Feminismo a prueba
Cuando, en 1925, Inés Echeverría Bello llamó a todas las mujeres a unirse a la causa feminista, Gabriela Mistral le respondió invitando a una reflexión más profunda. En su opinión, al feminismo le sobraba buena voluntad, pero le faltaba sentido de comunión y razonamiento para volcarse a los verdaderos problemas de las mujeres, que trascendían las causas políticas o los panfletos de moda".
Los recientes casos de violencia sexual que han involucrado a figuras públicas han abierto múltiples flancos de discusión. Uno de ellos ha sido el del feminismo. Las expresiones "Amiga, yo te creo", "feminismo de cartón" y "dónde están las tesis" han saltado en diversos espacios para cuestionar la integridad de un movimiento que ha cobrado fuerza en los últimos años.
El debate ha caído en posturas maniqueas, que defienden sus propias trincheras. De una parte, se alega el cinismo o hipocresía de una actitud que no protegería a todas las mujeres, sino que consideraría sólo a quienes forman parte de una misma ideología. Por otra, se ataca el aprovechamiento que aparentaría preocupación por las víctimas, cuando lo que se buscaría es el rédito político camuflado en la consigna de una causa justa. De uno y otro lado, prima la vociferación y sobre-utilización de la etiqueta "feminismo", cuyo sentido se manipula sin entrar en la reflexión sobre sus alcances en beneficio de la convivencia social.
Aunque esté en boca de todos, el concepto no es unívoco. Feminismo radical, liberal, socialista, cultural, comunitario son tipologías que reflejan sus múltiples interpretaciones. En su base, el feminismo reclama el reconocimiento del valor y los derechos de las mujeres en todo ámbito, para combatir cualquier discriminación arbitraria basada en nuestra condición sexual. Pero desde ahí, su causa se abre a un sinfín de especificidades que provocan el debate, y que cuesta resolver sin entrar en el conflicto apasionado o la descalificación a priori, lejos del necesario espacio para la reflexión, el diálogo razonado o la voluntad de acuerdo.
Cuando, en 1925, Inés Echeverría Bello llamó a todas las mujeres a unirse a la causa feminista, Gabriela Mistral le respondió invitando a una reflexión más profunda. En su opinión, al feminismo le sobraba buena voluntad, pero le faltaba sentido de comunión y razonamiento para volcarse a los verdaderos problemas de las mujeres, que trascendían las causas políticas o los panfletos de moda: "No hay dejadez entre las mujeres nuestras -decía Mistral-; hay una fuerza enorme, pero una confusión no menor que esa fuerza… falta la columna vertebral. No existe la gran sociedad que inspire confianza suficiente para que obreras, empleadas, maestras, médicas, católicas, liberales, socialistas, comunistas destaquen hacia ella representación. El feminismo llega a parecerme, a veces, una expresión más del sentimentalismo mujeril, quejumbroso, blanducho. Tiene más emoción que ideas, más lirismo malo que conceptos sociales; lo atraviesan relámpagos de sensatez, pero no está cuajado. Mucha legitimidad en los anhelos, pureza de intenciones, hasta un fervor místico; pero poca, ¡muy poca! cultura en materias sociales".
Sus críticas le valieron ataques, pero ella insistió en la necesidad de respetarnos y buscar la unidad: "Purgamos la culpa de no habernos mirado jamás a la cara, las mujeres de las tres clases sociales de este país. La primera faena cívica es esa: soldar las clases por medio de intereses y sentimientos comunes". "Entre las mujeres de nuestra raza todavía no se aprende a discutir sin odio y sin injurias, y la lucha de ideas degenera en un personalismo feo. Al cabo se trata de mujeres que, desde uno u otro credo buscamos la misma cosa vital. Cuando la mayoría de nuestras feministas hable esta lengua de senado de mujeres, cargado de respeto, yo estaré incondicionalmente con ellas".
Sus palabras son un llamado a la unidad, a la altura moral y al sentido común, algo que parece perdido entre la crispación actual y sus trincheras ideológicas. Más allá de las etiquetas, lo que está en juego es nuestra capacidad para enfrentar problemas complejos sin caer en la descalificación o el enfrentamiento estéril, con miras a fortalecer nuestra convivencia social sobre la base del respeto, el diálogo honesto y el sentido universal de justicia. 2
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