Regreso al Valparaíso del olor a galletas, de emporios e industrias que ya no están
Historiador Jorge Salomó presenta su decimosexto libro, centrado en la ciudad que caminó y vivió en su infancia y juventud, y que recuerda como "un espacio seductor, envolvente e inolvidable" .
En la época de oro de Valparaíso, que encandilaba "con una vitalidad y un carácter incomparables", se desarrolló la infancia y juventud del historiador Jorge Salomó Flores, y es a ese Puerto -"un espacio seductor, envolvente e inolvidable"-, al que le rinde tributo en su decimosexto libro.
Valparaíso, 1965 a 1980. Recuerdos de infancia y juventud se nutre del trajín, de los olores, del movimiento y la vida cotidiana de una ciudad donde "se cuidaba la estética de la fachada, se barría el frontis, se engalanaban las vitrinas para Navidad", los cambios de estaciones, la proximidad del año escolar, del 21 de mayo y del "18".
Caminar el plan
Autor de La belle époque viñamarina a través de las caricaturas de Mundo; también de Calle Valparaíso, siete cuadras de historia, y de Chile, 100 mujeres y su legado en nuestra historia, entre otras obras, Jorge Salomó invita aquí a un exhaustivo recorrido por los ejes principales y las calles transversales del plan de Valparaíso de esos años, desde el Pasaje Quillota y la avenida Argentina hasta la Aduana.
Aunque nació y vive en Viña del Mar, por colegio y por familia fue muy porteño. "Caminé mucho por Valparaíso, además de que siempre me llamó la atención la configuración de la ciudad, la belleza de sus miradores, la perspectiva de sus cerros, así que eso me movió profundamente en mi infancia".
A ello ayudó que el hermano de su abuelo materno -españoles- instalara en calle Condell la fábrica de ropa interior femenina Flores -semilla de la conocida línea actual-, donde ambos trabajaban y hasta donde el autor acompañaba a don Ángel a pie desde El Almendral, paseos que disfrutaba igualmente por el plan de la ciudad con su abuela Georgette, nacida en Francia.
El historiador dice que también este libro constituye "un testimonio de homenaje a aquellos inmigrantes que hicieron tanto por construir una bella ciudad" para tantas generaciones.
Nostálgica mirada
Por las páginas de este libro, entrelazados con anécdotas y menciones de sucesos excepcionales -Jorge Salomó fue testigo del hundimiento del dique Valparaíso II desde la costanera-, desfilan emblemáticos emporios, zapaterías, cafés, restaurantes, librerías, grandes tiendas, forjados por el empuje de tantos inmigrantes; iglesias, hospitales, troles, ascensores, industrias que ya no están.
"Al acercarnos al Parque Italia, la atmósfera nos recibía con el sabroso e inconfundible vapor de la chimenea de Hucke", al que se mezclaba "un perfumado toque de café" procedente de Tres Montes, recuerda el escritor, exalumno del Seminario San Rafael, cuyos abuelos maternos vivían en la calle Victoria, a la cual le dedica una amorosa y nostálgica mirada.
"Cada mañana, antes del desayuno, un pito inconfundible advertía el paso de don Juan, el lechero con su carro. La gruesa botella de vidrio de leche ULA (Unión Lechera de Aconcagua) se entregaba a domicilio, con tapas de cartón y etiquetas diferenciadas de porcentaje de grasa en verde, amarillo y rojo".
"En el emporio El triunfo, de don Julián Lozano, él y su ayudante, con un lápiz aferrado mágicamente a la oreja, sacaban la cuenta con absoluta precisión, en las mismas bolsas de papel donde ponían los productos, sin ayuda de calculadora".
¿Violencia escolar? No en una época en que no existían los celulares, las redes sociales ni Internet. "Cuando había algún compañero enfermo, poníamos papel de calco y una hoja para pasarle la materia". Así no se atrasaba en las lecciones y volvía "con el cuaderno al día".
ENTRETEnimiento
De los cines donde había películas calificadas para todo espectador, Jorge Salomó iba con su abuelita a ver alguna en el Velarde o en el Metro. Y la temporada de circos era imperdible.
Recuerda que el arribo del Tihany, a mediados de los años 70, "cambió las expectativas de entretenimiento y obligó a mejorar el soporte técnico y el espectáculo, con luces sincronizadas, show inspirados en las producciones de televisión, con pantalla de proyecciones y cómodos asientos acolchados".
Sin embargo, "las funciones de Las Águilas Humanas son un recuerdo imborrable, con sus galerías de duros tablones de madera y redes cruzadas de lado a lado para proteger a quienes volaban por los aires".
Lugares emblemáticos
- ¿Se considera afortunado por haber vivido su niñez y adolescencia en la época de oro de la ciudad?
- Me siento tremendamente afortunado. Fui testigo de lo que ocurría en caleta Portales donde acompañaba a mi abuelita a comprar los mariscos y parte de la comida que se hacía generalmente a fin de año, para el día de Francia, el 12 de octubre u otras ocasiones. No sólo eso. También en el restorán Fornoni donde se celebraba el año nuevo; en Playa Ancha, donde jugaba Wanderers y pude percatarme del poder, la influencia y la mística incomparable que genera el club en Valparaíso.
- ¿Qué otros recuerdos conforman esa época?
- Acompañaba a mi mamá y a mis abuelos al cementerio de Playa Ancha, en alguna ocasión también al del cerro Panteón donde descubrí la maravilla de esas tumbas patrimoniales, y la vista hacia el sector de Bellavista, el corazón de la ciudad. Las iglesias de la época eran todas impresionantes, tenían un profundo significado y eso le daba un carácter a la ciudad.
- De todos los ascensores, ¿cuál era su favorito?
- El primero era el ascensor Polanco porque meterse en esa caverna y llegar a ese ascensor vertical donde corría agua, donde había un sonido especial, era una cosa muy misteriosa. No fuimos muchas veces y eso mismo hacía que para mí fuera más atractivo. A veces a la salida del colegio me permitía una escapada y aunque estuviera cerrado, subía por la escalera circundante y llegaba al mirador, donde en más de una ocasión me tocó ver la quema de Judas, una tradición muy característica que se hacía en las laderas del cerro Polanco. Debo sumar los ascensores Barón y Lecheros, y el gran ascensor de la época, el 21 de mayo, que llevaba al paseo del Museo Marítimo y que permitía en ese tiempo ver Valparaíso en el sector Puerto.
Destino porteño
- ¿Qué reflexión experimenta cuando vuelve a Valparaíso y cuál cree que será su destino?
- Me ha tocado en estos últimos días analizar el tema en distintas reuniones o intercambios de opiniones. Yo no soy optimista respecto al destino de Valparaíso como puerto comercial, creo que ya no cuenta con las condiciones adecuadas; no se tomaron las determinaciones que tal vez deberían haberse adoptado en su momento. Sí creo que tiene que afianzar su destino en el ámbito de la Armada, porque el puerto en buena parte terminó siendo utilizado como un puerto naval y por lo tanto pensar en el puerto mercante comercial creo que es irreal respecto a lo que ha sido la historia de Valparaíso en los últimos 100 años.
- ¿Qué otras vocaciones o destinos observa?
- Lo otro, por supuesto, es Valparaíso destino de cruceros y en ese aspecto creo que la ciudad tiene un enorme desafío de recuperar la seguridad, el orden, la limpieza, de ofrecer nuevos servicios que están surgiendo con fuerza, como el proyecto del Museo del Inmigrante en el cerro Concepción que encabeza el empresario Eduardo Dib, o alguna de las iniciativas de restauración de lugares que están dando bastante importancia a la recuperación del valor de la marca Valparaíso en el mundo. Al destino turístico hay que agregar el universitario y de la economía plateada, vinculada a las necesidades y la demanda de los adultos mayores, que hoy constituyen fuentes de inversión muy significativas. 2
Libro disponible en el correo
jorgesalomoflores@gmail.com
Rosa Zamora Cabrera
rosa.zamora@mercuriovalpo.cl