclito. Es el funesto "no-me-importismo" criollo, atomizador y enajenante, que corroe la convivencia, aísla e incomunica. Uno de sus peores síntomas: los ascensores metropolitanos, donde ya nadie saluda al entrar, sino que baja la testa entre avergonzado e indiferente y se parapeta en la pantalla del celular.
Los Caminantes Eternos exploramos deleitados lugares supuestamente conocidos. ¿Por qué ir cada vez más lejos si alrededor nuestro, en la relativa calma y seguridad locales, también hay sitios atractivos? Recorrer con los sentidos abiertos el pequeño mundo que nos circunda, deseosos de percibirlo constituye un aleccionador gozo "peripatético, una forma de conocer a otros y de conocerse a sí mismo. La rutina anestesia, la premura torna todo secundario, y la frivolidad nos hace suponer que lo cotidiano estará siempre allí. Los sitios cotidianos ignorados son como los amigos que un día se marchan y nos dejan con la amarga certeza de que aun teníamos una plática pendiente. Hace 300 años Leibniz afirmó que incluso cada hoja de planta es única, que todo tiene identidad y, en cierta forma, alma. Durante las caminatas pienso en la especificidad y fugacidad de cuanto nos rodea. Dos mil años atrás, Séneca planteó que la ansiedad por ir lejos no obedece a que deseemos ver algo diferente sino a que pretendemos huir de nosotros mismos, objetivo imposible.
En rigor, no hay que desplazarse físicamente para conocer el mundo y al ser humano, menos ahora que el turismo masificado todo lo inunda y desvirtúa. Libros, films, música, conferencias, la web, la cultura, conversaciones alrededor de una mesa o mientras se pasea permiten tal vez eludir aviones y cruceros atestados. Un día no lejano se leerá sobre los actuales viajes en aviones y cruceros como hoy leemos sobre las travesías en las naos, esas frágiles cáscaras de nueces de los conquistadores. Otros se refugian en lo diminuto e íntimo: libros que describen excursiones por el dormitorio, el jardín o el barrio propios, y la verdad es que muchas claves para saber quiénes somos se ocultan en esos sitios. Un flaneur de pura cepa -como José Martí, Charles Baudelaire o Walter Benjamin- puede sentarse a diario en un banco de la plaza de un pueblo y constatar que allí cada día es diferente hasta en sus rutinas.
Hace unos días, mientras caminábamos por las calles de Olmué, ascendimos un empinado cerro entre casas con jardín, flores silvestres, frondosos árboles nativos y perros que ladran, y llegamos a las instalaciones del Club de Rayuela de Granizo. Cuando nos acercamos, preguntamos si podíamos ingresar. Un hombre mayor, enjuto y sosegado, nos dijo sonriendo que sí. El club fue fundado en 1960 por don Evaristo Altamirano Montenegro, padre de quien nos abrió la puerta, excelente jugador de rayuela y abuelo del actual Campeón Nacional de ese deporte, Juan Altamirano Quintana. Las instalaciones son amplias y techadas, de acogedor e impecable ambiente rural, con la correspondiente cancha de rayuela de catorce metros de largo, el cuadro de juego con piso de húmeda arcilla y su lienza. Dispone de un sector para el público y otro para los jugadores, y comprende también una sala de reuniones que atesora las numerosas copas conquistadas por el club.
Juan Altamirano Quintana, el actual campeón chileno de rayuela, que aparece en ese instante, nos invita de buen humor a lograr unas "quemadas". Se habla de "quemada" cuando el tejo, lanzado desde los catorce metros, aterriza exactamente sobre la lienza que cruza el cuadro de arcilla por su centro. ¡Imposible para novatos! Después el monarca nacional nos deslumbra con una breve muestra de precisión, fuerza y ojo de águila, y nos cuenta que el Club de Rayuela, que acumula una treintena de copas, "es el más campeón de la historia". Con 66 socios, el club ha participado en numerosos campeonatos locales, regionales y nacionales, y está decidido a mantener su estelar trayectoria, y Juan obligado a conservar su buen estado físico. Un tejo plano pesa hasta un kilo y uno de cilindro hasta 2 kilos 360 gramos). Juan consiguió ya el campeonato nacional en 2023, en Curicó, de modo que su sitial no es "de chiripa", algo que además llena de orgullo a su familia y la comuna.
La rayuela es un deporte tradicional chileno con más de 80 mil jugadores y también es un pilar de integración y cohesión de comunidades, pues las convoca a competencias, celebraciones y festividades especiales. La rayuela cultiva tradiciones y enriquece la identidad cultural de Olmué, donde funcionan seis clubes. A su identidad también aportan los Bailes Chinos, danzas rituales originarias de la zona norte y central chilena, de origen precolombino y español, que enriquecen nuestro patrimonio cultural inmaterial. Con el arribo de los conquistadores se produjo el sincretismo entre cristianismo y creencias locales, lo que le otorga su fisonomía a los bailes. Cerca de Olmué, en la Cuesta La Dormida, se alza por cierto la capilla de ese nombre, que data de 1645, bella muestra de la arquitectura colonial que en países de riquísima arquitectura de esos siglos -como México o Guatemala- estaría restaurada y convertida en atracción turística, pero aquí... En fin, ya escribiré sobre ella y la indiferencia nuestra hacia la modesta arquitectura colonial chilena. Pero, ¿de dónde viene la rayuela? De pueblos mediterráneos. Europeos la trajeron, y acá le agregamos el tejo circular de hierro, la lienza y el cuadro de arcilla.
Nos encantó la caminata pues compartimos con personas que no conocíamos aunque dormimos bajo el mismo cielo estrellado, caminamos por las mismas calles de tierra y contemplamos a diario la imponente Campana. La caminata impulsó el diálogo. Nos tomamos fotos junto al campeón, lanzando el tejo y delante de las copas, y acordamos una competencia que, desde luego, perderemos por paliza. Pero será una nueva ocasión para acercarnos más en nuestro Chile hoy polarizado, herido por la violencia y angustiado por la inseguridad que todo lo carcome. Ese día nos alejamos cerro abajo entre casas, peumos y pataguas, seguidos por el ladrido de perros, el canto de gallos, las bromas y la promesa de volver al marco de arcilla. Los paseos de los Caminantes Eternos enseñan no lo que queda disecado en los libros sino aquello que palpita y vibra en el alma humana. "Gris es toda teoría", decía Goethe.