Un estudio desarrollado por académicos y profesionales del Instituto de la Vivienda, de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de Chile, desentrañó con una profundidad inédita el fenómeno del comercio ambulante que domina la calle Bellavista y las avenidas Pedro Montt y Uruguay. La investigación, que compara datos pre y pospandemia, muestra no solamente un aumento explosivo de esta actividad, sino cambios importantes en varios de sus componentes. Uno de ellos, advierte el estudio, es el surgimiento de distintas estructuras sólidas que les permiten a los comerciantes irregulares consolidar o aumentar los espacios públicos que ocupan sin ningún permiso.

El impacto urbano de esta mala utilización de calles, veredas y plazas es evidente y tendrá efectos de largo plazo. Veredas rotas, pavimentos deteriorados y plazas sucias son parte del panorama que ofrece Valparaíso en varios de los sectores analizados por el estudio.

Otro punto preocupante es el aumento de negocios ilegales dedicados a la venta de comida sin ninguna regulación. La falta de fiscalización de las autoridades municipales y de Salud en este ámbito pone en riesgo a parte importante de la población que consume estos productos sin control sanitario ni cadena de frío.

Pero más allá de estos cambios específicos, el estudio de la Universidad de Chile demuestra que el control efectivo del comercio ambulante es uno de los desafíos más importantes que debe enfrentar la recién asumida administración de la alcaldesa Camila Nieto. No basta con decir que se requiere "mostrar orden y autoridad", como lo planteó la jefa comunal durante la campaña, sino de aplicar un plan de medidas efectivas y eficientes, que sean capaces de abordar desde la primera semana tanto las razones estructurales del problema como sus contingencias. Acelerar el tranco en este tema es la única forma de lograr resultados que sean visibles para aquellos ciudadanos que apostaron por un cambio en la forma en que se abordan los problemas de Valparaíso.

Seamos honestos. Todos sabemos que el transporte público local significa una gran oportunidad de innovación para nuestra imagen región y para la diversificación de nuestra oferta productiva, turística y de atractivos culturales. Poseemos flotas que son comandadas con gran talento por un selecto equipo de conductores especializados en rutas de alta complejidad, lo que confirma el desafío de retención del capital humano en territorios subnacionales.

Conducen por cerros, tanto en subida y bajada con gran destreza. Maniobran en zigzag por calles adoquinadas y poseen una capacidad de cintura notable para realizar piruetas que -si se midiera- podrían ingresar al Guinness de velocidades en rutas troncales en medio de la ciudad, destacando sus cualidades gimnásticas que ni un city car se atrevería en medio de nuestros conocidos tacos.

Junto a lo anterior, sorprende la capacidad de aceleración con lo cual pretenden disputarle a Tesla, Porsche o Ferrari el cronómetro para pasar de cero a cien en el tacómetro, al tiempo de conseguir nuevos récords para disminuir las velocidades drásticamente, desenvolverse con la capacidad de una gacela para pasar de la pista uno a la tres con tal de continuar el trayecto y luego de la tres a la uno con una desaceleración admirable, mientras recogen a un pasajero cualquiera, en una calle cualquiera y en la primera, segunda o tercera pista, sumando otra medalla a la larga lista de condecoraciones descritas. Mientras tanto, suenan los timbres de usuarios que buscan bajar en su destino, a ratos, con sendos saltos en un bus en movimiento.

Al final, en los últimos asientos de estas máquinas voladoras se viven unas experiencias notables cada vez que un cráter vial ofrece su generosa fisonomía a las ruedas del vehículo, o bien los conocidos lomos de toro que en algunos lugares parecen torso de elefante por su altura, expulsando a los ocupantes sentados hacia un excitante vuelo a diez centímetros de altura, para caer luego en los mullidos sillones que se ofrecen a los residentes temporales del vehículo.

Así como existe el prestigioso e internacional Valparaíso Cerro Abajo, podríamos ofrecer a nuestros residentes y visitantes una competencia veraniega en un circuito de alta velocidad que incluya al Camino de Cintura, la avenida España, la calle Quillota, las breves rotondas que ofrecen esas plazas a pie de cerro o el camino costero. Requisito fundamental para participar en un rally de esta naturaleza, es contar con micros llenas de personas simuladas (podrían ser inflables) y que representen todo el arco de quienes habitualmente nos desplazamos en el transporte público, incluyendo padres y madres con guaguas, adultos mayores, estudiantes con sus smartphones, trabajadores cansados luego de la jornada laboral o dueñas de casa con bolsas de supermercado o compras a cuestas que surfean con gran entusiasmo la experiencia.

Para la contabilización y puntajes por piruetas, esos conocidos personajes que en paraderos llevan los minutos que separan una micro de otra (en demostración palmaria del libre mercado) serían los indicados para ofrecer sus talentos y reconocidas capacidades de llevar a cabo la cualificación del proceso. Una oportunidad que puede llegar a ser considerada patrimonio de la humanidad.