APUNTES DESDE LA CABAÑA ¡Bom dia, Fernando Pessoa!
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
Cada vez que llego a Lisboa, acudo a una cita ineludible en la céntrica cafetería A Brasileira del barrio del Chiado. En su terraza tomo asiento a la mesa del excelso poeta portugués Fernando Pessoa, y pido lo que corresponde: un espresso y un pastel de nata. Sin embargo, me turba tanto la emoción de estar a su lado que no sé qué decir. ¡Cuán bien integró Lagoa Henriques la escultura en tamaño natural del poeta a la vida cotidiana de la Lisboa que éste recorrió, pensó y amó sin límites. Fue develada en 1988, en el centenario del nacimiento de uno de los más grandes y originales poetas del mundo.
No voy a intentar explicar a Pessoa porque se requiere demasiado espacio, mejor dicho, porque a Pessoa hay que leerlo. Sólo leyéndolo se lo disfruta en sus variadas y deslumbrantes dimensiones. Y alerto: quien lo lea, quedará cautivado para siempre por su obra. Diré que él no es sólo su magnífica obra lírico-filosófica, sino que incluye además la excelsa obra de sus heterónimos, poetas fruto de su imaginación, colegas con biografía propia, completa y detallada, que se relacionan entre sí con apreciaciones y convicciones dispares, pero asimismo coherentes con la respectiva poesía que escriben. Los heterónimos más destacados son tan originales y sus obras de tal calidad que en cualquier país los haría acreedores del premio nacional. Aclaro: los heterónimos no son seudónimos, sinos poetas ficticios con magna obra propia, diferente a la de su autor y colegas de papel. Entre ellos destacan: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis. Los recomiendo a todos.
Pessoa fue un poeta solitario y ensimismado, de poderoso lirismo, un artista que une las emociones con la filosofía. En él -de riguroso traje negro, camisa y corbata, sombrero y gafas sin marco- predomina una visión melancólica de mundo, basada en los sentimientos que palpitan en lo más recóndito del ser humano como o a flor de piel. Nunca tuvo nada, vivió en una pobreza franciscana que sobrellevó con dignidad en modestas pensiones que pagaba elaborando minuciosos estudios de contabilidad para sombrías oficinas.
Es interesante que la espléndida Lisboa, asediada por el turismo que beneficia pero a la vez irrita y agobia a decenas de ciudades del mundo devenidas destinos turísticos favoritos de la humanidad, es a Pessoa a quien proyecta como gran símbolo cultural. Desde que uno aterriza a orillas del Tajo y transita por tiendas y restoranes, ni decir por librerías, se encuentra con la imagen del hombre de rostro pálido y enjuto, que mira con ojos alertas y tristes. En ese sentido Lisboa recuerda a la también bella Praga, cuyo símbolo es otro gigante literario, Franz Kafka. Lo vemos en afiches, bolsos y camisetas vistiendo traje y sombrero mientras pasea a lo largo del río Moldava. Bonn, modesta y pequeña frente a Lisboa o Praga, también pone en su centro a un genio: Ludwig van Beethoven, cuya céntrica casa natal es hoy museo. Frankfurt celebra a Goethe, y Tréveris, aunque de modo controvertido, a su hijo Karl Marx. Además de la arquitectura y la historia, la riqueza culinaria y los atractivos urbanos, esas ciudades añaden mensajes de arte y cultura para los visitantes refinados, que suelen abundar en países desarrollados.
El asunto nos deriva a Chile, desde luego. ¿Con qué asociamos a nuestras ciudades ante el turista nacional o extranjero? A ver: vinculamos a Arica con Tacna, a Antofagasta con La Portada; Calama con Chuquicamata; Santiago con La Moneda bombardeada; Valdivia con un catastrófico terremoto; Temuco con demandas de tierras, Puerto Montt con cruceros y salmones; Punta Arenas con Torres del Paine... Nicanor Parra decía sarcásticamente que Chile es un paisaje, y con esa frase sugería que no es un panorama humano. A mi juicio Chile es un estado de ánimo. Y bipolar, por lo demás. Pero lo cierto es que poco asociamos al arte y la cultura (con excepción del folklore) con el alma nacional. Escasa conciencia existe sobre la importancia de vincular a ellas con la identidad de nuestras ciudades, y mínima conciencia existe, por cierto, sobre lo nocivo que resulta alinear las artes y la cultura con el pensamiento único, lo políticamente correcto o la brutal cancelación de quienes piensan distinto. Se empobrece así también la identidad nacional y la de nuestras ciudades, hoy rayadas, sucias e inseguras.
En este contexto me pregunto si se logra difundir, por ejemplo, que la Casa Museo de Gonzalo Rojas, Premio Cervantes 2003, se halla en Chillán, y si promovemos de verdad la de Gabriela Mistral en Vicuña. Me pregunto si Valparaíso contribuye a proyectar La Sebastiana, o ha permitido que el turista internacional piense que el vate tenía sólo Isla Negra y Bellavista. ¿Y qué decir del drama de la Casa Museo del gran Vicente Huidobro en Cartagena, artista que muchos en Europa piensan que era francés? ¿Y se promueve a Roberto Bolaño, celebrado autor que México y España proyectan con fuerza a partir de los años que vivió en sus respectivos territorios?
Acaba de aprobar el congreso el presupuesto para la promoción de la cultura, que crecerá como nunca y esto en año de elecciones. Ojalá los recursos se distribuyan de forma proba y plural. No hace mucho embajadas nuestras se centraron en recordar al mundo el Chile de la Unidad Popular y del golpe militar. Algunas conmemoraron incluso el estallido de violencia del 2019 con exposiciones. Mientras nuestros vecinos utilizan sus recursos fiscales para destacar afuera sus bondades, Chile destaca en el extranjero las etapas más traumáticas de su historia. Con amigos así no necesitamos enemigos, decía un amigo salvadoreño.
Ojalá que no sigan fluyendo fondos a fundaciones supuestas ni principalmente a proyectos identificados con el dogma reiterativo que terminó proyectando a Chile como el país más desigual e injusto del planeta, regido por una constitución "escrita por cuatro generales", atándolo a su tragedia de hace medio siglo. En cambio, los europeos en 1995, cincuenta años después de la Segunda Guerra Mundial, no seguían girando en torno a 1945 sino a los desafíos de los noventa y del futuro de entonces, un futuro que en este siglo ya ingresó a los museos. Nosotros conducimos mirando el retrovisor.
En recientes viajes a Europa me han preguntado por Allende y Pinochet, otros si Boric es el heredero político de Allende, otros por qué somos el único país de la región que incendia su patrimonio cultural, y algunos me hablaron hasta de "los nazis ocultos en Chile". Lo habían visto en columnas, películas o novelas sobre Chile. ¿Ha terminado nuestra imagen país siendo rehén de un Chile que ya no existe mientras Argentina y Perú, Uruguay, Panamá y Costa Rica, e incluso Brasil y México proyectan la imagen de países con la vista puesta en el futuro? "Odiamos lo que casi somos", y "Me maravillo de lo que he conseguido no ver", escribió Pessoa un día en Lisboa. Tal vez pensaba en Chile.