LA PELOTA NO SE MANCHA Por una nueva Copa Libertadores (en español)
POR WINSTON POR WINSTON
Este fin de semana se jugó una nueva final de la Copa Libertadores de América. De seguro, ni se enteró y no lo culpo. Se trata de un torneo cada vez más lejano y ajeno que ha sido secuestrado por los brasileros. Ni siquiera la presencia del chileno Eduardo Vargas, autor de un gol (también tuvo el empate) en uno de los equipos finalistas giró la aguja de la curiosidad de los chilenos.
La mayoría de los que veíamos televisión a esa hora estábamos más interesados en ver a Pancho Saavedra con su risa estridente visitando y comiéndose las tortillas de rescoldo de alguna abuelita del campo, mientras lloraba recordando al hijo que se fue a la gran ciudad.
Ante esta apatía y pérdida del prestigio, me parece necesario hacer un breve análisis de su historia y entregar una fórmula que podría rescatarla de ese olvido a la Copa Libertadores, tal como hemos hecho con los vinilos, con las máquinas de video juego y con el "Huevo" Fuenzalida.
Si hacemos un poco de memoria, este torneo se le ocurrió a un chileno, Robinson Álvarez, que la bautizó como Copa de Campeones. Sin embargo, cuando hubo que aumentar los equipos pasó a llamarse Copa Libertadores de América. La denominación, que data de 1965, fue en honor a los próceres que estuvieron dispuestos a arriesgar su vida con tal de conseguir la independencia ante España.
¿Qué ocurría en Brasil mientras Simón Bolívar y José de San Martín craneaban cómo sacarse de encima a los reyes de España? Nada. Ellos, desde la colonización portuguesa, hicieron todo distinto. A su pinta. Adoptaron otro idioma, promovieron la llegada de esclavos africanos (sin imaginar el aporte que significarían para el fútbol), optaron por un imperio en vez de una república, prefirieron la sunga al traje de baño y decirle Chaves a mi querido Chavo del 8.
Bajo esa lógica, y si queremos ser rigurosos, no tiene sentido que este maravilloso torneo cuente entre sus filas a Brasil, que ha sido un insoportable dominador de esta competencia durante los últimos años, en especial, cuando hay antecedentes históricos que lo desacreditan.
No se trata ni de discriminación ni de racismo, sino de un esfuerzo por revivir una copa que se ha ido desluciendo con el paso de los años y que desde 2019 ha sido ganada, de manera exclusiva, por brazucas: Flamengo, Palmeiras, Fluminense y ahora Botafogo.
¿Más datos? Los dos semifinalistas de la última versión fueron dos equipos que antes marcaban tendencia: River Plate de Argentina y Peñarol de Uruguay. A pesar de sus nutridos palmareses, ambos fueron vapuleados en esta instancia por los brasileños: Atlético Mineiro goleó 3 a 0 a los de la banda roja en su estadio y los yoruguas cayeron por 5 a 0 contra Botafogo.
Pero ojo, tampoco es que a ellos les importe. Los 218 millones de brasileños, como los estadounidenses, viven ensimismados con su grandeza y salvo algunos clásicos con Argentina y Uruguay, nada más les interesa. Apenas nos miran y, cuando lo hacen, es con desprecio. Suficiente tienen con sus torneos Brasileirao, la Copa de Brasil, el Paulistao, Carioca, Mineiro y Gauchao.
Acabemos con esta farsa. Celebremos a Botafogo como el último campeón y comencemos una nueva copa, una que reúna de verdad a los fueron independizados por los Libertadores de América.