RELOJ DE ARENA
El poeta traza un verdadero cuadro sociológico del centro de Viña del Mar. El cuadro nos presenta una imagen humana y material de principios del siglo pasado, el XX, y tiene valor testimonial, pues el autor, Carlos Pezoa Véliz, era residente de la naciente comuna y funcionario de la Municipalidad.
Habla de las calles Valparaíso y Viana y de sus transeúntes:
- "Hombres sin ocupación, perros vagabundos, mercachifles arruinados, muchachos haraposos, empleadillos hambrientos, señoritas humildes, etc., todos se guarecen en el amistoso silencio de esta calle hospitalaria".
Se refiere a la calle "de Viana", así se decía. Habla de una "señorita de nariz chata", de la ayudante de la escuela pública "cuyo sueldo mantiene a toda una familia" y de la señorita del telégrafo con "su boca desdentada".
Pero ante ese refugio de tanto desventurado está "la calle de Valparaíso, con su tráfico de mujeres aristócratas (por dinero o por sangre), es terrible".
Agrega que "no siempre son buenos los ojos de largas pestañas que descubren en el traje de la señorita cursi detalles ridículos, infracciones de la moda… El cuello sucio de un caballero pobre es cuidosamente lavado por la crítica. El vestón raído del joven cesante es remendado por el ojo alegre de la señorita pudiente… En las calles centrales se critica mucho, cuando no se desprecia todo".
Dividendo político
El poeta, romántico, tal vez medio anarquista y observador, ha logrado establecerse en Viña del Mar oficiando de secretario municipal tras su trabajo de apoyo a un candidato a alcalde triunfante. Ninguna novedad. Do ut des, para decirlo en latín, pan por charqui, para decirlo en chileno. Su buena prosa en la prensa de la época, incisiva y hasta graciosa, fue gran ayuda para la elección de Juan Magalhaes como jefe comunal el año 1906.
Con la estabilidad de un ingreso escribe mucho y traza el notable retrato del centro de Viña del Mar con sombras y luces, especialmente cuando se trata de hermosas mujeres, especialmente rubias que tanto admiraba el poeta.
En ese centro surgen viviendas "en que engordan los comerciantes de Valparaíso… mozas que arrancan rozas para enviarlas al hombre amado… Las rejas que separan estos jardines de la calle están casi siempre apretadas de enredaderas, pero hay algunos claros por donde el pasajero curiosea la intimidad de esos ricos".
Entre esas mansiones, en la calle de Viana esquina con la de Traslaviña, está la de Guillermo Wilms, el padre de la infortunada Teresa, nacida en 1883. ¿La conoció Pezoa Véliz? Un encuentro entre ambos habría sido interesante. Materia que da para la ficción. Sobre Teresa Wilms Montt, sus inquietudes, su tormentosa vida sentimental y su creatividad, se ha escrito mucho. En estos días aparece "Y entonces Teresa", de Arturo Fontaine.
Volviendo a las antiguas calles viñamarinas tenemos que, en una de ellas, el lugar no está definido, nace el 22 de enero de 1901 Alberto Hurtado Cruchaga, hoy San Alberto, elevado a los altares de la Iglesia por su trascendental obra social y por su proyección espiritual.
Un poco más lejos del centro mismo, en el Paseo Monterrey, Agua Santa, llega al mundo en 8 de junio de 1910 María Luis Bombal, figura de las letras nacionales, de existencia atormentada y vida viajera y, tal vez, de tardío reconocimiento a su obra literaria. Y bien, como el mundo es tan chico, en el mismo paseo, el 26 de noviembre de 1919, llega al mundo Patricio Aylwin Azócar, figura trascendental de la transición a la democracia.
Pero después de este recorrido por las calles viñamarinas de antaño y algunos de sus protagonistas, volvamos a nuestro poeta investigador social. Su dicha funcionaria -sueldo mes a mes- se ve interrumpida por el devastador terremoto del 16 de agosto de 1906. Se desploma gran parte de Valparaíso y también caen las construcciones en Viña del Mar.
El poeta herido
Carlos Pezoa Véliz queda sepultado, pero con vida, bajo pesados muros de abobe y ladrillos con caprichosas decoraciones barrocas. La apreciada belleza de entonces resulta traidora.
El poeta no es abandonado a su suerte, pues es internado en el Hospital Alemán de Valparaíso, cerro Alegre, uno de los mejores, sino el mejor, del país, con facultativos alemanes y avanzados procedimientos médicos, entre ellos, la anestesia.
Allí, adolorido, escribe uno de sus últimos poemas, "Tarde en el hospital". Ya en su fecunda trova ha surgido "Nada", verdadero himno a la indiferencia ante la vida y la muerte ajena. Finalmente, postrado, es internado en Santiago en el hospital San Vicente, donde fallece el 21 de abril de 1908. Tenía 29 años.
Muere el poeta con alma de sociólogo y tal vez de urbanista, y queda su radiografía de la calle Valparaíso y sus agudas críticas al paso de las bellas observadoras. Y la calle avanza y tenemos allí un importante polo comercial, con un indudable sello de distinción.
Con el paso de los años se instalan varios emporios que abastecen la buena mesa de los viñamarinos. Están el Montecarlo y el Schiafino, por ejemplo. En tenidas de buen tono da la pauta Flaño, para hombres y mujeres, y la sastrería Inglesa. El arte tiene su espacio en la casa Mori, con una sala de exposiciones y Camilo Mori, destacado pintor, parte de la familia propietaria.
Hay también buena mesa en el Petit TrianoN y en Ciro's y bocados al paso con la introducción precursora de los hot dogs en el León, sin olvidar aquellos del Ritz, especialidad de un quiosco en la esquina de la calle mencionada con Quinta. Tampoco olvidamos los jugos naturales de Rodier.
La calle mantenía su condición de los tiempos de Pezoa Véliz en que se denominaba "de Valparaíso". Paseo distinguido y punto de encuentro, de miradas y de romances escondidos.
Todo eso es historia antigua, pasado cercano pero perdido. Llegaron ambulantes y delincuentes. Venta de productos falsificados y, a no dudarlo, de drogas. Nuevo ambiente, temores y pérdida de la seguridad.
Ejemplo concreto del cual da cuenta una víctima en carta a este Diario del pasado martes 10: Xavier de Ugarte, uno de los propietarios de la conocida casa Blanca Nieves, Valparaíso 479, es asaltado, en la puerta de su negocio. Intentan robarle una cadenita de oro. Forcejeo. La víctima cae y sufre diversas fracturas. Debe ser operado.
Plena luz del día. Ni carabineros ni guardias municipales, pero las aceras convertidas en vitrinas irregulares.
A metros está la oficina de la "damita de los cuidados". Cuidados, sólo una palabra de moda. Sabido es que los cuidados del sacristán mataron al señor cura. Y ante este caso, como en muchos otros, procede reiterar la frase del poema de Pezoa Véliz:
- "Nadie dijo nada, nadie dijo nada…".